Diario de la cuarentena (11): El avión de Daniela
Has arrojado aviones de papel por la ventana, Daniela. ¿Que cómo lo supe? ¡Pues fácil! En un ala estaba escrito, con rotulador verde y una letra perfecta, tu nombre. En la otra, separada por un guion, la palabra Coronavirus
Nos vamos a morir. Pero no será hoy, Daniela. Te lo prometo. ¡Asómate y compruébalo! En nuestra calle, el sol calienta y el cielo está limpio, azul y transparente, como una ventana recién lavada. La ropa tendida se deja mecer por al aire caliente de la primavera. ¿No la has visto? Bueno, quizá no, porque tú vives en el otro bloque, el que da al puente Calero. Sí, ése, donde el autobús y los contenedores de reciclaje.
Justo ahí he encontrado tu avioncito. En realidad, me topé con tres. Todos estaban hechos con papel bond blanco, pero el tuyo era el único con un mensaje escrito. Chica lista, ¿verdad que escribir calma? Al observar tu aeroplano, entendí al instante que no lo diseñaste para matar el aburrimiento. Querías que llegara a algún sitio.
¿Cómo lo supe? ¡Pues fácil! En un ala estaba escrito tu nombre con rotulador verde y una letra perfecta, un tanto sospechosa, pero perfecta al fin y al cabo. En la otra, separada por un guion, la palabra Coronavirus —tranquila, le pasa a los genios: la página se les queda pequeña—. ¿A que es pesado el virus este? Nos tiene recluidas en casa, a ti con tus padres y hermanos. A mí, sola.
Encontré tres aviones de papel, pero el tuyo era el único con un mensaje. Querías que llegara a algún sitio
Para ser tan joven, conoces muy bien cómo se envían las cartas impresas y cómo doblar correctamente un avión de papel. Pensé que los de tu quinta no sabíais hacer estas cosas. Debo decirte que me sorprendió tu destreza: de un lado el destinatario y del otro el remitente. Estoy segura, además, de que soplaste bien el morro de tu avión, de lo contrario se habría estrellado en el balcón de algún vecino.
No te conozco, Daniela, pero creo haber entendido por qué, a diferencia de los aviones en blanco de tus hermanos, el tuyo era certero: porque quería ser encontrado. Te diré más, estoy convencida de que si construiste ese aeroplano de papel fue para pedirle al Coronavirus que se marchara de una vez por todas. ¿A que sí? Ten paciencia. Tarde o temprano se irá.
¿En qué planta vives? Seguro que es alta, porque tu avión ha planeado. Y si llegó a mí, seguro le llegará a Covid-19. Dalo por hecho. ¿Sabes? A mí también me gustaría pedirle lo mismo: que se marche, que deje de rondar a mi familia, que no me pise los talones cuando salgo a tirar la basura, que me deje dormir por las noches. Yo, Daniela, también quiero que se vaya.
Con lo que hemos vivido en estos últimos once días, ya tienes edad para saber algunas cosas, Daniela… Esta es tu primera prueba
Con lo que hemos vivido en estos últimos once días, ya tienes edad para saber algunas cosas, Daniela: que la vida se acaba. No siempre ocurre de esta forma abrupta. Cuando se agota, la longitud de la vida alcanza para haberlo probado y visto casi todo. Por eso tienes la responsabilidad, prométemelo, de vivir cada experiencia hasta sacarle el jugo. Esta es tu primera prueba: aprende de todo, incluso de lo que no te guste, y no olvides lo que ha pasado.
Me gustaría salir para encontrarte. Pero ni puedo ni debo. Nuestro lugar es el hogar. Como en el cuento de Basilisa la hermosa —¿lo conoces? — nos toca guardar el fuego de las brujas, que tampoco son malas, son solo brujas. No las entendemos, de la misma forma en que se nos escapan las razones del Covid-19. Pero siempre podremos, ya ves, mandarles aviones de papel. Escribirles plegarias o quejas. Nadie puede quitarnos el derecho a ordenar nuestros miedos sobre una hoja en blanco.
Nos vamos a morir, pero hoy no Daniela. Te lo prometo. A cambio, ¿podrías tú hacer algo por mí? Esta noche, o mañana en la mañana, después del cole y cuando acabes con los deberes que te han dejado los maestros, mándame un avión. Puede que tengas miedo, y lo entiendo, pero por favor no dejes de escribir, ni ahora ni nunca.