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Armando Durán / Laberintos: Fin de semana histórico en Cuba (1 de 2)

 

   “Desde hoy”, informa en su edición de hoy viernes 16 de abril el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista cubano, “Cuba, representada por los delegados del VIII Congreso del Partido, se dará cita en el capitalino Palacio de Convenciones para analizar el presente y delinear, soberanamente, el mañana del país.”

Para muchos, estos próximos cuatro días marcarán el principio del fin de la revolución. Para el oficialismo, la continuidad de aquel desafiante discurso pronunciado por Fidel Castro hace exactamente 60 años, en pleno apogeo de la guerra fría y a solo 90 millas náuticas de Estados Unidos, para proclamar, como respuesta anticipada a la inminente invasión de Bahía de Cochinos, el carácter marxista-leninista de su revolución. Hasta el día de hoy. O más bien, hasta su muerte, hace 5 años, cuando Raúl Castro, su sucesor, al fin se sintió en libertad para iniciar una actualización del sistema, sin duda muy tímida, pero actualización al fin y al cabo, para comenzar a deshacer el rígido modelo económico y social de Cuba, copiado al pie de la letra del modelo soviético, cuyo primer paso fue su imprevista decisión de al fin entenderse con Washington y recibir en La Habana, con los brazos abiertos, al presidente Barak Obama y familia. Visita que hizo posible con la muy reciente unificación monetaria, pieza clave para impulsar una verdadera apertura de la economía y el comercio de acuerdo con las “inadmisibles” leyes capitalistas de la oferta y la demanda.

Este salto hacia delante o hacia atrás según desde donde se diga, obligó a los cubanos a pagar un precio muy alto, pues con esa medida el gobierno le puso punto y aparte al paternalismo del Estado y dejó a los ciudadanos a merced de un inevitable proceso inflacionario. De ahí el creciente malestar popular, en gran medida facilitado por el impacto que ha producido en el ánimo cubano la presencia masiva de turistas europeos y estadounidenses, y la vertiginosa expansión de los servicios de internet y las redes sociales. Cambios culturales inexorables, provocados por la gradual integración de una Cuba en proceso de apertura económica, no política, a las realidades del siglo XXI. Reformas que se producen en el marco de sucesos tan poco favorables para el desarrollo económico de Cuba como el colapso de la economía venezolana, incluyendo la producción petrolera, que era el aliado estratégico que llenó con generosidad sin límites el vacío abierto por la extinción del llamado bloque socialista a partir de noviembre de 1989, las duras sanciones aplicadas por Donald Trump con la finalidad cerrarle al régimen cubano el ingreso de divisas y las consecuencias devastadoras de la pandemia del coronavirus, que entre otras calamidades ha interrumpido bruscamente el flujo turístico en todo el mundo, motor esencial de la economía cubana y ha producido una crisis sin precedentes desde los tiempos del “período especial.” Para muestra, basta recordar que según las maquilladas estadísticas oficiales cubanas, el Producto Interno Bruto de la isla se redujo 11 por ciento el año pasado.

Esta implacable condena aritmética a los gobernantes cubanos, agudizada por los costos sociales causados por las incipientes reformas económicas, obligan ahora al Partido, órgano supremo del poder político en la Cuba marxista-leninista desde hace 60 años, a reflexionar sobre el peligro actual de un colapso aun peor que el venezolano y sobre la urgente necesidad de acelerar los cambios para superar las agobiantes contradicciones entre el deseo de aferrarse a la ideología que les ha permitido el ejercicio de un poder político y social absoluto, y la urgente necesidad de remozar a fondo el antiguo y fracasado sistema económico y social. Sin poner en peligro, por supuesto, la concepción marxista-leninista de un Estado de partido único y total control social. Muy difícil tarea, agravada por el hecho de que en febrero de 2015 Raúl Castro hizo aprobar por el pleno del Buró Político del Partido la jubilación forzosa, a partir de este VIII Congreso del PCC, de los dirigentes que tengan más de 70 años y la prohibición de ser “reelectos” los que lleven dos períodos en el cargo. O sea, el pase a retiro de los pocos y octogenarios sobrevivientes del asalto al cuartel Moncada, del desembarco del Granma y de la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista, los restos de la llamada “generación histórica” de la revolución, que desde sus orígenes han conducido con mano de hierro el proceso revolucionario, como el propio Raúl Castro, a punto de cumplir 90 años, de José Ramón Machado Ventura y de Ramiro Valdés, creador y ejecutor de los muy eficientes servicios de inteligencia de Cuba, quienes este fin de semana, si no sucede algo excepcional, dejarán el próximo lunes sus puestos en la primera línea del frente de batalla en manos de dirigentes nacidos después del triunfo insurreccional y la toma del poder el primero de enero de 1959.

