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Armando Durán / Laberintos: Venezuela, hacia el 10 de marzo

 

El próximo 10 de marzo, Juan Guaidó, con los partidarios que decidan acompañarlo, marchará desde el este de Caracas hacia el Palacio Federal Legislativo con el propósito de recuperar como sea el control físico del Capitolio venezolano, ocupado el pasado 5 de enero por efectivos militares del régimen.

 

Se trata, sin duda, de un acto que marcará un punto de inflexión en el muy complejo proceso político venezolano. O Guaidó consigue movilizar ese día una gran marea humana y logra su objetivo, lo cual sería una derrota irreversible del régimen y lo obligaría a contemplar la transición como una alternativa finalmente ineludible para no perderlo todo, o la sociedad civil le da la espalda a la convocatoria y Nicolás Maduro, apenas empleando algo de fuerza bruta, nuevamente le impedirá a Guaidó su ingreso al recinto de la Asamblea Nacional.

 

La marcha del martes también será un episodio definitivo en la decepcionante confrontación interna de la oposición venezolana desde que el año 2002 unos abogan por las acciones de calle y la desobediencia civil para ponerle fin a la dictadura sin tener en cuenta los riesgos y peligros, mientras otros sostienen la conveniencia de entenderse con el chavismo reinante a cambio de ser reconocidos como fuerza política oficial, condición imprescindible para cohabitar con el sistema hegemónico impuesto a sangre y fuego por la “revolución bolivariana” y así facilitar un eventual cambio político en paz y electoralmente. En el terreno de los hechos concretos, un amargo y paralizante dilema entre quienes desde los tiempos de la tristemente célebre Mesa de Negociación y Acuerdos propuesta por Jimmy Carter a finales del año 2002 y servida meses después por la OEA presidida por César Gaviria, le permitió a Hugo Chávez aferrarse al poder y abolir la democracia como sistema político, utilizando con perversa astucia sus instrumentos formales más básicos: el supuesto acuerdo entre las partes y los mecanismos electores, todo ello cabalmente amañado.

 

Jimmy Carter, César Gaviria, Hugo Chávez

 

Desde entonces, la disyuntiva que le presenta la oposición a los ciudadanos es participar en cuanta elección convoque el régimen, a sabiendas de que son tramposas, pero con la esperanza de conquistar gradualmente espacios que al fin hagan posible el cambio político deseado, es decir, una actuación según el guion escrito y ejecutado por los estrategas nacionales y extranjeros del régimen rozando la perfección, o negarse a colaborar con el enemigo y tomar las calles para precipitar la transición hacia la democracia. Tal como se intentó en abril de 2001 y en los muchos meses de manifestaciones de protestas que en los años 2014 y 2017, ferozmente reprimidas por los cuerpos represivos del régimen.

 

La irrupción de Juan Guaidó en el escenario político nacional el 5 de enero del año pasado al asumir la Presidencia de la Asamblea Nacional le dio un vuelco a esta contradicción, al unir en una sola estrategia la institucionalidad democrática y constitucional con una radical propuesta de ruptura brusca, al denunciar que la reelección de Maduro en una elección presidencial adelantada al margen de la Constitución y las leyes para el 20 de mayo de 2018, sin la participación de un candidato opositor válido, daría lugar, a partir del 10 de enero, fecha prevista para dar inicio a ese segundo e ilegal mandato de Maduro, a una auténtica usurpación de las funciones presidenciales. En consecuencia lógica, política y judicial, si Maduro persistía en su engaño electoral y se juramentaba el 10 de enero, él, en su condición de presidente del Poder Legislativo, le proponía a Venezuela y a la comunidad internacional emprender una terminante hoja de ruta a completarse en tres pasos: cese de la usurpación, conformación de un gobierno provisional para relegitimar todos los poderes públicos y por último convocar a elecciones ahora sí democráticas y justas.

