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Cómo mejorar las votaciones y los referendos

Las opciones binarias son tan arcaicas como las togas y las cuadrigas; el voto preferencial responde mejor a la voluntad popular, escribe el director del Instituto de Borda

Peter Emerson es el director del Instituto de Borda, que aboga por la reforma de los sistemas de votación en todo el mundo

 

GRAN BRETAÑA está fuera de la Unión Europea (UE) tras un referéndum en 2016, y ahora los escoceses están vislumbrando otro referéndum para decidir si permanecen en el Reino Unido. Pero ya en 2016, pocos partidarios del Brexit contemplaban que el país pudiera salir también de acuerdos como el Espacio Económico Europeo o la unión aduanera, como en efecto ha ocurrido. ¿Cómo se llegó a esto?

Un factor, obviamente, fue la elección de la mayoría de los votantes (para consternación de los que deseaban permanecer en la UE). Pero un factor más importante y menos obvio fue el propio proceso de votación. El método convencional de votación binaria es obsoleto y necesita ser modernizado para producir resultados que se ajusten a la voluntad del pueblo.

La votación por mayoría se remonta no sólo a la antigua Grecia, sino también a la corte imperial china de la dinastía Han, que se inició alrededor del año 200 a.C. En aquella época no había partidos políticos (y sólo podían votar los hombres); el método de la mayoría funcionaba bastante bien. En Grecia, las decisiones de los ciudadanos eran luego aplicadas por un ejecutivo, inicialmente elegido, pero más tarde escogido por azar, es decir, por selección aleatoria. En China, el ejecutivo, el emperador, solía aceptar las opiniones mayoritarias de sus ministros.

Sin embargo, esta forma clásica de votación mayoritaria y binaria que caracteriza la tradición democrática es tan arcaica como llevar togas o conducir una cuadriga. Plinio el Joven, un senador de la antigua Roma, identificó una importante limitación.

En el año 105 d.C. un cónsul fue asesinado y sus sirvientes fueron acusados. El jurado se enfrentó a tres opciones: absolución, destierro o pena capital (asumibles como A, B o C). El sabio senador se dio cuenta de que, si se votaba de forma binaria, por ejemplo, «ejecución: ¿sí o no?«, los partidarios de A y B se pondrían en contra de los de C. Con «absolución, ¿sí o no?» B y C podrían oponerse a A. Y así sucesivamente. Si el desglose del apoyo a A, B y C fuera, digamos, 40, 30 y 20, habría una mayoría de 70:20 contra la pena capital, 60:30 contra el destierro y 50:40 contra la absolución.

En otras palabras, si no hay una mayoría a favor de ninguna opción, entonces hay una mayoría en contra de todas las opciones. Si el tema a decidir conlleva múltiples opciones, será difícil detectar las preferencias mayoritarias, y la sociedad se verá afectada. La gente entiende la idea de las preferencias clasificadas cuando se trata de sopesar varios candidatos en unas elecciones -en las primarias para la alcaldía de Nueva York de junio, los votantes pueden poner en orden de preferencia hasta cinco candidatos-, pero los políticos suelen plantear erróneamente las cuestiones políticas en términos de dicotomía, cuando lo que más se necesita es una reflexión más amplia. Como forma de medir el sentimiento del público para las decisiones y los referendos, se necesitan métodos de votación más sofisticados, ya que los sistemas binarios no sirven para resolver cuestiones complejas.

Consideremos el caso de Bosnia y Herzegovina. En 1991, no había paz en esta región multiétnica de la antigua Yugoslavia. Las elecciones generales de 1990 habían arrojado un reparto entre musulmanes, cristianos ortodoxos y católicos de 40, 30 y 20. Por lo tanto, un voto mayoritario sobre cualquier opción sería inadecuado. Sin embargo, una comisión europea creada para arbitrar las tensiones insistió en que Bosnia celebrara un referéndum binario. En lugar de resolver la cuestión del estatus constitucional de Bosnia, el referéndum celebrado un año después avivó el conflicto.

