José Alberto Idiáquez, sj: “Ortega está dispuesto a gobernar sobre un cementerio”
“La insurrección armada en Nicaragua es una posibilidad que no se puede descartar”.
“Sería una traición para mis estudiantes salir de aquí. No lo he pensado nunca. De aquí solo me iría si pudiera llevarme a todo el país”.
El sacerdote José Alberto Idiáquez está amenazado de muerte y ha mencionado palabras como “asesino”, “cementerio”, “traición”, “guerra” y “pesadilla”; pero prefiere terminar la entrevista con una broma inocente. Después, al minuto 61, cuelga el teléfono y de inmediato escribe un mensaje: “Romero y los jesuitas asesinados son mis protectores”.
No es gratuita la alusión del Idiáquez, rector de la Universidad Centroamericana UCA, al obispo Óscar Arnulfo Romero y a los seis sacerdotes asesinados durante la guerra civil en El Salvador en los años 80. Este religioso es miembro de la orden de los jesuitas, fue alumno de los sacerdotes asesinados acribillados en 1989 y vivió en esa misma residencia, que se parece un poco a la que hoy habita en Managua.
Desde su oficina, sentado en su escritorio sin apartarse de la computadora, Idiáquez habla en la tarde de este jueves mientras Nicaragua vive un paro nacional contra el gobierno de Daniel Ortega. Después se sabría que este mismo día se conocieron medidas cautelares para proteger al sacerdote ante una amenaza de muerte y que mientras conversábamos se confirmaría la muerte de un adolescente monaguillo en la ciudad de León. Es la víctima número 170, quizá, en estos dos meses de protestas ciudadanas y represión oficial, pero al cierre de esta edición la cifra llegaba a 180, según la ONG Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh).
Nicaragua suelta noticias en ráfaga, pero Idiáquez habla despacio, como líder religioso y protector de los estudiantes, como rector de la universidad “opositora” que cumple casi dos meses cerrada después de recibir pedradas y balazos. Habla también como miembro de la “Mesa de Diálogo”que, se supondría, debería haber servido ya para detener la respuesta de Ortega contra el movimiento al que ya nombran con una palabra repleta de significado histórico en Nicaragua: revolución.
Habla como víctima. Lo han amenazado de muerte mediante llamadas telefónicas y escritos. Le exigen que se calle, pero este managüense de 60 años parece haber perdido el miedo, tanto como cientos de estudiantes que llevan ya dos meses entre barricadas y balas oficialistas. Cuando lo saludé, me contestó: “acá respirando todavía”, y de inmediato comenzó a describir la situación.
“Es muy tenso y triste, porque desde el 18 de abril a la fecha no ha parado de haber muertos. Ya 163 asesinados o 165, no sé. En 15 días murieron 51 personas y la mayoría de ellos entre 14 a 28 años, lo cual es una gran salvajada; es asesinar a la juventud nicaragüense. El peso de esto lo han llevado los jóvenes. Ahora la dinámica es que los mayores defiendan a los jóvenes, pero el Gobierno y su gente vienen con armas pesadas y francotiradores”.
El padre Idiáquez
Se cumplen ya casi dos meses y cada día hay nuevas malas noticias. ¿Cómo es su rutina?
Es que mi rutina es ahora la que tienen miles de nicaragüenses, de mucho dolor, porque la rutina de Nicaragua es la muerte. Cerca de donde vivo está la Universidad Nacional y de Ingeniería, y escucho los balazos al anochecer. Ya a las 7 de la noche uno se pone nervioso porque se pregunta cuántos muertos y cuántos desaparecidos habrá. Hoy andaba con uno de los padres acompañando a una mamá que buscaba a su muchacho.
¿Cuál fue el momento en que todo se salió de control?
