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Carl Honoré: «Decir que los sesenta son los nuevos cincuenta es discriminación»

El escritor presenta su nuevo libro, 'Elogio a la Experiencia', en el que hace un alegato en favor de la madurez

En un salón del restaurante del madrileño Hotel de las Letras, en la calle Gran Vía, nos sentamos con Carl Honoré, periodista y escritor conocido sobre todo por su best seller Elogio de la Lentitud (2004). Ahora se encuentra en Madrid para presentar su último libro, Elogio de la Experiencia, una oda a la madurez y al envejecimiento.

¿Por qué ha decidido escribir sobre la vejez y la experiencia que da envejecer?

Voy a puntualizar una cosa. No escribo sobre la vejez, sino sobre el envejecimiento. Algo que nos toca a ti, a mí y a todos. La chispa, como en todos mis libros, suele ser una epifanía personal. Estaba jugando en un torneo de hockey, que siendo canadiense es como la religión nacional, y estaba muy feliz. Había hecho un golazo y estaba flotando en el aire. Fue entonces cuando me dijeron que era el jugador más viejo de los 240 que participábamos en la competición. Obviamente yo me había dado cuenta, no soy ciego. Pero fue en ese momento, algo en esas palabras me sacudió hasta la médula. Volví convencido de que tenía que hacer algo para enfrentarme a una situación que había negado durante mucho tiempo. Hasta ese momento no lo había afrontado, había sido muy edadista [término acuñado por el psiquiatra y ganador de un premio Pulitzer, Robert Butler, que hace referencia a la discriminación que existe hacia las personas mayores].

Una de las cosas que menciona en el libro es que en sociedades como la romana se veía a las personas mayores como una fuente de sabiduría y que esto ha cambiado con el paso del tiempo. ¿Por qué cree que ahora asociamos la vejez con la fragilidad, la debilidad o la dependencia?

No es un cuadro tan blanco y negro. Incluso en la antigua Roma había personas mayores que recibían burlas, como las mujeres y los pobres. Pero es cierto que en el mundo moderno se ha amplificado y se ha creado un culto a la juventud, que se ha puesto en un pedestal. La hemos convertido en el objetivo al que aspirar y todo lo que no encaja en ella es malo. Hemos creado esta idea de que desde los 30 o 35 todo es cuesta abajo y va empeorando con cada cumpleaños. Nos vamos convirtiendo en una versión peor de nosotros mismos con cada año que pasa.

«El edadismo es una forma de autolesión. Es hacernos daño a nosotros mismos»

Son muchos los factores responsables de esto. Con la industrialización, la gente que envejecía tenía menos fuerza física y eso significaba que podían aportar menos productivamente y económicamente. Además, vivimos en una cultura en la que siempre hay cosas nuevas —nueva tecnología, nuevos conocimientos— que hacen que la sabiduría anterior pierda valor. Y también hay otros factores, que siempre han existido, como el miedo a la muerte, los cambios físicos que se asocian al envejecimiento.

Para mí el momento clave fue la década de los sesenta, cuando el culto a la juventud realmente se plasma en la sociedad. Fue también cuando se usó la palabra edadismo por primera vez, que es la otra cara del este culto: la discriminación por el mero hecho de ser mayor. Hemos creado una visión sumamente negativa, sombría y oscura, que es lo que yo sentí en ese momento en el hockey. Una carga de culpa, vergüenza, miedo, zozobra, que te hace no querer pensarlo y hacer todo lo posible para negarlo.

El edadismo es una forma de autolesión. Es hacernos daño a nosotros mismos. Los estudios científicos demuestran que al venerar la juventud y denigrar el envejecimiento, envejeces peor, tenemos más problemas físicos y de salud, y el deterioro cognitivo es mayor.

Teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad donde la pirámide poblacional se está invirtiendo, en la que vivimos cada vez más años y todos envejecemos, ¿qué cree que podemos hacer para luchar contra este tipo de discriminación?

