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Villasmil – EEUU: ¿Elecciones o batalla campal?

 

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Confieso de entrada que esta iba a ser una nota en la cual pensaba analizar las características estructurales –sistema de elección presidencial por Colegio Electoral, por ejemplo- y coyunturales –candidaturas de Joe Biden y Donald Trump, las encuestas, etc.- de las próximas elecciones estadounidenses, que como bien se sabe concluirán el día 3 de noviembre (si el virus chino no dice otra cosa). Pero resulta que hay asuntos mucho más graves.

Conversando con un amigo experto en temas de política exterior, concluimos que ha llegado la hora de alarmarse, porque a la pandemia china se está uniendo un auténtico virus de odio y de división, que está envenenando como nunca antes los debates públicos, produciendo discursos crecientemente intolerantes en todas partes, con especial presencia en dicha campaña electoral. Unos y otros –Republicanos y Demócratas- que hasta 2016 eran seres humanos con visiones distintas, plurales, pero al final democráticas, ahora resulta que son engendros infernales.

La política norteamericana ha sido una de las más estables del planeta en términos de su sistema político, sus instituciones, sus dinámicas. No quiere decir ello que no haya tenido o que no tenga variados y arduos problemas; simplemente afirmo que la estabilidad ha sido un valor fundamental priorizado en la arquitectura institucional creada por los llamados padres fundadores, Jefferson, Madison, Hamilton y Adams. Desde el siglo XIX han existido dos grandes partidos que, a su muy peculiar manera, con el paso del tiempo responden a visiones del mundo contrastadas: hoy, una es liberal (en el sentido gringo quiere decir “progresista”) y la otra conservadora. La primera, es el partido Demócrata, la segunda el Republicano. Ambos tienen alas moderadas y radicales. Pero parece que algunos analistas inexpertos, recién llegados, de noveno inning, han descubierto (y se han llevado las manos a la cabeza, espantados), que esos matices existen, y por ende hay que negarlos, y decir que los republicanos son TODOS unos fascistas, o que los demócratas son TODOS unos comunistas amigos del castro-chavismo.

El amigo lector debe haberse dado cuenta: la palabra clave es TODOS; porque de lo que se trata es de generalizar y de cubrir con un manto deshumanizador al contrario, que ya pasa a ser considerado un enemigo. Y la democracia, la convivencia, las instituciones republicanas, la búsqueda de puntos de consenso o acuerdo, que se vayan a la porra. Las opiniones destructivas son más importantes que los hechos. Les dan más valor a los rumores y a las teorías conspirativas que a las realidades.

Lo peor es que entonces al resto de los ciudadanos nos dinamitan la posibilidad de diálogo, toda conversación seria es imposible, dejándonos entonces solo como alternativas temáticas hablar, por ejemplo, del tiempo, como tímidos personajes de novela inglesa de la posguerra o, recordando las lecciones del profesor Higgins a su pupila Eliza en “My Fair Lady”: “The rain in Spain stays mainly in the plain” (en España llueve principalmente en las planicies”).

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Franklin Delano Roosevelt, preparándose para lanzar la primera bola en el juego inaugural de la temporada de béisbol de 1941

 

No me gusta Joe Biden –mis amigos Demócratas lo saben-; incluso pienso que el último presidente Demócrata que tuvo una política exterior con resultados realmente exitosos fue Franklin Delano Roosevelt (en la Segunda Guerra Mundial). Pero de allí a querer asesinar moralmente al presunto candidato del partido Demócrata, persona que puede parecer a veces algo quedada, pero que ha sido siempre considerado un ciudadano honorable con trayectoria pública reconocida, y convertir la campaña electoral en un estercolero de teorías conspirativas, hay una distancia ética considerable. Señalar que hay “fuerzas oscuras”, conspiraciones demoníacas que hay que culpar de todo lo malo que está ocurriendo, es una rendición ética y un error estratégico y político que desdice de un temperamento realmente creyente en las instituciones democráticas.

