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Desmitificando Bolivia frente al COVID-19

Del COVID-19, mucho se ha escrito y dudo que haya alguien que desconozca del coronavirus porque lo hemos sufrido de una forma u otra o en muchas. No voy a contar su historia —demasiado se ha escrito— ni cómo se ha desenvuelto en el caso de Bolivia —los medios han hecho mucho por informarnos, aunque no pocas veces los datos oficiales de referencia pecaban confundiendo—: voy a hablar del ahora.

Lo primero es que se ha hecho y se sigue haciendo un esfuerzo desde los tres niveles de gobierno en Bolivia por reducir los contagios y paliar las consecuencias, a pesar de un sistema de salud paupérrimo —¿cuántos años lleva el pedido del 10% a la sordina en legisladores y ejecutores?—, gestionada la crisis por un gobierno transitorio atosigado con improvisaciones —y per se las urgidas para enfrentar esta pandemia—, la pesca en río revuelto de los corruptos y las mezquindades de la política criolla.

Se habla en muchos países de una Segunda Ola —en Europa se augura una tercera ya en perspectiva y en EEUU algunos ya la anuncian tras el relajamiento colectivo por Thanksgiving Day—, pero en Latinoamérica aún gestionamos la primera.

Al domingo pasado, desde el inicio el 10 de marzo, Bolivia totalizaba 145.560 contagiados, 8.995 fallecidos y 124.799 recuperados —aclaro “vivos”—, lo que daba a ese día un 8,1% de casos aún activos (11.766); los casos totales representan un índice de morbilidad —“cantidad de personas enfermas en un lugar y tiempo determinado”— por 100.000 habitantes de 1.251,2, una mortalidad respecto a contagiados del 6,2% y del 77,3% por 100.000 habitantes y el 85,7% de recuperados, mientras la incidencia acumulada —“cantidad de nuevos contagiados por 100.000 habitantes”— en la última quincena es de 14 (España tiene 265 y EEUU, 231 en este período).

¿Somos los peores en Latinoamérica? No; aunque lejos porcentualmente de los más efectivos: en morbilidad Cuba (0,077) y Uruguay (0,202) (Bolivia 1,251); en mortalidad x morbilidad Uruguay (1,2) y Cuba (1,5) (nosotros 6,2); en mortalidad x 100.000 habitantes Cuba (1,2) y Uruguay (2,3) (Bolivia 77,3), y en recuperados Chile (95,4) y Perú (93,1) (Bolivia 85,7), cuando nos comparamos en morbilidad (1,251) mejoramos sobre República Dominicana (1,446), Belice (1,984), Colombia (2,751), Costa Rica (2,861), Chile (2,933), Perú (3,027), Brasil (3,140), Argentina (3,283) y Panamá (4,230) —y de EEUU: 4,510—; en mortalidad x morbilidad (Bolivia 6,2) estamos mejor que Ecuador (7,0) y México (9,4); en mortalidad x 100.000 habitantes (nosotros 77,3) nos superan Ecuador (80,9), Chile (81,8), Brasil (84,3), México (87,7), Argentina (89,3) y Perú (112,8), mientras en casos aún activos (Bolivia 8,1) nos sobrepasan Haití (10,6), Panamá (12,2), Guyana (13,8), México (17,1), República Dominicana (19,7), Uruguay (27,8), Nicaragua (24,9), Paraguay (27,6), Costa Rica (32,1), Belice (48,4) y Honduras (52,8).

¿Nos acercamos en Bolivia a una Segunda Ola? No hasta ahora, porque la incidencia acumulada para los pasados 14 días es baja (14) y los departamentos que la superan (Pando 15; Santa Cruz y Potosí: 21; Oruro: 23, y Tarija 27) no se desmarcan significativamente.

Aunque el Decreto 4404 flexibiliza las medidas de bioseguridad entre el 1 de diciembre pasado y el 15 de enero próximo con el objetivo explícito de promover la recuperación, no descarta la vigencia del espíritu de estas medidas y, a la vez, establece que serán los demás niveles de gobierno quienes las definirán para sus territorios sin obviar la preparación ante un eventual incremento de casos, dejándonos a todos la responsabilidad consciente de cumplirlas.

En mi próxima columna trataré nuestras peores “endemias”: las políticas. Es el momento de “vacunarlas”.

 

 

 

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