Con el cambio demográfico que menciona, las placas tectónicas se están moviendo. Se genera un movimiento sísmico: cada vez hay más personas mayores en el mundo, se envejece de forma más sana y es más difícil discriminar o denigrar un sector creciente. Sobre todo cuando tantas personas deciden agarrar la vida por el pescuezo y vivir plenamente. Esto cambia la visión que todos tenemos sobre el envejecimiento.

Para acabar con la discriminación tenemos que mezclar mucho más las generaciones. Esto es algo que en la historia se ha hecho mucho, pero en el mundo actual vivimos muy encerrados en burbujas de coetáneo y esto hace que florezca el prejuicio. Para romperlo y superar el edadismo, el primer paso es mezclarnos. Hay estudios que demuestran que, al juntar generaciones, los más jóvenes se dan cuenta de que envejecer no es tan malo y que incluso se puede estar bien. Esto lleva a una visión más optimista del envejecimiento propio.

«La edad cronológica está perdiendo el poder de definirnos y limitarnos»

También tenemos que cambiar el paisaje visual. Me refiero a la televisión, la publicidad, el cine, las redes sociales, Internet. Tenemos que llenarlos de historias distintas de los tópicos del edadismo. Mostrar a personas con 40 o 50 años montando empresas, estudiando otro idioma con 60 o tirándose de un avión a los 90, como hizo un veterano de la segunda guerra mundial.

Cada vez se ven más historias de este tipo como la de la mujer que sigue corriendo maratones con 80 años

Sí, o las influencers femeninas que tienen edades muy avanzadas y muchos seguidores. Esto, para mí, es un cambio muy positivo. Hoy en día, millones y millones de personas cuelgan sus fotos y cuentan su versión de tener 35, 45 u 85. Versiones que van muy en contra de la mentira del edadismo. Cuantos más ejemplos vemos, más fácil nos resulta seguir ese camino.

De hecho, la edad cronológica está perdiendo el poder de definirnos y limitarnos. En el libro cito el ejemplo de Amazon y Netflix, que no perfilan por edad, sino por gustos. No importa la edad que tengas, lo que importa es tu estilo, lo que te gusta, el arte que te conmueve, la música que escuchas. Esto es lo que nos define. No digo que la edad cronológica no sea importante, pero no hay que ser de esos que dicen que los 60 son los nuevos 50. Eso es otra mentira edadista porque la realidad es que yo con 50 años no soy lo que era cuando tenía 30 años, soy mucho mejor. Pensar este tipo de cosas son actos de autoagresión. Hay que festejar los años que vivimos porque nos hacen mejores.

Otra cosa que tenemos que hacer para luchar contra el edadismo es cambiar el lenguaje que usamos. Tenemos tantos términos, como, por ejemplo, «con mi edad», que son discriminatorios… No poder hacer algo por la edad es un mito que hay que desmontar. Te pongo el ejemplo de mi padre, que es médico patólogo, y con sus 90 años ha recuperado el francés y se dedica a escribir sátiras de política y poemas.

En el libro recuerda un evento en el que se presentaban aplicaciones para personas mayores y todas ellas estaban creadas para ayudar desde el punto de vista de la fragilidad. 

Sí, como para ayudarlas a que no se rompan las caderas [ríe].

¿Piensa que este tipo de acciones forman parte del edadismo a pesar de que pensemos que lo que estamos haciendo es bueno?

¡Claro! Con mucha frecuencia, el punto de partida o la expresión de los ‘ismos’ es desde un punto positivo, pero el efecto es tóxico. El ejemplo que citas es muy claro. En un evento dedicado a las personas mayores, y cómo ayudarles a vivir y envejecer mejor, el punto de partida era la debilidad, la decrepitud, la fragilidad, la depresión, la demencia, la muerte. Es cierto que algunos de nosotros vamos a padecer estos problemas, pero no es la realidad de todos. Este tipo de cosas refuerzan la idea de que todo es cuesta abajo.

Los clichés como «la gente mayor es sabia«, que suenan positivos, son edadistas y no son ciertos. No todas las personas mayores son sabias. Es como decir que todas las mujeres son dulces. Un doble juego: te venero, pero no. Te mantengo en un pedestal, pero muy bajo. Estás en una jaula, pero es una jaula dorada. Aunque sean frases que en la superficie suenen positivas, en el fondo el efecto es siempre son negativas porque cuando estás uniformizando a un grupo de personas por raza, género o edad, estás haciendo daño.