Hay opciones diversas. A finales del siglo XVII, un matemático y antiguo oficial de la marina francesa, Jean-Charles de Borda, se sintió frustrado por la simplicidad de los procesos de votación binarios, al igual que el filósofo y científico Marqués de Condorcet. Ambos idearon alternativas, hoy conocidas como el recuento de Borda modificado (MBC) y la regla de Condorcet. En ambas, los votantes emiten sus preferencias. El MBC puede identificar la opción con la preferencia media más alta, mientras que el recuento de Condorcet examina cada par de opciones, para ver qué opción gana el mayor número de emparejamientos. Piense en ello como en una liga de fútbol: el ganador de la MBC es la opción que marca más goles, el ganador de Condorcet es la opción que gana más partidos.

En el caso de las votaciones con múltiples opciones, hay varias formas de analizar los resultados. Podemos elegir la opción con el mayor número de primeras preferencias, es decir, el voto pluralista que conocemos (sobre todo en el sistema electoral usado para elegir el parlamento en el Reino Unido, llamado «first past the post»). Pero también podemos utilizar un sistema de dos vueltas o un método de «voto alternativo», de tipo preferencial, conocido como voto por orden de preferencia (RCV) o voto único transferible (STV), junto con el enfoque MBC o Condorcet.

¿Cuál sistema es el más preciso? Consideremos el caso de 15 personas que eligen entre cuatro resultados, w, x, y y z.

 

 

Las opiniones sobre w y x están polarizadas; ¿quizás y o z representen mejor la voluntad colectiva? Observe cómo se desarrollan los puntos de vista bajo diferentes sistemas:

Votación por pluralidad: seis personas piensan que w es la mejor; nueve dicen que es la peor, pero w gana con seis: es la mayor minoría.

Sistema de dos vueltas: Nadie tiene mayoría; así que las dos opciones principales, w y x, pasan a una segunda vuelta y, si las preferencias de todos se mantienen, gana x ya que tiene mayoría, nueve a seis.

Voto alternativo: Es un sistema de eliminación. Con el STV y el RCV, en el primer recuento la menos popular, «z», queda eliminada y sus dos votos van a «y» para un segundo recuento de: w-6, x-4, y-5. Todavía nada tiene mayoría, así que «x» queda eliminada, y sus cuatro votos también van a «y». Así que ahora «y» gana con mayoría, nueve a seis.

Recuento Borda modificado (MBC): En las votaciones completas, una primera preferencia obtiene cuatro puntos, una segunda preferencia obtiene tres, y así sucesivamente. Los resultados finales son w-33, x-32, y-42, z-43, por lo que esta vez gana z.

Condorcet: Se analizan todos los pares de opciones, para ver qué opción gana el mayor número de emparejamientos. Hay seis pares: w-x, w-y continuando sucesivamente, hasta llegar a y-z. En este último emparejamiento, 6 + 2 votantes prefieren z a y, mientras que 4 + 3 de ellos prefieren y a z, por lo que por 8:7, z es más popular que y. Las puntuaciones finales de todas las victorias de emparejamiento son que w no ganó ninguna, x tuvo una, y tuvo dos y z ganó tres. Por lo tanto, z vuelve a ganar.

Tanto el MBC como el Condorcet tienen en cuenta todas las preferencias emitidas por todos los votantes, siempre. No es de extrañar, pues, que sean los más precisos. En muchos perfiles de votantes, el ganador del MBC es también la opción social de Condorcet (al igual que, en la mayoría de las temporadas de fútbol, el ganador de la MBC -el equipo con la mejor «diferencia de goles», es decir, los goles a favor menos los goles en contra- es también el equipo que gana más partidos, el ganador de Condorcet).

El MBC tiene otra ventaja: no es solamente mayoritario. Puede identificar la opción con mayor preferencia media de los votantes, y la media incluye todos los votos, no sólo los de la mayoría. Por tanto, en los parlamentos, el MBC podría desactivar la polarización y ser la base del reparto de poder entre los partidos. Ninguna mayoría tiene derecho a dominar, ninguna minoría tiene derecho a vetar; en cambio, todos tienen la responsabilidad de buscar el bien común.