El reto, por supuesto, es inmenso. Ninguno de los nuevos jerarcas del Partido, en primer lugar Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba desde hace tres años, es un funcionario particularmente disciplinado del aparato partidista, todos ellos grises desde todo punto de vista. Entre otras razones, porque ninguno de ellos posee la más leve capa de ese barniz heroico que la propaganda oficial ha sabido utilizar astutamente con la finalidad de construir una épica a ser imitada por todos al grito numantino de Patria o Muerte. Esa estrategia le ha servido al régimen para superar las situaciones más abrumadoras, como la amenaza real de un holocausto nuclear cuando la crisis de los cohetes en junio de 1962, el aislamiento político y material de Cuba tras la desaparición de la URSS y del bloque socialista, la muerte de Fidel y la aparición de Donald Trump en el horizonte cubano. Una circunstancia que nos obliga a preguntarnos si estos nuevos y grises hombres de partido serán capaces de dirigir esta nueva etapa de la revolución y salir airosos del desafío que a partir del lunes les presentará la tarea de cumplir lo que la jerga del oficialismo cubano ha bautizado con el nombre de Tarea Ordenamiento, que no es otra cosa que la gradual apertura del absoluto control estatal de la economía, las finanzas y el comercio, y el reconocimiento de las hasta ahora inaceptables libertades capitalistas de la oferta y la demanda. ¿Podrán, aunque sea muy discretamente y con un pañuelo en la nariz, reproducir en Cuba el modelo chino de un Estado con dos sistemas, uno de implacable rigidez política, el otro de gran elasticidad en materia económica?

Un callejón sin salida, bajo el efecto del violento vuelco que le imprimió Donald Trump a la política del entendimiento con Cuba propiciada por su antecesor en la Casa Blanca, que ha dado lugar a que muchos analistas internacionales hablen estos días de que este largo fin de semana se producirá en La Habana un irreversible punto de quiebra en el proceso político cubano. Por ahora, sin embargo, solo podemos señalar que el punto central de la agenda de este VIII Congreso es la implementación de medidas que faciliten el desempeño de una economía reformada, sin que esos cambios alteren las convicciones ideológicas ni las estrategias políticas, que mejoren la adecuación de los costos y los precios que ya rigen el comercio de todo en Cuba sin recurrir a los abolidos controles de precios, y que en definitiva les permita encontrar la mejor manera de aplacar por las buenas esa suerte de incontenible apetito ciudadano por una eventual y auténtica apertura política.

En todo caso, vale la pena recordar que la fecha seleccionada para celebrar este histórico VIII Congreso del PCC no es fruto del azar, sino tal como lo han confesado las actuales autoridades del Partido, se trata de reafirmar y darle continuidad a aquel discurso pronunciado por Fidel el 16 de abril de 1961, mientras los buques que transportaban a los casi mil 500 exiliados cubanos estaban a punto de llegar a las playas de Bahía de Cochinos, cuyo objetivo fue anunciarle al mundo que “esta es la revolución socialista y democrática de los humildes, por los humildes y para los humildes.” Sin embargo, en este Congreso, los nuevos cuadros del Partido no asumirán aquel mensaje del entonces máximo líder de la revolución, sino que aprobarán, antes de que sea demasiado tarde, la manera de “modernizar” el modelo del socialismo en una Cuba que ya no piensa ni actúa con la paranoia suicida de Fidel, sino para hacer hasta lo imposible para conservar los fundamentos políticos y el discurso de una revolución que ya nada

tiene que ver con aquella definición que le dio Fidel a su proyecto político, sino con el objetivo de no poner en peligro el poder hegemónico de un partido que, al menos por ahora, seguirá siendo único y hegemónico.

El lunes 19 de abril, fecha seleccionada para clausurar este VIII Congreso del PCC para celebrar el 60 aniversario de lo que la versión cubana de la historia llama la primera derrota de Estados Unidos en América Latina, sabremos el resultado de este encuentro casi existencial de los viejos y nuevos dueños del circo. El próximo viernes nos ocuparemos de analizar ese resultado.

 

 

 

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