 

Sabemos lo que ocurrió después. Maduro se juramentó el 10 de enero como Presidente de Venezuela, los gobiernos democráticos de las dos Américas desconocieron la legitimidad de ese segundo mandato suyo, la Asamblea Nacional aprobó con fuerza de ley la hoja de ruta propuesta por Guaidó y en virtud de ello, el 23 de enero, Guaidó invocó ante una inmensa multitud pletórica y alegremente lo aclamaba, el artículo 233 de la Constitución para juramentarse como presidente interino de Venezuela. A partir de ese día controversial las democracias reconocieron a Guaidó como legítimo presidente de Venezuela y la combinación del incondicional apoyo de la gran mayoría de los venezolanos y de la comunidad internacional, obligó a Maduro a morder el freno que significaba aceptar, aunque muy a regañadientes, la presencia en territorio venezolano de un gobierno paralelo encabezado por Guaidó.

 

 

En ese momento se tuvo la certeza de que los días de Maduro y del régimen chavista tenían los días contados. Nadie tomó en cuenta, sin embargo, la “lealtad” de un Alto Mando Militar comprometido a fondo en la violación sistemática los derechos humanos y su participación en todos los negocios turbios del régimen. Tampoco la astucia y la capacidad de resistencia de los asesores cubanos de Maduro, ni la complicidad de los viejos partidos de la oposición con el régimen hasta diluir el discurso de Guaido en un mar de lugares comunes, sentarlo a la mesa de negociaciones instalada en Oslo el 15 de mayo de 2019 con el auspicio de buena parte de los gobiernos europeos y hacerlo sustituir el cese de la usurpación y aceptar en cambio negociar con el régimen, no los términos de su salida, sino las habituales opciones meramente electorales para seguir cohabitando con el mismo. Muy pocos meses después ni Guaidó ni su entorno parecían recordar la hoja de ruta propuesta por ellos, y su promisor liderazgo comenzó a diluirse en los entresijos de unas negociaciones que, como siempre, solo servían para garantizarle al régimen su estabilidad. Hasta que el 5 de enero de este año, primer aniversario de la elección de Guaidó como presidente de la Asamblea, y fecha en la que los diputados tenían que reelegir a Guaidó o nombrar a otro presidente del cuerpo legislativos, Maduro creyó sentirse con fuerza suficiente para erradicar en sus propias raíces el mal que representaba la Presidencia paralela de Guaidó, mediante la ocupación militar del Palacio Federal Legislativo, ausencia forzosa que debían aprovechar los diputados del partido del gobierno y un grupo de diputados de la oposición acusados de varios delitos de prevaricación, que por esa razón habían decidido pasarse a las filas del régimen.

 

La marcha convocada por Guaidó para este martes 10 de marzo persigue el propósito de reordenar la caótica situación creada por el régimen el 5 de enero. Y quizá para calcular su fuerza y medir la posible reacción del régimen, el sábado pasado produjo lo que podríamos calificar de un ensayo general de la marcha del martes, al convocar, sin otra finalidad, una marcha cívica por el centro de la ciudad de Barquisimeto. Lamentablemente, no se consiguió ese objetivo, porque al llegar Guaidó y los primeros grupos de sus partidarios al punto de la concentración ciudadana, un grupo pequeño pero muy violento de chavistas los atacó a pedradas y disparos de pistola. Las fotos muestran dos aspectos siniestros del suceso. En una vemos a un atacante apuntando con su arma directamente a Guaidó; en otra, el lamentable estado en que quedó su vehículo, literalmente cosido a balazos.

 

¿Se repetirá esta demostración de barbarie el próximo martes en el centro de Caracas? Todo permite suponer que sí, lo cual incidiría notablemente en la política apaciguadora de la Unión Europea y de algunos gobiernos latinoamericanos, entre ellos los de México y Argentina, que rechazan categóricamente cualquier intento de producir en Venezuela un cambio político por opciones distintas a la de una negociación entre el régimen y la oposición para acordar la celebración de elecciones, este mismo año parlamentarias y dentro de cuatro años presidencial, sin necesidad de un cese previo de la “usurpación.”

