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Yoani Sánchez: Día 8 de la emergencia por el covid-19

La iniciativa privada se volverá vital en las próximas semanas para evitar una hambruna en esta Isla

Hoy un vendedor ambulante rompió el silencio de la mañana con su pregón de pasteles de coco y de guayaba, a los que describió como «originales», pero pocos vecinos se atrevieron a bajar desde los bloques de concreto del barrio. Entre la necesidad de buscar suministros y el temor al contagio, en esta ocasión ha primado la cautela.

Y no exageran. Este fin de semana los casos positivos en Cuba han superado el centenar para llegar a 119 y el covid-19 se ha llevado ya tres vidas, según fuentes oficiales que no acaban de convencer a muchos. La gente teme que a los números del contagio les esté ocurriendo lo mismo que a otras incómodas estadísticas del pasado.

En fin de cuenta, hemos vivido por décadas en un escenario de cifras maquilladas, donde a las positivas se les agrega la levadura del triunfalismo

En fin de cuenta, hemos vivido por décadas en un escenario de cifras maquilladas, donde a las positivas se les agrega la levadura del triunfalismo para que crezcan, mientras se recortan o se silencian los tercos indicadores del desastre. Cuando se ha mentido tanto, se corre el riesgo de que aunque se diga la verdad nadie la crea.

En este caso, la desconfianza es aliada del instinto de supervivencia y aunque los funcionarios aseguran que van a garantizar los productos básicos, muchos ciudadanos siguen lanzándose a las calles para hacer colas, acarrear y almacenar comida. Lo grave es que en esa tarea no solo llevan a su hogar algo de pan y arroz, sino también -potencialmente- el virus.

En nuestra casa hemos reforzado la protección. Las salidas son cada vez más esporádicas y subir por las escalera hasta el piso 14 resulta práctica obligatoria para evitar el congestionado ascensor. Hemos sufrido un par de cortes eléctricos desde ayer, pero breves. Sería muy grave que además de los escasos jabones tuviéramos que empezar a buscar velas.

Sigo sembrando verduras y vegetales en cualquier envase que me encuentro. Hoy le tocó el turno a unas semillas de ají cachucha y otras de albahaca. Mañana plantaré mis primeras cebollas y unos dientes de ajo. No sigo manual alguno, me dejo llevar por mi «dedo verde» que no sirve para tocar piano pero ha demostrado buenas dotes para la agricultura. La guajira que hay en mí brota por estos días.

Intuyo que la iniciativa privada se volverá vital en las próximas semanas para evitar una hambruna en esta Isla, pero dependerá de que las autoridades comprendan la gravedad del momento y eliminen todas las trabas para la producción agropecuaria. Solo el campo cubano puede salvarnos, pero le urgen menos restricciones y más libertades. Sin eso, estamos condenados.

Ya una vez los campesinos nos salvaron en los años 90. Tras la caída del Muro de Berlín y el fin del subsidio soviético, la Isla se hundió en la falta de combustible, los largos apagones y el déficit de alimentos. Fueron años, también, de un encendido discurso político que parecía más dispuesto a conducirnos hacia un modelo al estilo Kampuchea que hacia la necesaria apertura económica y política. Pero, cuando muchos habían perdido la esperanza de una mejora y después de décadas de testaruda estatización de la economía, se autorizaron nuevamente los mercados agrícolas.

De la mano de aquellos productores privados regresaron las guayabas, probé los primeros canisteles de mi vida y pude hacer el puré de malanga que comenzó a comer mi hijo

De la mano de aquellos productores privados regresaron las guayabas, probé los primeros canisteles de mi vida y pude hacer el puré de malanga que comenzó a comer mi hijo pocos meses después de nacer. Lamentablemente, aquella flexibilización se fue llenando de restricciones que han lastrado el crecimiento del sector y el potencial de nuestra tierra. La Plaza de la Revolución le cogió miedo a los guajiros. Pero, ahora, no tiene otra opción que abrir y abrir.

Mientras entierro las semillas en varias macetas, escucho el altavoz de un vehículo que recorre las calles de mi barrio. «Extreme las medidas, no esté en la calle y cuídese del coronavirus», se escucha decir una y otra vez. Hasta hace unos días, esas bocinas solo hubieran difundido consignas políticas, pero un diminuto enemigo las ha obligado a cambiar el guion.

 

 

 

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