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Ricardo Bada: La cultura de los políticos

El arte del gazapo es abundante entre los políticos, aunque no sólo entre los políticos...

Cuando viví en Buenos Aires, desde noviembre 1966 a julio 1967, me contaron que el intendente de la Municipalidad de Buenos Aires en los tiempos del primer peronismo, al estallar en 1955 la Revolución Libertadora, su primera reacción fue atiborrar su yate anclado en el puerto con todos los objetos de valor de que se había ido apropiando en el desempeño de su gestión edilicia. Y eran tantos que el capitán del yate se vio obligado a decirle que si seguían estibando carga, el yate iba a zozobrar (pronunciando el verbo con el seseo propio de la fonética latinoamericana). A lo cual el buen hombre le contestó sin vacilar: «Mejor que sosobre que no que fafalte».

Esta, que conste, es la primera versión que oí acerca del origen de esa famosa frase, que se ha embozado entretanto en la cómplice capa de la leyenda.

Años después, en París, el filósofo peruano Fernando Carvallo me contó una anécdota protagonizada por uno de los presidentes militares que ha tenido su país. Al inaugurar el Estadio Municipal de Lima, el buen hombre echó mano de sus conocimientos del latín y dijo más o menos lo siguiente: «Compatriotas, limeños, estoy orgulloso de poderle abrir las puertas de este Estadio a la juventud peruana para que se forme en él siguiendo la vieja sentencia romana, “Mens sana in corpore sano”. Y me alegro principalmente por los aficionados al box, que también aquí podrán formarse siguiendo esa otra sentencia de la vieja Roma que dice: “Vox populi, vox Dei”».

No respondo de la veracidad de lo que más que el relato de algo real y verdadera-mente sucedido, lo diré sin ambages, parece un chiste muy bien armado. Como el que sigue.

Allá por los años 50, el gobierno de Salazar, el dictador portugués, envió como embajador al Vaticano a un diplomático apellidado Carneiro Pacheco, el cual era un hombre de edad pero casado con una mujer mucho más joven y que acababa de dar a luz, de manera que el padre de la criatura estaba súper orgulloso de su paternidad. Fue, pues, a Roma y hubo de presentar sus cartas credenciales al Jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano, es decir, al Papa, a la sazón Eugenio Pacelli [pronúnciese Pacheli] en el Registro Civil, Pío XII en la Historia de la iglesia católica. Y en la ceremonia de la presentación de dichas cartas, el protocolo establece que el primero que habla es el nuevo embajador, el cual parece haberse preparado a conciencia para un momento como ese. De manera que se expresó diciendo (traduzco del portugués en que me lo contaron): «Su Santidad y yo tenemos muchas cosas en común. Su Santi-dad es Papa y yo soy papá; Su Santidad es pastor y yo soy Carneiro; Su Santidad es Pacelli, y yo Pacheco. Y Su Santidad es la luz, la gran luz que ilumina toda la Cristiandad, y yo, ¡yo soy el mayor accionista de la Fosforera Portuguesa!»

Los tres ejemplos que van por delante puede que sean chistes, aunque lo cierto es que este último me lo contó un agregado cultural español amigo mío que inició su carrera diplomática como secretario de la embajada española en Lisboa, y me aseguró que la anécdota era real y se contaba con regocijo en el ministerio portugués de Asuntos Exteriores. Y me lo creo porque mi opinión acerca de los políticos que se inmiscuyen en el tema cultural es casi «más pior», como diría Cantinflas, que mi opinión acerca de los políticos, sin necesidad de que se inmiscuyan en él.

Así pues, lo que circula como hilo rojo por los tres ejemplos es la escasa cultura de los políticos, y ese es el tema de mi columna de hoy. Porque los ejemplos que siguen no son invención ni chiste sino anécdotas reales, de una de las cuales incluso fui testigo.

Primer ejemplo: En la revista musical madrileña Scherzo leí in illo tempore que el consejero de cultura de la Junta de Galicia fue abordado por un periodista cuando se encontraba comprando entradas para uno de los conciertos del Festival de Música de aquella región, y a la pregunta de para cuál de ellos las compraba, o senhor conselleiro da Xunta respondió: «Para Carmiña Burana, que es una de las buenas cantantes de este país».