Sin embargo, estos planteamientos presentan algunas deficiencias. Son más complicados que el voto binario, por lo que se necesitan campañas de información pública para explicar su funcionamiento. Y la elección de las opciones debe hacerse de forma independiente, o podría favorecer ciertos resultados. Además, es posible que la opción con la mayor puntuación media de preferencia tenga que superar un umbral para ser considerada el mejor compromiso posible; si está por debajo de ese umbral, tal vez no haya acuerdo y deba continuar el debate. Aun así, para conjuntos de opciones intrincados, estos sistemas funcionan mejor que las preguntas de sí o no.

O para las preguntas de entrada o salida. En el caso del Brexit, la situación era intrínsecamente multiopcional. Gran Bretaña podía haber elegido permanecer en la UE (opción a) o salir de la UE pero seguir en el EEE (b), la Unión Aduanera (c) o la Organización Mundial del Comercio (d). El resultado del referéndum mostró que el 52% de los votantes estaba en contra de la opción a. Sin duda, las otras opciones también habrían perdido la correspondiente mayoría de votos. Así que, con un 48%, puede que la opción a tuviera la «mayor minoría»: ¿fue quizá la opción a la ganadora?

Nunca lo sabremos porque la votación se estructuró en una papeleta demasiado simplificada y binaria. No se ajustó a la realidad de cómo debería decidirse una cuestión tan compleja y no reveló claramente el sentimiento del público.

Pero no siempre es así.

Cuando Eslovenia celebró un referéndum sobre su sistema electoral en 1996, se pusieron sobre la mesa tres opciones. Ninguna de ellas obtuvo la mayoría de los apoyos, por lo que el Tribunal Constitucional validó la opción con la mayor minoría, que fue del 45%. Cuando Nueva Zelanda celebró un referéndum sobre su sistema electoral en 1992, incluyó nada menos que cinco opciones en la papeleta. (Gran Bretaña, por su parte, lleva mucho tiempo estancada en una mentalidad binaria: un referéndum sobre la reforma electoral en 2011 ofrecía la posibilidad de elegir entre el voto por mayoría o el voto alternativo. Para los partidarios de la representación proporcional, eso era como preguntarle a un vegetariano: «¿buey o cordero?«).

Aplicar el voto preferencial a las decisiones políticas no es difícil. Todo lo que se necesita es que una comisión electoral independiente rediseñe las papeletas y reestructure sus procesos de recuento de votos, además de educar a los votantes para que entiendan el nuevo sistema, tareas bastante básicas. La simplicidad ayuda a explicar por qué Estados Unidos ha adoptado sistemas de votación preferencial para las elecciones municipales (así como para el Oscar a la mejor película).

En el caso de Escocia, cabría imaginar la creación de una comisión de este tipo para aceptar las propuestas de los ciudadanos sobre las cuestiones que se plantearían a los votantes: si una Escocia independiente tendría su propia moneda, embajadas, ejército, monarquía y, si volvería a formar parte de la UE. Estas cuestiones son complejas y la mejor manera de plantearlas no es con una dicotomía simplista de «quedarse» o «irse«, sino como una serie de opciones. Al menos, enmarcar la decisión de esta manera permitiría un debate más matizado.

Y así debería ser, ya que un sistema preferencial se corresponde mejor con la forma en que los individuos toman decisiones en la vida: rara vez se trata de elegir entre dos alternativas tajantes, sino de elegir entre una miríada de opciones. El método también tiende a dar lugar a posiciones centristas, no a extremos polarizados. Tanto si se trata de un castigo en la antigua Roma como de decidir cuestiones constitucionales en la actualidad, la sociedad necesita adoptar un método de toma de decisiones con múltiples opciones para identificar con mayor precisión la voluntad colectiva.

