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Ricardo Bada: El caso Hamsun

Thomas Mann dijo acerca de él que nunca se había concedido el Nobel de manera más merecida. Isaac B. Singer afirmó que era «en todos los sentidos el padre de la literatura moderna». Ernest Hemingway confesó que «Hamsun me enseñó a escribir». Gorki, Gide, Galsworthy, H.G. Wells, Kafka, Stefan Zweig, Hesse, Papini, Henry Miller y Paul Auster lo han elogiado a lo largo de los años. Y el periodista y dramaturgo vienés Egon Friedell llegó a compararlo con Homero. En cambio, el escritor danés Henrik Pontoppidan (Premio Nobel 1917), al hablar de su literatura, decía que las novelas de Hamsun eran «un circo de pulgas», marionetas colgadas de unos hilos que el autor manejaba a su capricho. 

Sea como fuere, hace tiempo que nadie discute la grandeza de su obra, ni siquiera en su propio país, donde al terminar la ocupación nazi, en 1945, estuvo a punto de ser juzgado como traidor a la patria. Pero poco después de terminar su proceso volvieron a reeditarse sus libros y hoy se cuentan diez calles y plazas, y una escuela superior, con su nombre, así como 19 monumentos en toda  Noruega. 

Tan sólo 24 horas antes de la capitulación sin condiciones de la Wehrmacht, en el diario noruego Aftenpost apareció el 7.5.1945 una necrología de Hitler en la cual se le llamaba gran reformador y combatiente, concluyendo el texto con esta frase:«Nosotros, sus fieles seguidores, inclinamos la cabeza ante su muerte». Y a continuación la firma autógrafa de Knut Hamsun.

¿Cómo fue posible que el autor de Hambre, de Pan, de Victoria, de esa epopeya impar que es Bendición de la tierra, Premio Nobel 1920, se embanderase con el nacionalsocialismo y con Hitler, desde fecha tan temprana como 1934, a sólo un año de la llegada de los nazis al poder? Y sin embargo, era algo que podía haberse previsto sin mucha dificultad considerando la admiración que Hamsun sentía por Alemania (mezclada con el agradecimiento por ser el país al que debía gran parte de su fama mundial) y el odio que profesaba a Inglaterra. 

El dizque “hombre natural” que pasaba por ser Hamsun creía que los alemanes eran un pueblo de gentes sencillas y amantes de la Naturaleza, mientras los ingleses representaban todo aquello que ese presunto “hombre natural” veía con malos ojos: la máquina de vapor, la industrialización, la destrucción del  medio ambiente en nombre de un Progreso que escribían con mayúscula. Sólo hay que hacer la necesaria precisión de que el “hombre natural” Hamsun, además de lector asiduo de Dostoievski, los hermanos Goncourt, Paul Bourget, Strindberg y posiblemente Mark Twain, era un apasionado jugador de póker, un amante de conducir autos a gran velocidad, un entusiasta de los films del Far West y un tipo nada alérgico a ese “agua de la vida” que es el whisky.

Cuando Noruega fue invadida en 1940 por la Wehrmacht y se instaló en el poder el Nasjonal Samling, el partido cipayo de Vidkun Quisling, bajo la batuta de un comisario del III Reich, el tétrico Josef Terboven, al octogenario Knut Hamsun le faltó tiempo para lanzar esta proclama: «¡Noruegos! ¡Tirad vuestros fusiles y volved a casa! Los alemanes luchan por todos nosotros, y ahora romperán la tiranía de Inglaterra sobre nosotros y todos los neutrales». También animó a la marinería noruega a desertar y se dirigió a los luchadores de la resistencia pidiéndoles que no derramasen su sangre en vano. 

No es extraño, pues, que concitara el odio de su compatriota Sigrid Undset (Premio Nobel 1928), cuyo hijo mayor, Anders, cayó en defensa de la libertad de su país. Pero también debe hacerse constar que no fueron pocas las familias de resistentes condenados a muerte que recurrieron a Hamsun para que intercediera por ellos, y que fueron muchas las vidas que salvó con su intervención. Jamás se vanaglorió de ello, ni tan siquiera lo alegó como argumento exculpatorio durante el proceso que se le hizo en 1947. Y debe hacerse constar, asimismo, que ninguno de aquellos a quienes salvó la vida compareció en el juicio para testificar a su favor, tal era la atmósfera preñada del deseo de revancha que se vivía en los años inmediatos al final de la guerra.

