Cultura condensada: de premios literarios controversiales y ballet cubano
En esta entrega, las polémicas en torno a los últimos premios literarios y el adiós a la prima ballerina cubana Alicia Alonso.
¿Aún importan los premios literarios?
En las dos últimas semanas se han entregado tres de los premios literarios más importantes: el Nobel, el Booker y el Planeta. Además de la fama y un jugoso cheque, los premios literarios permiten a los escritores llevar sus obras a otras latitudes. De no haber sido por el Nobel, quizá no serían tantos los lectores que se hubieran conmovido con la poesía de lo cotidiano de Wislawa Szymborska o con la miseria de la posguerra que aparece en los relatos de Kenzaburo Oé. Pero, ¿qué pasa cuando la literatura queda en segundo plano y los premios adquieren relevancia por la ideología de sus laureados, o porque se premian obras que pueden convertirse en un éxito de ventas o se usan como arma para debilitar a la competencia editorial? ¿Tiene algún sentido seguir entregando premios literarios?
Después del escándalo de abuso sexual que suspendió la entrega del premio Nobel de Literatura el año pasado, en esta ocasión la Academia sueca entregó dos premios. Lo que prometía ser una premiación que evidenciara el proceso de reflexión al que los miembros de la Academia se sometieron a lo largo de este año, se convirtió en una premiación decepcionante para algunos críticos, como Jorge Carrión y Ed Vulliamy.
La ganadora del Nobel correspondiente a 2018 fue la polaca Olga Tokarczuk. En un intento por congraciarse después de la mancha a su reputación, no resulta extraño que los académicos suecos hayan elegido a una escritora que ha defendido los derechos de los migrantes, las minorías y las mujeres. Aunque poco conocida en América Latina, pues solo tres de sus novelas se han traducido al español y una de ellas apenas se publicará, Tokarczuk lleva varios años escribiendo y resistiendo al régimen conservador que gobierna Polonia y que la ha calificado de “antipatriota” por recordar en sus obras los episodios más oscuros y trágico de la historia polaca. Cuando se anunció el Nobel, los canales públicos de televisión ignoraron su nombre por varios minutos. Ahora, el régimen aprovecha su reconocimiento para destacar el éxito del país y el trabajo de sus gobernantes, aunque ella continúa en la lista negra de artistas.
Por otro lado, el Nobel de este año se entregó al austriaco Peter Handke. Pese a su trayectoria como novelista, poeta, guionista y director de cine, su galardón ha provocado escozor en miembros de la comunidad literaria. El origen de la polémica se encuentra en que durante la Guerra de los Balcanes Handke se opuso a los ataques de la OTAN a Yugoslavia y al morir el dictador Milosevic asistió a su funeral. En 2006, se le concedió el premio Heine, pero fue tal el rechazo mediático a su apoyo a la causa serbia que el escritor lo terminó rechazando. Ahora, Handke vuelve a estar en el ojo de huracán: hay protestas y cartas firmadas por escritores para que se le retire el premio. Mats Malm y Eric M. Runesson, dos integrantes de la Academia sueca, salieron en su defensa y dijeron que en ninguna de sus obras se ha manifestado una glorificación al genocidio o se han cuestionado los crímenes de guerra documentados. Sin embargo, en el ensayo Las tablas de Daimiel, Handke criticó la dureza del Tribunal de la Haya hacia la desaparecida Yugoslavia y calificó de ilegítimo el proceso contra Milosevic. Queda esperar a ver si la presión surtirá efecto una vez más y Handke declinará el premio o si en su discurso de aceptación hará una mención a la controversia.
En cambio, el revuelo del premio Booker fue más comercial que político. Como escribí hace algunas semanas, la gran favorita para llevárselo este año era The Testaments, de Margaret Atwood. La novela se coló entre los finalistas aunque todavía no se publicaba y el jurado tuvo que mantener el secreto de la trama como si de ello dependiera el destino de una nación. Incluso, una librería inglesa puso a la venta los primeros ejemplares con un sticker de “Ganadora del Booker 2019”, cuando faltaba un mes para conocer los resultados del premio.
En un giro inesperado –de esos que disfrutan los jueces para llamar la atención sobre su premio– se nombró a una segunda ganadora, Bernardine Evaristo por Girl, Woman, Other, convirtiéndose en la primera mujer afrobritánica en recibir el premio.
El jurado del Booker prefirió una apuesta segura y entregar dos premios para satisfacer los intereses comerciales tanto como los artísticos. Si bien Atwood es una destacada narradora, que ya había sido premiada anteriormente y cuyo nombre sonó en las quinielas del Nobel, su más reciente novela no es su mejor trabajo, aunque en pocas semanas ha roto récords de venta gracias a la serie de televisión basada en su precuela. Por otro lado, Evaristo es una escritora menos conocida en el resto del mundo. Su novela, que mezcla el verso con la prosa, nació por la frustración que le provocaba la falta de representación de mujeres de ascendencia africana en la literatura británica.
