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Editorial Tusquets: así se hizo

Tusquets
De izquierda a derecha, Ana Bohigas, Oscar Tusquets, Antonio López Lamadrid, Beatriz de Moura, Salvador Dalí y el editor francés Jean-Jacques Pauvert.

Albert Camus la puso a pensar sobre la vida. Toni López, su compañero, la ayudó a hacer de Tusquets una empresa. Y Gabriel García Márquez salvó su editorial del naufragio un año después de su fundación en Barcelona.

Beatriz de Moura llamó a su amigo Gabo, que era un muchacho al que había conocido antes de la fama, en algún local nocturno de Barcelona. “Gabo, tú eres muy rico y Tusquets necesita dinero”. De pocas palabras, el que luego sería Nobel colombiano, que ya disfrutaba de la miel de Cien años de soledad, le respondió: “Te voy a hacer un regalo que te hará rica”.

Ese regalo fue Relato de un náufrago, que salió en 1970, un año después de fundada Tusquets, por Oscar Tusquets y por ella, y del que se llevan vendidos millones de ejemplares de más de un centenar de ediciones. Salvó a Tusquets, como si a ella misma también la rescatara de un naufragio.

Ahora lo cuenta ella en la oficina del Fondo Antonio López Lamadrid, que ha acogido hasta ahora el grueso del legado recopilado por ella a lo largo de medio siglo de historia editorial. Perfectamente clasificado (por el departamento de manuscritos que dirigen los responsables del departamento, Javier Docampo y María José Rucio) ahora esa historia, repleta de correspondencia y de documentos editoriales, reposa donde ella ha queridola Biblioteca Nacional de España. Está aún en proceso de clasificación y tardarán algún tiempo los investigadores en tener acceso completo a la historia de esta mujer, que, parafraseando a Gabo en el título de su reportaje más famoso, es “una editora que estuvo cincuenta años en Tusquets y a veces en La Balsa [un restaurante de Toni en Barcelona], fue convertida en heroína, [no] se hizo rica y fue recordada para siempre”.

Correspondencia de Beatriz de Moura con Mario Vargas Llosa.
Correspondencia de Beatriz de Moura con Mario Vargas Llosa. ÁLVARO GARCÍA

Ella no ha sido rica, ni falta que le hizo, pero su experiencia es el tesoro de una de las más audaces editoras de la historia contemporánea española. En el despacho de su oficina, a la que ella llama El Palomar, recuerda ese suceso mayor con Gabo. En los documentos que ya están en la BNE hay un riguroso, y cuidado, manuscrito en el que García Márquez escribe a lápiz (que no se ha despintado) el primitivo título del libro. “Cuando llegó a Barcelona él venía de la miseria más absoluta, y Cien años de soledad le solucionó la vida”. Por eso, cuando Tusquets estaba en peligro de naufragar, le hizo aquella llamada de socorro. Y el regalo que, según él, la haría rica fue la historia del náufrago. “Vino un día, en efecto, me entregó unos recortes del periódico El Espectador, me dijo que había publicado esa historia de un náufrago y que por eso se tuvo que ir de su país. Entonces me propuso que lo publicáramos”.

Él sabía dónde: en la colección Marginales, una idea que traía Beatriz de Moura de su paso por Lumen (con Esther Tusquets, entonces su cuñada, hermana de Óscar, su compañero en aquel tiempo). A Gabo ella lo presentaba, cuando aún no lo nimbaba la fama, como “este colombiano que dice que es escritor”.Mi llamada fue franca, y su respuesta también, ‘te voy a hacer un regalo que te hará rica…’. Me trajo unos trozos de periódico, empiezo a leer la aventura, ‘es divertidísimo, ¿lo tienes todo?‘, le dije. ‘¡Claro, si me hice rico gracias a este reportaje!’, me soltó. ‘¿Crees que se puede publicar sin pagarle nada al periódico?’, seguí. ‘De eso me encargo yo”.

El mejor amigo de Gabo, Álvaro Mutis, envió todos los reportajes. Quizá fue la propia Beatriz la que mecanografió el conjunto. Nunca se escribieron, pero ese texto mecanografiado y el papel en el que Gabo escribió de su puño y letra el título que quería para el libro reposan como el simbólico rescate que Gabriel García Márquez hizo de una joven editora que naufragaba entonces entre las dudas de su mesa camilla en Barcelona.

Marina Curiá, Gabriel García Márquez y Beatriz de Moura, en el Price en 1969.
Marina Curiá, Gabriel García Márquez y Beatriz de Moura, en el Price en 1969.