Pero lo que por encima de todo Noruega no le perdonaba a Hamsun es su encuentro con Hitler en la residencia alpina del dictador, el Berghof cerca de Berchtesgaden el 26.6.1943. Un encuentro auspiciado por el diabólico ministro de Propaganda del III Reich, Joseph Goebbels, a quien el autor de Hambre, en prueba de su agradecimiento a Alemania, le había regalado nada menos que la medalla del Nobel.

El tête–a–tête de Hamsun y Hitler, en presencia de sus respectivos intérpretes, discurrió y terminó mal. El anciano noruego padecía ya una acentuada sordera, y el ex cabo no estaba acostumbrado a que se le interrumpiera cuando hablaba. Además, lo que había llevado a Hamsun a solicitar una audiencia con Hitler era exigirle que retirase a Terboven de su cargo en Oslo: «Los métodos del comisario del Reich no son apropiados para nosotros, su prusianismo es para nosotros inaceptable, y además de eso las ejecuciones, ¡no lo queremos más!» Hitler se domina, le ruega a Hamsun que tenga comprensión hacia la dureza de Terboven, y trata de cambiar el tema hablando de Ucrania, donde la situación es parecida. Pero Hamsun le interrumpe«Terboven no quiere Noruega sino un protectorado. ¿Lo van a retirar alguna vez de su cargo?» Para sorpresa de todos, Hitler acepta«El comisario del Reich es un hombre de la guerra, sólo tiene en Noruega tareas exclusivamente bélicas. Cuando termine la guerra, regresará a Essen, donde es jefe provincial».

Hamsun llora cuando dice: «No es que estemos en contra de la ocupación. Pero ese hombre destruye más de lo que usted pueda construir». Egil Holmboe, su intérprete, no traduce la segunda frase y le advierte a Hamsun: «No hable de eso, ya tenemos la palabra del Führer». Hitler saca a colación la buena voluntad alemana permitiendo el gobierno de Quisling, y Hamsun sacude la cabeza: «Estamos hablando con una pared». Tampoco esta frase la traduce Holmboe, se da cuenta de que pisan terreno minado. Hitler habla de las cargas que el pueblo alemán debe soportar y que los sacrificios políticos en los territorios ocupados carecen de importancia, A lo que Hamsun replica: «¡Le creemos a usted, pero su voluntad es falseada! Lo que sucede en Noruega no es correcto, eso conducirá después a una nueva guerra».

Tampoco traduce Holmboe esta última frase, pero a Hitler se le acabó la paciencia. Se pone en pie, hace gestos como de lamentar lo que sucede, dice «Sí, sí, señores míos» y se retira a la terraza. Y al marchase Hamsun explota«¡No quiero ver nunca más a gente como esta!» Pero lo cierto es que al regreso de Hamsun a Noruega fueron liberados dos rehenes a quienes se iba a ejecutar como represalia por la muerte en atentado de un oficial alemán, y que a partir de ese momento ya no se produjeron en el país más ejecuciones de rehenes.

Todo lo que va narrado acerca de ese encuentro salió a la luz en 1978, cuando el escritor danés de no ficción Thorkild Hansen sacó un extenso volumen (608 páginas en la edición alemana, que es la que manejo) titulado El proceso Hamsun

Thorkild Hansen tuvo acceso a 300 cartas de la correspondencia entre Hamsun y su esposa Marie, las actas del examen siquiátrico a que fue sometido Hamsun para dictaminar si estaba en su sano juicio, el diario secreto escrito por él durante su internamiento en el sanatorio siquiátrico, y sobre todo el acta minuciosa del diálogo entre Hamsun y Hitler, redactada por Ernst Züchner, el intérprete personal de Hitler. En el Berghof, Hamsun renunció a los servicios de Züchner, prefería que tan sólo tradujera Holmboe, su intérprete, y Hitler accedió a ello, por lo que Züchner se sentó aparte pero pudo seguir toda la conversación y anotarla cuidadosamente.

