Relaciones internacionales

¿Qué hará España con Turquía?

El hartazgo de Europa con Turquía es tal que en cualquier momento la Unión decidirá que la próxima gota que deje caer Erdogan será la última

El probable viaje oficial este enero a España de Mevlut Cavusoglu, ministro de Exteriores de Turquía, invita a pensar sobre un país que demanda atención para todos los que compartimos vecindad en el Mediterráneo, la UE y la OTAN. En el caso de las relaciones hispano-turcas, nuestros principales partidos políticos tradicionalmente han sido pro-turcos a fuer de kemalistas. La atmósfera de mutua simpatía explica la implicación de Turquía en el proceso de la Alianza de Civilizaciones, o la presencia de una batería de misiles tierra-aire Patriot con soldados españoles situados al sur del país anatolio para resguardarlo de eventuales bombardeos de rebeldes sirios.

Sostiene Ortega y Gasset que “el hombre no tiene naturaleza; lo que tiene es Historia”. Aproximémonos, pues, históricamente a la cuestión turca. Tras el derrumbe del Imperio Otomano, el proyecto del mariscal Mustafa Kemal Ataturk fue reconstruir Turquía bajo la guía de un Estado laico, moderno y prooccidental, inspirado en los principios de la Revolución Francesa.

Tres ejemplos

Casi cien años después, la pretensión del presidente Erdogan es dar la vuelta al proyecto de Ataturk para reconducir el país hacia el esquema intelectual -y en parte geográfico- del Imperio Califal turco. Desde 2014, año de su llegada a la presidencia, Erdogan ha dado pasos significativos en esa dirección. Tres ejemplos pueden interesar al lector: la gran reforma constitucional de 2017, que fortalece enormemente el poder presidencial, la reforma de la educación nacional, también de 2017, y la transformación en 2020 de la antigua basílica bizantina de Santa Sofía, museo desde 1935, en una mezquita.

El fracaso del golpe de Estado impulsado en 2016 por el islamista moderado Fethullah Gülen ha servido a Erdogan para ejecutar purgas dentro del Ejército, tradicional bastión del kemalismo, así como en el conjunto de la Administración Pública, los medios de comunicación, las universidades y la Justicia. Con los tres poderes del Estado modelados por el Ejecutivo -en 2018 Erdogan revalidó su holgada mayoría parlamentaria-, el sistema turco deriva hacia un modelo de corte confesional y autocrático. El premier turco también está construyendo los cimientos para reconfigurar su posición en el tablero internacional.

Enemigos del mundo libre

Con los países prooccidentales del Golfo Pérsico, Erdogan opta por el enfrentamiento. Ante Arabia Saudí pretende que los sunitas en todo el mundo dejen de ver al Reino como su principal defensor, remplazándolo por Turquía, que así pretende un puesto de liderazgo religioso. Sin duda, tiene mala sintonía con los Estados de la zona que han establecido relaciones diplomáticas con Israel –Bahréin y Emiratos Árabes Unidos-, mientras que frente a Egipto, donde predomina el nasserismo militar de corte laico, Erdogan ha otorgado asilo a los líderes de los Hermanos Musulmanes que huyeron tras el derrocamiento de Mohammed Mursi.

En Siria e Irak, Erdogan continúa su estrategia expansionista bajo el pretexto de evitar que el vacío de poder propicie la creación de un Estado kurdo

El giro exterior resulta palpable ante Irán. Turquía estrecha lazos de amistad con el país persa, pese a que está sometido a sanciones internacionales. Pesa más la enemistad de los ayatolás con la sunita Arabia Saudí que el rechazo que genera el régimen chií con su patrocinio del terrorismo. En Siria e Irak, Erdogan continúa su estrategia expansionista bajo el pretexto de evitar que el vacío de poder de ambos países propicie la creación de un Estado kurdo. Ankara ya tiene presencia militar en el norte de las dos naciones. Los brazos de Turquía llegan hasta Libia. Erdogan ha enviado allí a voluntarios procedentes de la guerra siria para evitar que el mariscal Jalifa Haftar -laico, pro EEUU y pro Egipto- alcance el poder. Por ahora, lo ha conseguido.