 

Por ahora, el ataque chavista a la manifestación de Barquisimeto encabezada por Guaidó ha puesto de manifiesto la creciente impaciencia internacional ante los desmanes continuados de Maduro y compañía. Tanto, que hasta los sectores más “conciliadores” de la Unión Europea y del gobierno español, los más firmes promotores de la solución negociada de la crisis venezolana, ya han expresado su profundo malestar. Josep Borrell, por ejemplo, alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior, emitió un comunicado en el que califica el ataque de “inaceptable”, porque “actos de esta naturaleza contra la oposición y la democráticamente elegida Asamblea Nacional y sus miembros dificultan aún más los esfuerzos para alcanzar una solución política a la crisis.” Por su parte, en otro comunicado oficial difundido también el pasado domingo, el Gobierno de España condenó “rotundamente” el ataque perpetrado contra “la manifestación liderada por el Presidente Encargado Guaidó ayer sábado en Barquisimeto y demanda que se garantice a los venezolanos el legítimo derecho de manifestarse pacíficamente.” O sea, a permitir la marcha de este martes.

 

Ambos hacen hincapié en la necesidad de adoptar el mecanismo diplomático del diálogo como vía para reordenar en paz la muy alterada vida política venezolana, a pesar del deprimente resultado con que han terminado estos esfuerzos a lo largo de los años, pero ahora, ante la persistencia del régimen en la siniestra tarea de asfixiar a quienes en Venezuela no estén dispuestos a comulgar con las ruedas de molino rojas-rojitas del chavismo más militante, le advierten al régimen venezolano que a la comunidad internacional le queda muy poca paciencia y pronto puede rendirse a la evidencia. Una suerte de amenaza: si Caracas se sigue apartando del respeto a los derechos humanos y políticos de los venezolanos, será muy difícil continuar enarbolando la bandera de una solución pacífica, democrática y electoral del problema venezolano. Una eventual novedad de gran trascendencia, sobre todo después de la reciente gira de Guaido por Europa y las dos Américas.

 

Quizá porque la amenaza se ha hecho estos días muy palpable, representantes de la oposición más complaciente con el régimen, si bien siguen apoyando públicamente a Guaidó, han sostenido múltiples reuniones con diputados del oficialismo y de la espuria Asamblea Nacional paralela con la finalidad de acordar cuanto la designación de un nuevo Consejo Nacional Electoral, instancia imprescindible para convocar y celebrar elecciones a la manera del régimen. Precisamente por eso, Ángel Medina, diputado por el partido Primero Justicia, cuyo máximo líder es Julio Borges, comisionado de Guaidó para las Relaciones Exteriores de su gobierno interino, en declaraciones dadas el pasado viernes a la televisión venezolana que se transmite desde Estados Unidos, advertía que “puede que haya elecciones con Maduro en el poder, porque a fin de cuentas lo que importa es que este mismo año se celebren elecciones.” Una declaración que contradice abiertamente la posición que sostiene Guaidó, para quien desde su regreso de la reciente gira que realizó por algunos países europeos y las dos Américas, con el apoyo del gobierno de Estados Unidos y del Grupo de Lima, la celebración de cualquier elección en Venezuela exige que primero Maduro abandone el poder.

 

Estos son los confusos términos del dilema que tal vez, y solo tal vez, tendrán que esclarecerse el martes en las calles de Caracas y a las puertas del Palacio Federal Legislativo. Por ahora puede afirmarse que ya nadie duda que los exabruptos violentos del régimen, más que accidentes imprevistos, se corresponden como anillo al dedo a la naturaleza totalitaria del régimen y, en consecuencia, marcaran la pauta de la jornada del martes. También podemos sostener que todo lo que ocurra ese día, al margen del resultado de los enfrentamientos, el martes se despejará una incógnita decisiva. ¿Retomará Guaidó ahora la ruta abandonada sinuosamente en Oslo y Barbados del cese de la oposición, o su espectacular estrella política, muy averiada desde el verano del año pasado aunque algo refrescada tras su última gira internacional, recuperará parte de tanta fuerza perdida, o se apagaría definitivamente y a muy corto plazo? Eso lo trataremos de dilucidad la semana que viene.

 

 

 

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