Lo que pasa es que desde 2014, cuando los obispos sacaron la primera carta y pidieron diálogo, la situación se miraba muy mal. El tener contacto con estudiantes, campesinos y la costa Caribe me daba una visión global de que se estaba acumulando mucha molestia. Lo del canal interoceánico estaba provocando mucho sufrimiento y ya se venían escuchando asesinatos, dispersos, pero asesinatos al fin. Nosotros aquí estábamos cerca de esas poblaciones y por eso el Gobierno no nos quería, porque hay temas que supuestamente son intocables, como el del canal, la ley autonómica de indígenas, el despojo de tierras. Lo de la reserva Indio Maíz y lo del Seguro Social rebalsó el vaso y el Gobierno cometió el error de pensar que podía seguir reprimiendo las protestas sociales e infundiendo miedo.
¿Reventó ahí, en la UCA?
Yo no imaginé cómo esto iba a estallar, pero fue aquí. Nos apedrearon de manera brutal y me dio tristeza ver a las supuestas juventudes sandinistas, que son una pesadilla, protegidos por la Policía con 200 motocicletas tirando piedras a lo bestia contra la gente de la UCA y gente que se vino a refugiar aquí. Yo estaba en medio para ver cómo podíamos evitar muertes. Gracias a Dios no hubo muertos el 18 de abril, pero el 19 de abril se vio la bestialidad en la Universidad de Ingeniería porque ya era tirar bala, torturarlos, golpes en la cabeza.
¿Por qué se centro todo en las universidades?
Podría ser simplista esto, pero lo que he captado es que tenían o teníamos una idea equivocada de los jóvenes. Había un ambiente de negación con la política para no someterse al pensamiento político único. Pensábamos en los muchachos solo con el Internet o su celular, pero reaccionaron en masa el día 18 de abril en la marcha contra las reformas en el INSS. Algunos se preguntaban por qué reaccionaron así si afectaba más a la gente de más edad, a los viejos. Bueno, pero en este país muchos muchachos viven en los mismos hogares con sus abuelos y quizás eso hizo que reaccionaran. La respuesta del Gobierno fue desproporcionada, con una fuerza excesiva, y eso no les dio miedo, pero sí los indignó. Yo como rector vivía en presión tremenda, pero no había estallado. Ya se sabía que si en la UCA hacíamos algo que a la señora (Rosario Murillo) no le gustaba, recibíamos el mensaje por alguna vía.
Primeras manifestaciones en la UNI de Nicaragua el 19 de abril
¿Qué vía?
Bueno, nos han venido quitando dinero del Estado. Un diputado (Edwin Castro, jefe de la bancada oficialista) me había dicho que la UCA era desestabilizadora y que dábamos problemas. Hay una canción que dice que “no queremos camisas de fuerzas en el pensamiento”. Su análisis estaba muy perdido porque pensaron que los jóvenes se iban a intimidar, pero se unieron todas las universidades. Pecaron de soberbios.
¿Siempre estuvo usted distante con el Gobierno?
Yo iba a las reuniones con el Consejo Universitario, pero siempre quise mantener distancia. Edwin Castro era profesor aquí y me pidió expulsar a los muchachos, pero más bien le terminé el contrato y él se molestó. No era posible que él continuara aquí y eso enoja al Gobierno. El 27 de mayo intentaron matar a dos cuidadores después de una carta muy fuerte mía en la que hablaba de los parapolicías y paramilitares. Además, en la salvajada del 30 de mayo (Día de las Madres), la UCA abrió sus puertas para proteger a la gente. Yo iba en esa marcha con las mamás y ese día aquí tuvimos cinco heridos. La policía tiraba bala, aquí tenemos los casquillos. Ya venían también varios militares y yo comencé a llamar a los obispos y a los medios. Yo tenía más de 5.000 personas aquí y habría sido un caos. Podés imaginar lo que iba a pasar. Les dije que si llegaban aquí, la pareja presidencial iba a gobernar sobre un cementerio, porque eso es sí: ellos están dispuestos a gobernar sobre un cementerio.
¿La amenaza de muerte vino después?