Hablando de otros ‘ismos’, ¿usted diría que el edadismo aumenta dependiendo otros factores como el género, la condición económica o la raza, por ejemplo?

Sí, claro. Una mujer negra, lesbiana, de edad avanzada y bajos recursos económicos va a sufrir mucho más que una mujer rubia, de clase alta. Pero ambas pueden ser víctimas del edadismo. Lo que tenemos que evitar es crear un mundo en el que solo una minoría tenga la capacidad de envejecer bien y los demás se queden atrás.

La lucha contra el edadismo es parte de una guerra más grande, de todo un sistema de desigualdad. El turboconsumismo y el turbocapitalismo que hace tanto daño al planeta y a los seres humanos también juega un papel en el edadismo.

Con respecto al sistema, algo que ha ocurrido con la crisis económica que se ha vivido es que muchas personas mayores de cierta edad, no necesariamente en edad de jubilación, sino de 40 o 50, han perdido sus trabajos. ¿Es posible hacer algo como sociedad para luchar contra la discriminación laboral que existe a partir de esas edades?

Por un lado, podemos sacar nuevas leyes. Pero ya tenemos, el problema es que no las implementamos. Cuando ocurren problemas de discriminación por género, la sociedad se moviliza en contra. Pero, ¿cuándo ha sido la última vez que hemos visto que lo hagamos ante un caso de edadismo? No se me ocurre ninguno en España e incluso lo he buscado en Google. En el mundo anglosajón hay, y cada vez más.

«Decir que todas las personas mayores son sabias es como decir que todas las mujeres son dulces. Un doble juego: te venero, pero no. Te mantengo en un pedestal, pero muy bajo»

Más allá de legislar, hay que contar las historias en la prensa, en las redes sociales, en documentales. Hay que mostrar que la gente tiene la capacidad y que no estamos acabadas o agotadas a los 42 años. De hecho, tienen mucho que aportar y ofrecer.

También está el sistema de cuotas. Yo no soy muy partidario porque a largo plazo puede rebotar y tener un efecto negativo. Pero quizás se pueden crear proyectos piloto para estudiar cómo funcionan a corto plazo. Son ideas que hay que poner sobre la mesa.

Para terminar, volvamos a su experiencia personal, aquel torneo de hockey fue un punto de inflexión en el que se dio cuenta de que era una persona edadista, pero ha logrado revertirlo hasta llegar a pensar que con 50 años ha estado mejor que con 20. ¿Cómo ha hecho para conseguirlo?

Tengo la suerte de haber escrito este libro. He pasado un par de años reflexionando sobre el tema tanto a nivel personal como global. He leído los estudios y he tenido la suerte de entrevistar a los científicos que están estudiando estos temas. He conocido personas de todas las regiones del mundo. Ha sido un viaje que me ha cambiado el chip por completo, que me ha quitado el edadismo de encima. Ahora tengo una visión mucho más honesta y matizada del proceso de envejecer.

Entiendo que he perdido cosas y que seguiré perdiendo. Que las cosas van a cambiar y habrá algunas que no me van a gustar, pero me esperan muchas cosas buenísimas. Y la verdad es que estoy mejor que nunca. De todas las consecuencias negativas del edadismo, esta es quizás la más triste: el negarse ese conocimiento y conciencia de estar bien. Es una locura tener 42 años, estar en el auge de la vida y sentir vergüenza.

Espero que tenga un efecto semejante en el lector. Ese es mi objetivo, que los demás puedan quitarse el antifaz edadista y ver el mundo con ojos abiertos. De hecho, estoy viendo que los lectores que me escriben forman parte de un espectro de edad muy amplio. Los hay desde los 20 hasta los 90, y eso me encanta. Y pienso, ojalá hubiera escrito este libro a los 30 años, porque me habría ahorrado dos décadas de culpa, vergüenza, miedo e incertidumbre. La ironía es que con 30 años no podría haberlo escrito porque me faltaba la experiencia.

 

 

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