Demos un rápido vistazo hasta Rusia, durante siglos enfrentada con el Impero Otomano. Erdogan introduce aquí otro viraje, también coherente con su política. Ankara ha comprado a Vladimir Putin su sistema de misiles antiaéreos tierra-aire S-400, que no resultan compatibles con el sistema de la Alianza Atlántica, a la que pertenece Turquía. Los S-400, además, detectan las debilidades de los últimos modelos de aviones de combate F-35, fabricados por EEUU.

El creciente entendimiento Ankara-Moscú se ha expresado sobre el terreno en el conflicto de Nagorno Karabaj (2019-2020). Turquía ha situado y teledirigido estrategas militares, mercenarios y material bélico para apoyar al bando musulmán, de tal manera que Azerbaiyán ha ganado la guerra. Los armenios, de tradición cristiano-ortodoxa, han sido derrotados y, por tanto, reducidos geográficamente. Rusia tácitamente ha dejado operar a Erdogan. Putin ha priorizado su alianza con Turquía frente a la defensa de un país tan pequeño como Armenia.

Los corsarios regresan al Egeo

Asomémonos ahora a la orilla del Mediterráneo oriental. En 1974 Turquía invadió el norte de Chipre, de mayoría turcochipriota. La incursión originó el desplazamiento de 150.000 grecochipriotas, que huyeron al sur de la isla, donde los griegos son mayoría. Chipre desde entonces vive partida en dos. Turquía es el único país del mundo que ha reconocido (1983) la existencia de la autodenominada República Turca del Norte de Chipre. Desde entonces, las resoluciones de Naciones Unidas buscan que toda la isla sea un único Estado bizonal. Erdogan, a lo largo de 2020, se ha manifestado en repetidas ocasiones por el reconocimiento de la existencia de dos Estados plenamente independientes, hecho que ha generado notorio rechazo internacional.

Soberanía de Grecia y Chipre

Los problemas se acentúan al este del Mediterráneo. Aunque el Tratado de Lausana (1923) resultó perjudicial para los intereses turcos, las numerosas islas de estas aguas son de población griega desde tiempos inmemoriales. Hoy, el Derecho marítimo internacional reconoce la plena soberanía de Grecia y Chipre sobre sus zonas marítimas. Así lo indican tanto el referido Tratado de Lausana como la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar de 1982. Sin embargo, no sólo resulta cada vez más frecuente que barcos turcos atraviesen de forma unilateral áreas marítimas griegas y chipriotas, sino que además Turquía viene realizando perforaciones en busca de hidrocarburos en el subsuelo marino griego y chipriota, donde carece de soberanía alguna. La tensión con Atenas y Nicosia es enorme.

Cerrar la pinza

La hoja de ruta del premier turco procede del Partido Justicia y Desarrollo, fundado por el propio Erdogan en 2001. Las tres características de su neo-otomanismo son el nacionalismo, la expansión del islamismo suní y la pretensión en última instancia de restaurar la influencia religiosa que Turquía ejerció durante el Califato otomano. La deriva internacional de esta ideología implica que Erdogan opte por situarse en el bando de los refractarios al Orden Liberal instaurado tras la Segunda Guerra Mundial.

El hartazgo de Europa con Turquía es tal que en cualquier momento la Unión decidirá que la próxima gota que deje caer Erdogan será la última. Cabe resaltar que la percepción europea coincide con la entrante Administración Biden. De hecho, el secretario de Estado saliente, Mike Pompeo, ya se ha abierto al tono mayor el pasado 14 de diciembre, cuando decretó duras medidas de castigo a la industria armamentística turca.

Bob Dylan ganó en 2000 el Oscar a la mejor canción original con Things Have Changed. Su letra nos sirve; las cosas en Ankara han cambiado. En concreto, han cambiado desde el kemalismo hacia el neo-otomanismo. La postura de España ante Turquía concuerda con nuestra habitual actitud en política exterior; apostar por el entendimiento, que suele ser una opción más inteligente que correr hacia la escalada del conflicto. Ahora bien, la cuestión de Turquía reclamará en España la apertura de un debate profundo, similar en su magnitud al giro consumado por Erdogan.

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