Apenas terminada la guerra, Züchner entregó una copia de ese acta a la legación de Noruega en Estocolmo, con la firme convicción de que ella exculparía a Hamsun en el proceso a que fuese sometido. Pero ese acta no se mencionó para nada durante el proceso, que tuvo lugar en 1947, y en el que Hamsun pronunció un alegato final impresionante, una pieza maestra de oratoria, que acabó con estas palabras: «El tiempo juega a mi favor, puedo esperar, vivo o muerto, eso es indiferente».

Su alegato está recogido en el último libro que publicó, Por senderos que la maleza oculta, a sus 90 años de edad, en 1949 y en plena posesión de sus facultades. A partir de ahí vino la imparable cuesta abajo hasta su muerte, el 19 de febrero de 1952, como queda documentado a través de las cartas de Marie Hamsun a su hija Cecilia, en Dinamarca«Está al nivel de un niño de seis meses, no puede ni acertarle a la boca con la cuchara cuando come. [] ¡Es una tragedia que tenga que apurar el cáliz hasta las heces! Él, que siempre aborreció la vejez y en el fondo siempre fue duro de corazón contra todos los que se permitían ser viejos y desvalidos. Esto es quizás la Némesis, como decía una mujer en la prisión» (aquella en la que Marie pasó algunos años acusada de connivencia con el enemigo).

El gran autor alemán Siegfried Lenz reseñó en su día el libro de Thorkild Hansen bajo el título “Error y culpa”. Conservo el recorte entre las páginas del libro, y termina diciendo: «Incluso aquellos que no sigan al autor danés en todo cuanto dice (no creo, por ejemplo, que los «casos» Ezra Pound y Gottfried Benn puedan relacionarse con Hamsun de la manera en que lo hace) [] tendrán que admitir que este libro es un logro extraordinario. Siempre ligado a Hamsun, apunta más allá de su caso y se convierte en una controversia universal sobre el error y la culpa, las afinidades y las justificaciones. Una obra que me ha cautivado como ninguna otra en mucho tiempo». Doy fe de lo mismo, al cabo de casi medio siglo ya de haberla leído.

 

 

Ricardo bada

(Huelva/España, 1939), escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Autor de La generación del 39 (cuentos, Nueva York 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, Huelva 1994), Amos y perros (cuento, Huelva 1997), Me queda la palabra (ensayos, Huelva 1998), Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, Madrid 2000), Límeri de Bueno Saire (poemas nonsense, Río de Janeiro 2011) y La bufanda de Cambridge (cuentos, Bogotá 2018). Editor en Alemania junto con Felipe Boso de una antología de literatura española contemporánea, Ein Schiff aus Wasser (Un barco de agua); junto con José A. Moral de la obra periodística de Gabriel García Márquez, y en solitario de los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú (La estación de fiebre y otros amaneceres, 1991), y en Bolivia de la única antología integral en castellano de Heinrich Böll (Don Enrique, La Paz, 1995).

Ha sido, y en media docena de los casos sigue siéndolo, colaborador regular en Revista de Libros, Revista de Occidente, ABC, Cuadernos Hispanoamericanos y Vasos Comunicantes (España), El Espectador y El Malpensante (Colombia), Nexos, La Tempestad y La Jornada (México), La Nación (Costa Rica), Brecha y El País (Uruguay), Aurora Boreal (Dinamarca), Amsterdam Sur (Países Bajos) y La Opinión (Los Ángeles/California), además de la revista Etiqueta Negra (Perú) y las cuatro ediciones de SoHo (Colombia, Costa Rica, México y Ecuador).
Republicano y agnóstico a carta cabal, convicto y confeso, paradójicamente fue nombrado caballero de la Orden de Isabel la Católica, y padece –no menos paradójicamente– una curiosa dolencia llamada sacralización.

 

 

 

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