De Mario Vargas Llosa, el otro intrépido sudamericano que trajo el boom bajo el brazo a Barcelona, sí hay correspondencia entre los donativos de Beatriz de Moura. Entre esas cartas, “una preciosa, de despedida, cuando yo decidí dejar la editorial en las manos de Juan Cerezo y del grupo Planeta”. En esa carta “Mario expresaba una cierta tristeza porque él consideraba mi adiós como una especie de abandono… Yo le conté la crisis que había entonces, 2009, con cuarenta personas a mi cargo y con la ausencia de Toni, que nos había dejado un año antes”. El Nobel peruano tiene una intensa relación de amistad que Tusquets pero un solo libro, Elogio de la madrastra, en su catálogo. “Él vino personalmente de Londres a entregarnos el manuscrito. Seguía viaje a Lima, para presentarse a las elecciones. Quería que su libro saliera en 1990, cuando empezaba su campaña. ¡Y nos entrega un libro que quería que apareciera en la colección erótica, La Sonrisa Vertical! ¡Quiere ser presidente y publica erotismo! Mario es así”.

-¿Qué sintió al dejar toda esta documentación en Biblioteca Nacional?

-Alivio. Permitía que ese fondo tuviera su espacio propio.

Descansan ahí cincuenta años de historia. No todo ha sobrevivido; los faxes, maldición que sepultó correspondencias, se ven mal, pero hay registrado abundante intercambio literario, personal o editorial, con escritores como Milan Kundera (muy abundante), Jorge SemprúnFernando AramburuAlmudena GrandesJavier CercasLuis Landero o Carlos Castilla del Pino No hay cartas con Marguerite Duras, cuyo El amante fue un suceso mundial y, para Tusquets, una especie de reedición del éxito de Relato de un náufrago… “Con Marguerite Duras la correspondencia era por teléfono. Oía su voz, potente, llena de su historia de alcohol y cigarros. Fui a visitarla varias veces porque me di cuenta de que era un personaje arisco. Tengo cartas enormes de su propio editor, Jerôme Lindon, en las que me contaba las crisis personales que él mismo pasaba… Pero con la Duras la relación era telefónica”.

Esa relación con Lindon la acercó a la Duras. “Él me recomendaba, era 1990, que no aumentara el tamaño de Tusquets. Pero ya habíamos empezado a vender libros en América, gracias a las gestiones de Toni, y se estaba produciendo un crecimiento lento de la editorial. Ahí es cuando entra en escena Marguerite Duras, a la que yo apreciaba como escritora. Ella pedía fortunas. Y acababa de escribir El amante, que aún no se conocía. ‘Prepárense a pagar mucho dinero si la quieren’, nos advirtió Lindon. Fue una lotería, y Toni era muy aficionado a las apuestas. Ella no hablaba de dinero, pero le interesaba mucho, y también se interesaba por lo que habíamos publicado. Le gustó. El acuerdo se firmó cuando ella salía de su segunda cura de alcohol”.

Correspondencia de Beatriz de Moura con Milan Kundera.
Correspondencia de Beatriz de Moura con Milan Kundera. ÁLVARO GARCÍA

La escena en la que se establece la portada es casi tan emocionante como aquel regalo de Gabo. Estaban Toni y Beatriz con la autora de El amante ante una mesa llena de fotografías que la Duras había puesto allí para que fuera elegida la que sería adecuada para la cubierta. “Era un libro duramente autobiográfico, requería una fotografía suya”. Y de pronto Beatriz de Moura ve asomar lo que parecía un retrato de la joven Duras, de la época en que sucede esa tremenda historia de amor. “Su cara se iluminó. La foto era de aquella cara suya, era ella verdaderamente, una niña atenta y temerosa del mundo. ‘¿Está dispuesta a poner su cara en la portada?’, le dije. ‘¿Y la de quién si no?’, me dijo. Y entonces nos hizo levantar para que fuéramos a la calle a comer”.

Con Milan Kundera, otro de los éxitos buscados con ahínco por la editora a la que Gabo salvó en 1970, sí hay mucha correspondencia, risueña o profesional. “Personalmente era histriónico, hacía teatro. No era, cuando lo conocimos, una persona muy conversadora, expansiva o franca”. Pero en sus cartas (y en sus postales), avanzada la relación, ya era chispeante. “En un principio era como suelen ser los emigrantes del Este, un emigrado que anda con pies de plomo. Para él Chequia, su ‘pequeño país’, como le decía, era historia del principio de Europa, la cuna de la que partió todo. Me estudié esa historia, y también aprendí a no hablar ante él de política, ‘¡esa mierda!”