¡Ojo! Esto es muy distinto a no darse cuenta de la existencia de dinámicas que buscan destruir los valores occidentales, los principios democráticos, la estabilidad de las sociedades. Ha ocurrido en época reciente, por ejemplo, en Sudamérica, cuando determinadas reivindicaciones sociales han sido manipuladas para destruir propiedades públicas y privadas. Es evidente que detrás de estas desestabilizaciones está la mano del Foro de Sao Paulo, del Grupo de Puebla, de grupos anarquistas promotores del caos y de una nueva guerra ideológica, e incluso de sectores socialdemócratas o liberales, con gobiernos usualmente débiles, que hacen de tontos útiles y siguen siendo incapaces de criticar las estrategias malignas que surgen, por ejemplo, desde La Habana castrista. Los anarquistas parecieran tener una mayor capacidad organizativa que los demócratas. A esto se une, por supuesto, el caso específico del socialismo del siglo XXI, donde el marxismo-leninismo se da la mano con el narcotráfico y el terrorismo.

Merece mencionarse asimismo el caso español, donde hoy es vicepresidente –bajo la responsabilidad histórica de un partido socialista que desde Rodríguez Zapatero se desintegró moral y éticamente- alguien que anda proclamando por todas partes su deseo de destruir las instituciones de la constitución democrática de 1978. Pablo Iglesias hace y deshace, destruye y siembra cizaña, pero –en ejemplo perfecto de “democracia boba”- se sigue pensando que está en su derecho de intentarlo, a pesar de que, quitadas las mascarillas y tapabocas tácticos, el hombre haya mostrado su faz fascista de izquierda, su aspiración a ser el Lenin español (aunque en verdad semeja más bien a Rasputín). Él es una figura fundamental del nuevo “pensamiento único” de la izquierda, reivindicadora de la violencia anti-institucional para la toma del poder, tanto en Europa como en América Latina.

Hace casi un siglo que las instituciones republicanas y democráticas fueron atacadas por los diversos totalitarismos, fascista, nazi y comunista soviético; hoy, de nuevo las instituciones que promueven la libertad son atacadas desde las playas neo-comunistas, los diversos nacionalismos y los populismos de derecha, en especial en Europa y América.

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Casualmente estoy leyendo un libro de nombre “Scapegoat (El chivo expiatorio – Una historia de cómo se busca culpar a otras personas), que describe muy bien la génesis, historia, características y métodos de todos los intentos que se han hecho a lo largo del tiempo por deshumanizar al contrario y al rival con fines de lograr su destrucción. Y de culpar a otros por nuestros errores.

Al parecer, nunca en la historia ha habido tantas personas o cosas a las que culpar.

En el pasado hubo casi siempre tres culpables a escoger: las mujeres, los judíos, y algunos animales. Hoy, nadie se salva. A los anteriores, siempre vigentes, agreguemos por ejemplo a los negros -¡perdón, los afroamericanos!-, o los asiáticos, todos culpables por el actual virus; incluso los personajes históricos ya fallecidos, especialmente por cometer el pecado mortal de no pensar ni creer como una persona progresista -o conservadora- de hoy. Culpables todos, hasta Cervantes y Shakespeare. Y sus estatuas.

Unos 150 intelectuales en su mayoría norteamericanos han denunciado esta situación de “intolerancia hacia las perspectivas opuestas” junto a “la humillación pública”, y la “tendencia a disolver asuntos complejos de política en una certitud moral cegadora». «La manera de vencer a las malas ideas es exponiendo, argumentando y convenciendo, no intentando silenciar o apartando. Rechazamos cualquier falsa elección entre justicia y libertad, que no pueden existir la una sin la otra”.

Toda teoría conspirativa es una grosera simplificación de la realidad; y, como muchos medios de comunicación han descubierto, culpar vende. Más que el sexo, o que las celebridades de turno. Porque culpar es hoy un producto. Tan peligroso como un virus, incluso el de origen chino.

 

 

 

 

 

 

 

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