He recibido muchas llamadas telefónicas donde me dicen que pronto voy a conocer la vida eterna. Yo contesto que conmigo desperdician esa bala, porque yo no me voy a callar. Es lo que hemos dicho: esta es una universidad jesuita que busca la justicia y vamos a seguir pidiendo justicia por los asesinados. Recibí una carta que decía que los sacerdotes estábamos incitando a la violencia y que el señor Ortega estaba tratando de parar la violencia de los vandálicos. La señora Murillo, ese lunes 31 de mayo, difundió a todos los cuadros de ellos. Era una manera de decir a los cuadros que estuvieran atentos a estos curas. Yo no soy hombre de medios de comunicación, pero esta situación me ha obligado. Eso tiene un mensaje para que si yo voy a un pueblo, puedan identificarme y puedan matarme.
¿Ha visto algún intento de ataque a usted?
El otro día dos motos me venían siguiendo cuando yo iba a una comunidad cerca de la UCA, se me tiraron al carro, me gritaron y se fueron. Uno sabe cómo va esa gente, con pistola en la mochila y un casco cerrado.
Idiáquez, con un retrato de Romero
¿Vive entonces encerrado?
Trato de salir lo menos posible, pero salgo a la “Mesa de Diálogo”. Sé que cada salida es un riesgo, porque aquí es la ley de la selva y cualquier día a uno pueden darle un balazo. Mi casa está dentro de la Universidad y uno piensa lo que pasó en El Salvador. Ellos acá usan francotiradores profesionales que pueden disparar desde 1.800 metros, me dicen. Por eso uno no ve cuando disparan y solo uno ve cuando caen los muchachos. Tratamos de tomar todas las medidas, pero no es fácil. Pueden ocurrir cosas en cualquier momento, pero no podemos dejar de insistir con la “Mesa de Diálogo”.
(Al día siguiente, Idiáquez se vería con los otros religiosos a las 7:45 a.m. para coordinar asuntos del diálogo. A las 9 a.m. se encontraría con el Gobierno, representado por el canciller y por Edwin Castro, el político que el rector de la UCA despidió como profesor. Las autoridades aceptarían -de palabra- la visita de verificadores internacionales y exigirían el retiro de los “tranques” de las calles del país. Sin embargo, fin de semana se registraría una tragedia dentro de la tragedia: una familia murió calcinada en un barrio de Managua por un ataque que el Cenidh calificó como “terrorismo de Estado”).
¿Ese aparente diálogo puede servir de algo?
Tenemos la esperanza de lograr algo pacífico. Si no hay diálogo solo queda una guerra, pero esta es una insurrección pacífica. Me preocupa que la pareja presidencial no muestra sensibilidad y es como si ellos no se sintieran responsables. Ya llevan 165 asesinatos, heridos, desaparecidos… estamos en una situación incierta. Quiero ser optimista, pero la situación no es fácil. Una fiera herida es más agresiva y ellos están aferrados al poder económico. No es fácil, cuando dos personas están tan aferradas pueden hacer cualquier cosa y esta vez su estrategia de generar miedo no les ha funcionado. Lo que ha provocado es más enojo. Una muestra clara es la destrucción de Masaya, es una pesadilla ver que Ortega matara gente de Monimbó (bastión histórico sandinista) y ahora caen más adolescentes. Según parece hubo avionetas regando veneno, pero no lo tengo confirmado.
¿Cómo es que no ha habido una respuesta armada?
Es que han sido los estudiantes y campesinos. Esta es una revolución cívica. Quizás sea la primera revolución así en América Latina. Si la gente inconforme que sabe manejar armas estuviera tirando balazos, le darían excusas a Ortega a entrar a su juego, porque ese sí es su terreno. Hay que evitar eso. Este país no está para otra guerra como la que derrocó a Somoza; sería más desastroso, aunque sea triste, ver que seguimos perdiendo vidas inocentes. Daniel y la señora deben aceptar que su tiempo ya terminó.
