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La clase política no solo no elige Presidente sino que resultó un lastre

La clase política demostró ayer que definitivamente ya no puede elegir Presidente. Y que, por el contrario, puede movilizar a más de medio país en contra.

La derrota de Germán Vargas, que quedó en el cuarto renglón con menos del 8 por ciento de la votación, es la derrota de la clase política que lo estaba apoyando en pleno.

Antes de las elecciones a Congreso, Vargas tenía el apoyo de 55 estructuras políticas de Cambio Radical, el Partido de la U, el Partido Conservador, el Partido Liberal y Opción Ciudadana, 23 de ellas lideradas por personas condenadas o que han sido cuestionadas.

Luego sumó el respaldo de otras más con la adhesión de parte del Partido Conservador.

Los políticos que apoyaban a Vargas sumaban un poco más de 5 millones de votos de las elecciones legislativas. Suponiendo que todos los votos que tuvo fueran de maquinaria, cosa irreal, le pusieron menos del 30 por ciento de ellos.

Además, como lo denunció La Silla, tenía de su lado la estructura del Estado, porque gracias a las alianzas que selló con gobernadores y alcaldes a nivel nacional, en las últimas semanas en varias regiones hubo funcionarios que presionaron y amenazaron a contratistas y a otros funcionarios para que le armaran eventos, le consiguieran votos y votaran por él so pena, en algunos casos, de acabarles el contrato.

Pese a toda esta maquinaria, Vargas sacó 1.407.840 votos, menos de lo que él mismo sacó en 2010; dos tercios de los que sacó su propio partido en las legislativas; y menos del 30 por ciento de las firmas que presentó para inscribirse como candidato.

Lo que pasó anoche después de que se conocieron los resultados de las elecciones es la imagen de lo que fue su candidatura: Vargas tuvo que aceptar su derrota en su sede de campaña junto a todos los líderes políticos que lo apoyaron porque en el auditorio de la Misión Carismática G12, donde inicialmente lo iba a hacer, asustaban. No llegaron sino periodistas y miembros de su campaña.

Sin plata y sin emociones no hay cacique que valga

Sin plata suficiente para el día D, con la Procuraduría encima vigilando la compra de votos, y con una campaña que no movió emociones de esperanza y futuro en las bases de esas estructuras, sino que se basó en los logros de ejecución del pasado, el apoyo de la clase política tradicional fue insuficiente.

Vargas no ganó en ningún departamento.

En los dos únicos en los que sacó más del 20 por ciento de los votos, Chocó y Vaupés, no tenía el apoyo de poderosas casas políticas. Y en los que sí los tenía, le fue peor.

De nada le sirvió el apoyo del poderoso Clan Char y de otras casas políticas del Atlántico, en donde Petro y Duque lo superaron en votos.

Tampoco el respaldo de la gobernadora Dilian Francisca Toro y del senador del Partido de la U,  Roy Barreras, (que entre los dos sumaron 300.809 votos en las elecciones a Congreso) para ganarse el departamento del Valle en donde la ganaron Petro, Fajardo y Duque, y obtuvo menos del 8 por ciento de la votación.

Fue inocuo el apoyo del alcalde de Valledupar y del Clan Gnecco en el Cesar, que no pudo transferirle a Vargas ni el 30 por ciento de su votación (sumando los votos de Didier Lobo Chinchilla y José Alfredo Gnecco) en las legislativas y terminó con menos del 10 por ciento de los votos, cuadruplicado por Duque y triplicado por Petro.

Ni siquiera le sirvió el de casi toda la clase política de Antioquia en donde triunfó el uribismo y sacó 14 veces sus votos, y Fajardo lo sacó casi 25 puntos de ventaja.

El lastre

La derrota de la clase política no solo se refleja en el fracaso de la aspiración de Vargas Lleras sino también en el éxito de las de Petro, Duque, y, sobre todo, de Fajardo.

En la de Petro porque a excepción de una parte de la estructura del Polo y unos cuantos políticos verdes y rojos, sus casi 5 millones de votos los sacó a punta de un discurso anti-Establecimiento y anti clase política, a los que identificó siempre con la corrupción cuando no lo hizo con el paramilitarismo.

Y en la de Fajardo, porque sus 4,5 millones de votos son un mensaje de rechazo frontal a la clase política. Si algo caracterizó el discurso de la Coalición Colombia fue su crítica permanente a los métodos clientelistas para alcanzar y reproducir el poder.

La clase política, con pocas excepciones, despreció la fuerza de Fajardo. El mismo Vargas hace pocas semanas decía que el candidato paisa “estaba fundido” y su impresionante votación fue la prueba más contundente de que esa nueva forma de hacer política tiene más futuro que la tradicional.

Incluso el triunfo de Duque es un rechazo a la clase política, no solo porque Uribe prefirió a un candidato que no fuera un político de carrera sino porque se dio el lujo de escoger ‘al detal’ los políticos -en su mayoría conservadores cercanos a Marta Lucía Ramírez- con los cuales hacer alianzas.

Los otros políticos que se le acercaron a Duque tuvieron que hacerlo ‘de regalados’, como varios se nos quejaron, porque el candidato decidió no sentarse a negociar con ellos.

No los necesitaba como demostró su triunfo.Y no los necesitará tampoco en esta segunda vuelta. Le basta con repetir su votación y que Petro no se lleve más de la mitad de los de Fajardo y todos los de De la Calle.

A Petro, que es al que realmente le servirían los votos de la maquinaria, le quedaría muy difícil aliarse con la mayoría de estos políticos sin traicionar su discurso y desilusionar a su electorado pues son ellos un puntal fundamental del ‘sistema’ que Petro promete cambiar.

Después del golpe de esta elección, el juego tradicional de la clase política se circunscribirá a las elecciones regionales por fuera de las grandes ciudades. Mientras a ese nivel también se impone el voto de opinión.

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