Democracia y Política

Y si el Rey

«Podemos, una formación política incapaz de mantener la neutralidad en la redacción de un manual de instrucciones de una tostadora que se permite dar lecciones de imparcialidad»

Hace una semana tuvo lugar en Barcelona la entrega de despachos a la nueva promoción de jueces sin la presencia de la Jefatura del Estado y vale aquí la pena la mención a la institución porque es a la representación de la unidad y la permanencia de la democracia española a lo que se renuncia cuando se prescinde de ella. Habida cuenta que hay un partido en el Gobierno de España al que no representa ni la monarquía parlamentaria ni la propia Constitución, porque así se han esforzado en dejarlo claro estos años, deberíamos ser contenidos en manifestar sorpresa. Menos honesta parece, sin embargo, la postura del Partido Socialista, cuyo ministro de Justicia ha justificado en aras de la convivencia esa suerte de veto al Rey en Cataluña, claudicando así ante dirigentes nacionalistas dispuestos a imponer en una comunidad autónoma qué instituciones del Estado pueden exhibirse libremente. A saber, por cierto: ninguna. Ese es su proyecto y la extinción del Estado en Cataluña, su objetivo. Todavía se espera una crítica desde la izquierda a este episodio.

También socialista es la presidenta del Congreso de los Diputados que permitió el pasado miércoles a otro diputado nacionalista catalán vincular la monarquía parlamentaria con la dictadura franquista al término nada menos que de la sesión de control. Ningún diputado progresista tuvo a bien entender ese marrullero alegato contra la Jefatura del Estado como una «ofensa a las instituciones del Estado» que amonesta el Reglamento de la Cámara. Si lo hicieron desde la oposición, y a uno de los que intentó protestar se le fue negada la palabra por parte de Mertixell Batet, quien se amparaba unos segundos antes en la libertad de expresión para socavar la honorabilidad del Rey. Los hechos, nuevamente, solo han sido denunciados por partidos que no son de izquierdas.

Insistimos en la reacción de los partidos que se proclaman progresistas porque la opinión pública sí ha iniciado un debate sobre la Jefatura del Estado esta semana, pero la tesis más respaldada por el oficialismo monclovita es la que acusa a «la derecha» de una apropiación perniciosa de los símbolos del Estado, de modo que la defensa del Rey redunda en un perjuicio para el Rey porque empezaría a ser concebido como una institución de parte. Es curioso cómo se asume sin pestañear el marco discursivo de Podemos, una formación política incapaz de mantener la neutralidad en la redacción de un manual de instrucciones de una tostadora que se permite dar lecciones de imparcialidad. Pero llama todavía más la atención que quienes afean a los partidos constitucionalistas que defiendan la Constitución sean los mismos que, hoy hace tres años, reprochaban al Rey haber tomado partido en su decisivo discurso el 3 de octubre.

El Jefe del Estado fue escrupulosamente neutral en su defensa de la convivencia entre españoles, el imperio de la ley y la soberanía nacional en aquellas palabras. Eso es lo que molesta y desata la inquina de quienes hoy penalizan la figura del Rey. La grandeza de aquel discurso reside no solo en el hecho de que Felipe VI se adelantó al gobernantes, oposición y sociedad civil, sino en que lo hizo para no ceder un solo centímetro ante quienes cuestionaban -y no eran solo separatistas- la legitimidad del régimen democrático de 1978. Invito a quienes hoy temen por la patrimonialización del Rey a que hagan el ejercicio de pensar qué hubiera sucedido con España si el Jefe del Estado les hubiera escuchado. «Podría haber condenado la violencia policial (sic)», «Debería haber empatizado con los independentistas», «He echado de menos que hablase más a los catalanes».

Si el Rey, como le pedían, hubiera actuado como un mero actor político más hablando de «conflicto», millones de españoles no tendrían hoy una sola institución del Estado nítidamente del lado de la ley. Si el Rey, como le pedían, hubiese empleado su tiempo a ganarse simpatías ante los que jamás se la tendrán, el golpe de Estado habría ganado otra batalla más de importancia capital y los legítimos poderes del Estado habrían quedado para siempre a los pies de los caballos. Si el Rey, como le pedían, no se hubiera dirigido a toda una nación para hacerlo solamente a una parte de ella, hoy la mayoría de catalanes contrarios a la aventura liquidacionista no tendríamos el aliento de nuestros conciudadanos y ganarían quienes creían y siguen creyendo que Cataluña es de todos pero un poco más de los nacionalistas. ¿Y si el Rey no hubiera sido, en definitiva, neutral? Entonces tendríamos de verdad un problema los que todavía creemos en nuestra democracia.

 

 

 

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