 

TRADUCCIÓN: Marcos Villasmil

 

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NOTA ORIGINAL:

The Economist

Peter Emerson on how to improve voting and referendums

Binary choices are as archaic as togas and chariots—preferential voting better meets the people’s will, writes the director of the de Borda Institute

 

BRITAIN IS outside the European Union after a referendum to leave in 2016, and now the Scots are eyeing another referendum on whether to remain in the United Kingdom. But back in 2016, few Brexit supporters contemplated that the country might also leave arrangements like the European Economic Area or customs union, which it has. How did it come to this?

One factor, obviously, was the choice of the majority of voters (to Remainers’ dismay). But a bigger, less obvious factor was the ballot and voting process itself. The conventional binary voting method is outdated and needs to be modernised to produce outcomes that hew to the will of the people.

Majority voting dates back not only to Ancient Greece, but also to China’s Imperial Court of the Han Dynasty, which began around 200BC. There were no political parties at the time (and only men could vote); the majority-wins method worked fairly well. In Greece, the citizens’ decisions were then implemented by an executive, initially elected but later chosen by sortition, that is, random selection. In China the executive, the emperor, usually accepted the majority views of his ministers.

However this classic form of majority, binary voting that characterises the democratic tradition is as archaic as wearing togas or driving a chariot. A major limitation was identified by Pliny the Younger, a senator in ancient Rome.

In the year 105 AD a consul was murdered and his servants stood accused. The jury was faced with three options: acquittal, banishment or capital punishment (memorable as A, B or C). The wise senator realised that if they took a binary vote on, say, “execution: yes or no?” the A and B proponents would collude against the C crowd. With “acquittal, yes or no?” B and C might both oppose A. And so on. If the breakdown of support for A, B and C were, say, 40, 30 and 20, there would be a majority of 70:20 against capital punishment, 60:30 against banishment and 50:40 against acquittal.

In other words, if there is no majority for any one option, then there is a majority against every option. If the issue entails multiple options, it will be hard to spot majority preferences—and society will suffer. People grasp the idea of ranked preferences when it involves weighing up several candidates in an election—in New York City’s mayoral primary in June, voters can rank up to five candidates—but politicians often misframe political questions in terms of a dichotomy, where broader thinking is needed most. As a way to gauge public sentiment for decisions and referendums, more sophisticated voting methods are needed, since binary systems do a poor job of settling complex issues.

Consider the case of Bosnia and Herzegovina. In 1991 this multi-ethnic region of the former Yugoslavia was barely at peace. The 1990 general election had produced a Muslim, Orthodox Christian and Catholic breakdown of 40, 30 and 20. A majority vote on any one option would therefore be inadequate. However, a European commission set up to arbitrate the tensions insisted that Bosnia have a binary referendum. Rather than resolve the issue of Bosnia’s constitutional status, the referendum a year later stoked the conflict.

There is a different way. In the late 1700s, a French mathematician and former naval officer, Jean-Charles de Borda, was frustrated at the simplicity of binary voting processes, as was the philosopher and scientist the Marquis de Condorcet. They both devised alternatives, today known as the Modified Borda Count (MBC) and the Condorcet Rule. In both, the voters cast their preferences. The MBC can identify the option with the highest average preference, whereas the Condorcet count examines each pair of options, to see which option wins the most pairings. Think of it like a football league: the MBC winner is the option which scores the most goals, the Condorcet winner is the option which wins the most matches.

With multi-option preference voting, there are several ways of analysing the results. We can choose the option with the highest number of first preferences—basically, the plurality voting we’re familiar with (notably in the “first past the post” electoral system). But we can also use a two-round system or an “alternative vote” method known as ranked-choice voting (RCV) or single-transferable vote (STV), along with the MBC or Condorcet approach.

Which system is most accurate? Consider the case of 15 people choosing among four outcomes, wxy and z.

 

Opinions on w and x are polarised; maybe y or z best represent the collective will? Watch how the views pan out under different systems:

 

Plurality voting: six people think w is best; nine say it’s the worst, but w wins with six: it is the largest minority.

Two-round system: Nothing has a majority; so the two leading options, w and x, go into a second round and, if everyone’s preferences stay the same, x wins since it has a majority, nine to six.