En la primera carta que subsiste en la historia de la correspondencia Moura-Kundera la editora le explicaba su deseo de publicarlo, le ofrecía su catálogo y le decía que estaría dispuesta a ir (con Toni, que era el gerente de Tusquets) a verle en París. Kundera la llamó por teléfono, “se quedó encantado con mi voz, le gustó mucho que en nuestro catálogo estuvieran Samuel Beckett y Czeslaw Milosz, aunque a este lo consideraba un mal escritor…”. Y se fueron a ver a Kundera, “¡como quienes se ponen a escalar el Everest!”. Histriónico, teatral, irónico, risueño. ¿Su carácter se transparenta en su correspondencia? “Muy poco. Iba muy al grano, no se salía del tema que tocaba, corregía cosas, preguntaba por las traducciones”. Ese fue el primer escollo de la relación: Kundera quería traducciones rigurosas, y ella le garantizó esa pureza, y le demostró que la traducción francesa a la que había sido vertida su obra no le hacía justicia, esos periodos tan largos para alguien que escribía como Kafka. “Ahí me pidió que yo fuera la que lo tradujera. Me tocó. Creo que él se había informado, sabía que yo había traducido del francés”. Fue amiga de Kundera, sí. “Lo fui mientras él quiso… Fue muy claro. Había firmado una carta diciendo que mientras estuviéramos al frente sus libros serían de Tusquets. Él sintió como una catástrofe cuando le fuimos a decir qué podía suceder con la salud de Toni. En los últimos tiempos creo que, de todos los editores que tiene, solo se ve con Gallimard”.

Antonio López Lamadrid y Milan Kundera, en Mallorca en 1985.
Antonio López Lamadrid y Milan Kundera, en Mallorca en 1985.

El otro patrón de Beatriz de Moura, en este caso de trascendencia ética, espiritual, es Albert Camus, en cuyo país, Argelia, ella vivió en la infancia, con su padre diplomático. Y la correspondencia que se conserva en su legado con la hija del autor de El extranjero, Catherine Camus, explica esa relación filial con el escritor y fraternal con su descendiente. La conoció por casualidad, y por casualidad Tusquets es editor de un libro decisivo de Albert Camus: el último. Se habían encontrado en Fráncfort, en un bar; a Catherine le sorprendió escuchar español. La amistad (y la proximidad a la literatura del Nobel de origen argelino, y menorquín) los llevó a la casa de Catherine. Por casualidad, Beatriz vio que ella y su marido de entonces, Robert Gallimard, trabajaban en un manuscrito, que resultó ser El primer hombre.

Fue un revoltijo de emociones que dieron de sí otro de los grandes éxitos de la editora que se salvó del naufragio. Era, dice, como hablar con Camus. ¿Y qué sentía, en esa correspondencia que ahora está en la BNE, hablando con su hija? “¡Como si me estuviera escribiendo con él! Todas las cartas de esa época de la edición que preparamos juntas tenían que ver con el libro. Con mucho cuidado, con mucho respeto. Cuando Robert y ella me decían que se quitaba o se mantenía determinado párrafo, yo pensaba en él, y maldecía o me alegraba, según”.

Argelia marcó la infancia de Beatriz de Moura. Aquel sol que reinó sobre la época en que Camus sitúa El primer hombre es ahora, cuando lo evoca en la humedad mediterránea de Barcelona, como una luz que viene de lejos.

La donación está llena, claro, de nombres españoles. El descubrimiento “gozoso” de Luis Landero, los esfuerzos tremendos (“qué talento, qué rigor de esta gran mujer trabajadora”) de Almudena Grandes, “el dolor secreto” de Jorge Semprún, la prosa de Fernando Aramburu (“creo que me di cuenta de que venía Patria»), la fortaleza literaria, y humana, de Cristina Fernández Cubas, de sus grandes amigas… Y, ay, la ruptura con Javier Cercas, cuyo Soldados de Salamina fue otro de los éxitos que cosechó esta editora cuyo gusto por leer resplandece en la historia de la edición en lengua española.

Ahora investigadores y curiosos pueden reconstruir (casi) toda esa historia, y podrán percibir humores y malhumores, negativas y afirmaciones. Es como sumergirse en una conversación infinita que, miren por donde, comienza casi con un naufragio.