Se non è vero è ben trovato, y además hasta me parecería poco galaico e incluso levemente antipatriótico que no hablase de Carmiña Burana, cosa que es estupendamente lógica en un buen gallego.

Segundo ejemplo Tenemos un caso semejante acá en Colonia, en la cultísima ciudad de Colonia, fundada hace dos mil años por los romanos. Es un caso datable en 1992, anno horribilis, como recordarán, en que se festejó el quinto centenario del garrafal error de un aventurero llamado Cristóbal Colón. Con tal motivo se programaron eventos de todo tipo en los más insólitos lugares del mundo, uno de ellos Colonia. Esta ciudad está hermanada con Barcelona, y en el acto a que voy a referirme, cultural por más señas, intervino el formidable conjunto musical Hespèrion XX, de la capital catalana, dirigido por el sabio Jordi Savall.

Pues bienal término del concierto hubo una recepción en el Ayuntamiento coloniense, y el burgomaestre mayor saludó a la embajada artística barcelonesa con estas palabras«Nos sentimos profundamente orgullosos de contar entre nosotros, para esta celebración, con el afamado conjunto musical de la ciudad hermana, Hespèrion» [leve vacilación mirando el manuscrito, y luego decidido:] «Hespèrion equis equis». Jordi Savall, que sabe bastante alemán, ni siquiera se inmutó, lo que me indujo a pensar que no era la primera vez que oía semejante patinazo. Quizás incluso lo esperaba.

Tercer ejemplo (que me contó un amigo chileno, de Valparaíso, allá por el 2010)«Alguna vez, para reírnos, patentamos “To be or not to be, como decía Cervantes en el Fausto”, pero como dice el viejo adagio sánscrito, la realidad supera a la ficción o la realidad supera lo incierto de las citas. Sin ir más lejos, nuestro presidente (de Shile) Sebastián Piraña, hace poco asesinó al antipoeta Nicanor Parra integrándolo al Panteón (¿o sociedad?) de los poetas chilenos muertos». Y como es sabido, Nicanor Parra sobrevivió ocho años a su proclamada muerte por el presidente de su país.

En fin, y para que no crean que sólo sé historias de políticos faltos de la más elemental cultura general, sepan lo que le sucedió una vez en Nueva York, a fines del siglo pasado, al novelista estadunidense Upton Sinclair, y así lo relata en sus memorias, American Outpost. Sinclair tenía en la Universidad un profesor de Música, Eduard MacDowell, quien era muy querido por sus estudiantes. No es raro, pues, que con motivo de su cumpleaños le enviasen un ramo de flores al que acompañaba una tarjeta con un ruego expresado en un verso de El oro del Rhin, la ópera de Wagner. Es un verso que comienza diciendo: «O singe fort!» (que significa «¡Oh, sigue cantando!»). Lo malo, ¡ay!, es que MacDowell no esperaba una cita en alemán, y sí en francés, y lo que comenzó a leer decía también «O singe fort sólo que en francés se pronuncia de otra manera y además significa «¡Oh tú, mono ruidoso!»

Moraleja : No aprendamos idiomas extranjeros, sólo nos proporcionan disgustos. Y con respecto a los políticos hago mías las palabras del poeta antioqueño José María Ruiz Palacio, quien me comentaba que muchos de ellos con toda seguridad han estado en las bodas de Fígaro como invitados principalísimoses más, fueron padrinos de la novia. Amén de haber participado en la Cabalgata de las Walkyrias y de que doña Carmina Burana es vecina y la mejor amiga de la esposa de más de uno.

Y Coda No puedo dejar de repetir que el arte del gazapo no es un dominio exclusivo de los políticos. Recordaré aquí sólo dos casosel de aquel diario que puso como pie de foto «Inocencio Díez» bajo la reproducción del retrato que hizo Velázquez del Papa Inocencio Xy el de la maestra andaluza que se encontró en algún examen con que un alumno había respondido, a la pregunta por un gran pintor francés, con el nombre de Tululo III. Tras mucho darle vueltas al asunto descubrió que el alumno se refería a Toulouse Lautrec. Y que la culpa no era 100% del crío, sino de su propia pronunciación gaditana del nombre: Tululotré.

 

 

 

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