Alternative vote: This is a system of elimination. With STV and RCV, on the first count the least popular z is out and its two votes go to y for a second count of: w-6, x-4, y-5. Still nothing has a majority, so x is eliminated, and its four votes also go to y. So now y wins with a majority, nine to six.

Modified Borda Count: In full ballots, a first preference gets four points, a second preference gets three, and so on. The final scores are w-33, x-32, y-42, z-43, so this time z wins.

Condorcet: Every pair of options is analysed, to see which option wins the most pairings. There are six pairs: w-xw-y and so on, all the way to y-z. In this last pairing, 6 + 2 voters prefer z to y, while 4 + 3 of them prefer y to z, so by 8:7, z is more popular than y. The final scores of all pairing victories are that w did not win any, x had one, y had two and z won three. Hence z wins again.

Both the MBC and Condorcet take all preferences cast by all voters into account, always. Little wonder, then, that they are the most accurate. In many voters’ profiles, the MBC winner is also the Condorcet social choice (just as, in most football seasons, the MBC winner—the team with the best “goal difference,” ie, goals for minus goals against—is also the team which wins the most matches, the Condorcet winner).

The MBC has one further advantage: it is non-majoritarian. It can identify the option which is the voters’ highest average preference—and an average involves all votes, not just the majority’s. So in parliaments, the MBC could defuse polarisation and be the basis of cross-party power sharing. No majority has the right to dominate, no minority has the right to veto; instead, all have a responsibility to seek the common good.

However, there are some shortcomings to these approaches. It’s more complicated than binary voting, so public-information campaigns are needed to explain how it works. And the choice of options must be made independently, or it could favour certain outcomes. Moreover, the option with the highest average preference score may need to surpass a threshold to be regarded as the best possible compromise—if under that threshold, then maybe there is no agreement and debate should continue. Still, for intricate sets of choices, these systems work better than yes-or-no questions.

Or in-or-out ones. For Brexit, the situation was inherently multi-optional. Britain could have chosen to stay in the EU (option a) or leave the EU but stick with the EEA (b), Customs Union (c), or World Trade Organisation (d). The referendum result showed 52% of voters against option a. Doubtless the other options would also have lost any corresponding majority votes. So at 48%, maybe option a had the “largest minority”: was option a perhaps the winner?

We’ll never know because the vote was structured in an overly-simplified, binary ballot. It did not match the reality of how such a complex question should best be decided, and failed to clearly reveal public sentiment. But it isn’t always this way.

When Slovenia held a referendum on its electoral system in 1996, three options were on the table. None of them won a majority of support, so the Constitutional Court validated the option with the biggest minority, which was 45%. When New Zealand held a referendum on its electoral system in 1992, it included no fewer than five options on the ballot. (Britain, meanwhile, has long been stuck in a binary mindset: a referendum on electoral reform in 2011 offered the choice of first-past-the-post or alternative vote. For supporters of proportional representation, that was like asking a vegetarian, “beef or lamb?”)

Applying preferential-choice voting to political decisions is not hard. All that’s needed is for an independent election commission to redesign ballots and restructure their vote-counting processes, along with educating voters to understand the new system—fairly basic tasks. The simplicity helps explain why America has been adopting rank-choice voting systems for municipal elections (as well as for the Oscar for Best Picture).

In the case of Scotland, one could imagine such a commission being set up to accept submissions from the public on questions to be brought before voters: on whether an independent Scotland would have its own currency, embassies, army, monarchy and yes, rejoin the EU. These questions are complex and can best be captured, not in a simplistic stay/go dichotomy, but as a series of options. At the very least, framing the decision this way would allow for a more nuanced debate.

As well it should, since a preferential system corresponds more neatly to how individuals make decisions in life: it’s rarely between two stark alternatives but usually about choosing among a myriad of options. The method also tends to result in centrist positions, not polarised extremes. Whether working out a punishment in ancient Rome or deciding constitutional questions today, society needs to adopt a multi-option method of decision-making to identify more accurately the collective will.

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Peter Emerson is the director of the de Borda Institute which advocates for reform of voting systems globally

 

 

 

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