Las críticas al Booker de este año se centran en que toda la atención se la ha llevado la novela de Atwood, aunque la propuesta de Evaristo es más arriesgada y fresca. En respuesta, Afua Hirsch, miembro del jurado de este año afirmó: “No puedes compararlas. Pero puedes reconocerlas a ambas. Y me alegro de que esto sea lo que hicimos”.
Cerrando esta semana de premiaciones, se entregó el Planeta, el premio mejor dotado económicamente en el mundo editorial en español. El ganador fue el español Javier Cercas, mientras que el finalista fue Manuel Vilas. Con estos reconocimientos Planeta ficha a dos escritores de Penguin Random House, la casa editorial rival.
Paula Corroto señala que, según fuentes del medio editorial, la operación para atraer a los autores a Planeta empezó hace un año y con varios euros de por medio. Los 601 mil euros que incluye el premio al primer lugar podrían superar el millón en el contrato. Con este movimiento, Penguin Random House pierde a dos de sus escritores en lengua española más exitosos en ventas y queda en jaque frente a su principal competencia.
Por otra parte, la decisión de Planeta de premiar a Cercas no es ingenua. Luce como una declaración en contra del independentismo catalán, pues Cercas se ha manifestado en su contra –Terra alta, la novela por la que se le concedió el premio, es una crítica al procés–, hace dos años Planeta mudó su sede de Barcelona a Madrid y, por si fuera poco, el premio se entregó en una elegante cena que contrastaba con los tumultos que se vivían en las calles catalanas.
Aquellas suspicacias de que los premios literarios son “montajes donde se dirimen otras cuestiones más allá de lo estrictamente literario”, como sostiene Silvia Friera, parecen comprobarse en estas últimas controversias. Los premios han dejado de ser un mecanismo para reconocer lo más destacado del quehacer literario y se han convertido en monedas de cambio para otros fines. El talento de Handke, Atwood, Cercas o Vilas no está en duda, sino el criterio de los organizadores de los premios y los jurados para galardonar a los mismos escritores de siempre, para reforzar los mismos mecanismos que mantienen al sistema literario de pie, para no ofrecer una posición autocrítica y para dejar de lado la literatura. Tal vez estemos entrando a una era donde la relevancia cultural de los premios literarios se ha perdido.
Bailarina eterna
Alicia Alonso, la primera bailarina cubana de ballet en alcanzar reconocimiento internacional y la responsable de convertir el ballet en un arte popular en la isla, falleció el 17 de octubre a la edad de 98 años.
Durante la niñez y la adolescencia estudió danza, pero no la vio como una opción profesional hasta que se casó con el bailarín Fernando Alonso y se mudó con él a Nueva York, a finales de la década de los treinta. Desde entonces dedicó su vida al baile.
Inició su carrera en el Ballet Theater, que años después se convertiría en el American Ballet Theater. En 1948 volvió a Cuba, donde fundó una compañía de danza con su esposo. Ahí ganó el reconocimiento internacional por su interpretación de la amante sufrida en el ballet romántico Giselle. En 1957, en plena Guerra Fría, Alonso fue la primera bailarina del hemisferio occidental en presentarse en la Unión Soviética. Y dos años después, con ayuda de Fidel Castro, rescató su compañía de danza que por cuestiones financieras había cerrado, para fundar el Ballet Nacional de Cuba, una de las instituciones de la danza más importantes del mundo. Su cercanía al régimen castrista le valdría críticas y le impediría presentarse en Estados Unidos de 1960 a 1975.
Además de su talento, Alonso será recordada por su pasión por el baile. En 1942, empezó a perder la vista debido a un doble desprendimiento de retina. Su vida se tornó un ciclo de operaciones que por un momento amenazaron con suspender su carrera. Sin embargo, se rehúso a dejar de bailar. Mientras se recuperaba de las operaciones repasaba las coreografías con el solo movimiento de sus manos. La ceguera la acompañaría por el resto de su vida. “Puedo aceptar mi ceguera. No quiero que mi audiencia piense que si bailo mal, es por mis ojos. O si bailo bien, es a pesar de ellos. No es así como debería ser un artista”, dijo en 1971.
La luz del escenario se apagó para ella, pero su contribución a la danza con la creación de un método que, en palabras del crítico de danza Juan Hernández, permitiera a los bailarines latinoamericanos “alcanzar el virtuosismo desde su propia condición y naturaleza” permanecerá.