LAS ANDANZAS ESPAÑOLAS

Jorge Edwards, Carlos Trías, Antonio Colinas, Antoni Marí, Manuel Talens, Cristina Fernández Cubas, Luis Sepúlveda, Almudena Grandes, Mercedes Abad, Mario Vargas Llosa y Oscar Tusquets (de pie), y Luciano G. Egido, Beatriz de Moura y Jorge Wagensberg (sentados), en la fiesta del 25 aniversario de Tusquets en 1994.
Jorge Edwards, Carlos Trías, Antonio Colinas, Antoni Marí, Manuel Talens, Cristina Fernández Cubas, Luis Sepúlveda, Almudena Grandes, Mercedes Abad, Mario Vargas Llosa y Oscar Tusquets (de pie), y Luciano G. Egido, Beatriz de Moura y Jorge Wagensberg (sentados), en la fiesta del 25 aniversario de Tusquets en 1994.

Muchos textos contenidos en la correspondencia están resguardados por el copyright. Afectan también a los autores españoles que han publicado en Tusquets, y que en una medida muy amplia siguen publicando en la editorial fundada por Beatriz de Moura. Sobre el tenor de esa relación con ellos algunas cosas dice la editora.

Semprún. “Había en él un dolor concreto, oculto. Está en el silencio que él mismo quiso imponer a su periodo en el campo de concentración. Y a su salida, que no debió ser fácil, y que no aparece por ningún lado. Era muy pudoroso, con las palabras también. En francés puedes irte por las ramas, y en español no. Él no tenía palabras que le parecieran adecuadas para explicar ni la más mínima anécdota sobre el campo”.

Almudena Grandes. “Hay muchas cartas entre ella y Toni. Es muy seria en su trabajo, no he visto a ninguna mujer trabajar así; quizá solo a Cristina Fernández Cubas, a la que no le sobra ni una palabra, es una de las grandes, al nivel de Almudena, pero por otros motivos… El trabajo de esta es profuso, por su propio carácter, por su curiosidad, que no tiene fin. Se impone esta disciplina que no es propia de una mujer. No conozco otras escritoras que tengan el mismo rigor en la escritura y en la percepción de un hecho. Ella va a la base de un hecho histórico un poco a la manera de Maigret, con la misma severa mirada, aunque sus personajes no están desquiciados. Yo tuve un problema con ella y me volví a Barcelona pensando que íbamos a perder a una gran autora por mi culpa. Ella había incluido una caja mágica en una narración y a mí me parecía que sobraba. Entonces Toni tomó las riendas y lo resolvió. Y tenían una larga correspondencia que está ahí, y además comían muchas veces, sin mí, por supuesto. Cuando hubo otra novela le pasé el texto a Juan Cerezo, entonces joven editor. ‘Entiéndete tú, que Almudena se entiende mejor con hombres”.

Luis Landero. Su primera carta es de 1990, y yo le contesto. Juegos de la edad tardía está tan ajustadamente escrita que no hay posibles desencuentros entre editora y escritor. No había imperfección. Vi desde ese principio que era un escritor como la copa de un pino. Lo único que me cabreó fue saber que había enviado antes el manuscrito a otros. Lealtad mutua, sin problemas”.

Fernando Aramburu. “Hay mucha correspondencia con él. Recibí su primera novela a principios de los ochenta; ya tenía que ver con Patria. Cuando leí esta me di cuenta. Tiene cosas muy buenas; a veces tiene caídas, pero leves, que quizá yo note ahora porque leo por placer. Pero creo que cada día está más libre, que cada libro es un paso adelante. Su cambio vino con El trompetista de la utopía. Ahora escribe cosas que tienen que ver con él. En sus viajes a Euskadi se encontraba con cosas que están en Patria. Finalmente, ya puede hablar de ese reencuentro. Y creo que ahora va a escribir cosas infinitamente mejores”.

Javier Cercas. Fue muy bonita nuestra correspondencia, hasta que dejó de serlo, cuando irrumpió Carmen Balcells con un correo electrónico en el que parece que ya se acababa nuestra relación, tras el éxito de Soldados de Salamina. Hubo un silencio. Allá él si consideraba que con Carmen estaba más seguro. Nosotros no hemos hecho públicas nunca esas cartas”.

El año próximo se cumplen 50 años de Tusquets, y Beatriz de Moura cumple ochenta años. Es posible que entonces este volumen de documentos (más de 150 cajas) sea del dominio de los investigadores que acudan, en persona o por web, a la Biblioteca Nacional, a consultar la historia de una de las editoras más cosmopolitas de Europa.

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