¿Puede uno asegurar que no habrá un alzamiento armado?
Conociendo este país, y si siguen matando gente, va a llegar un momento en que la otra parte se va a desesperar y eso quieren Ortega y Murillo; es una posibilidad que no se puede descartar. Si esto sigue así vamos a llegar a 200, 300 o 400 asesinados y todos los días las madres buscando a sus hijos en las cárceles. Nosotros más bien estamos mediando para evitarlo, unos sacerdotes evitaron que lincharan a unos policías en Masaya. Yo deseara que no, pero si esto sigue así, ya vos sabes que la paciencia tiene un límite. El problema es que este señor no da signos de parar.
¿Cree que sirva de algo el paro de hoy (jueves)?
No lo sé. Le puedo contar que Managua ha quedado paralizada, pero uno no sabe si se logra algo. El Gobierno sigue jugando a provocar temor, pero temor es lo que menos ha encontrado.
¿Es entonces cierto lo que decían algunos: “nos quitaron todo, hasta el miedo”?
Claro, ya hemos visto que los jóvenes han reaccionado con mucha valentía. Lo que pasa es que tiene un costo más grande.
¿No ha pensado usted en salir de Nicaragua?
No puedo. Sería una traición para mis estudiantes salir yo de aquí. No lo he pensado nunca. De aquí solo me iría si pudiera llevarme a todo el país.
¿Tiene vigilancia?
No creás que ando con guardaespaldas. No, solo trato de tener precauciones como no salir de noche. No voy a aceptar que venga la policía a cuidarme, no; yo preferiría cuidarme solito a que vengan a meterse aquí.
¿Cree que ahora la comunidad internacional sí está poniendo atención en Nicaragua?
Mis hermanos jesuitas y otras comunidades católica nos han dado un gran apoyo. De Costa Rica, el Presidente ha sido muy solidario, pero muchos países parece que ni siquiera se han enterado.
¿Se ve ya el efecto en la economía de los hogares?
Se nota. Mirá que la UCA está cerrada, suspendimos clases y notamos que muchos estudiantes no han pagado este mes. Vamos a tomar medidas porque no vamos a presionar a los muchachos. La crisis ya está afectando. La gente busca es comer, sobre todo en el campo, aunque ha habido una gran solidaridad. Si esto sigue así, en varios días será peor, porque además hay vandalismo y el Gobierno manda gente a robar a los supermercados.
¿Conoce personas que hayan decidido irse de Nicaragua?
Ahorita mismo está lleno Migración, con gente buscando pasaportes. La gente que puede ha enviado a sus hijos a otros lugares porque esto se ve mal. La gente de dinero ya lo ha hecho o con familiares en otros países. Están buscando mandar a sus jóvenes o pequeños, algunos traumados porque todas las noches hay peligro. Será un problema para Costa Rica también porque muchos buscarán ir para allá.
¿Ve posible reabrir la universidad pronto?
Desde el 18 de abril hemos intentado abrir, pero solo para cumplir con la gente de maestrías. Terminamos las clases a puro Internet, pero no estoy dispuesto a exponer a los muchachos. Abrir la universidad ahora sería abrir una carnicería.
¿Una carnicería? Entenderá que desde Costa Rica ve muy fuerte esa frase, más las imágenes y los relatos.
– Es lo que pasa cuando hay un déspota decidido a cualquier cosa, pero me resisto a callarme. El poder emborracha y más cuando se ha vivido tanto tiempo ahí. Creo que Daniel es consciente de eso, pero es un cerebro un poco extraño. Siempre querrá salirse con la suya. Antes de salir va a dejar un charco de sangre. Bueno, ya lo ha dejado.
Parece que quiere ser optimista y no le sale.
Es difícil. Yo salí de dictadura a los 18 años para estudiar como jesuita y ahora veo otra dictadura peor.
(Álvaro Murillo, Semanario Universidad)