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Murillo: El corazón en un chip

Parafraseando al poeta Gonzalo Rojas, me pregunto: ¿qué se espera del amor sino que haga más vivo el vivir? 

Pero el amor en formato digital dista mucho de ser una experiencia viva y de vida.

Tratar de seducir utilizando como carta de presentación un nombre falso, una foto de perfil borrosa y la información filtrada para contarle al mundo sólo lo mejor de nosotros mismos a través de una pantalla que hace de barricada para resguardarnos de toda experiencia que no podamos controlar… eso no es amor.

Ya sé que existen tantas ideas de amor como seres humanos en este planeta, así que hoy voy a defender la mía porque no tengo otra. Y porque soy muy pinche necia.

El amor es un desasosiego que germina desde el fondo del alma, es explotar de ternura y de miedo al mismo tiempo, es el silencio cuando esos ojos te miran y no hay palabras para responder, es el escalofrío de la vulnerabilidad recorriendo la piel, es un gozo tan grande que no le cabe a uno solo en el cuerpo y por eso hay que llevarlo entre dos. Quien te ama y tú, a quien amas y tú. Y es sentir también, a veces, que lo odias porque te empuja a cambiar o sentir que él o ella te odia a ti básicamente por las misma razón: porque la transformación acecha y con ella la pérdida del territorio conocido. El amor verdadero es amenazante cuando intuimos que la torre que resguarda nuestro ego ha sido tomada y está a punto de derribarse. ¡Eureka! alégrense si alguna vez lo han sentido o si lo están sintiendo y no se rajen.

Bueno, sí, acepto que soy intensa. Y lo celebro, yo creo que me saqué la lotería en esto de sentir. Gracias a la vida.

Por ello es que les ruego me perdonen, compañeros, pero nada más no logro comprender cómo se puede poner el corazón en un algoritmo conformado por una batería de preguntas para encontrar pareja y que así, de buenas a primeras, un software te mande una lista de las personas que son compatibles contigo.

No y no.

Era el año 2014 y me puse a navegar los sitios web y aplicaciones para encontrar pareja. Pensé que con el virulento crecimiento de Facebook, Twitter e Instagram, las páginas diseñadas ex profeso para el ligue estarían en extinción. Qué equivocada estaba.

Los usuarios registrados suman cientos de millones.

Meeting, eDarling, Badoo, Be2, Parship, Loventine, Zonacitas, la pionera Match.com, Bangwithfriends (para tener sexo amistoso), la exitosísima Tinder y más que se crean y se destruyen a ritmos inauditos: Heybaby, Filteroff, Chispa, Kippo… yo elegí en aquel momento Parship para dar de alta un perfil que sólo mantuve activo durante dos días y esto fue lo que sucedió:

Me tomó media hora responder un cuestionario inicial larguísimo; preguntas como dónde quieres vivir, de qué lado de la cama duermes, qué tan importante es el sexo para ti, cuáles son tus ingresos, si te gusta leer, qué opinas de la infidelidad, si fumas o bebes alcohol, si el apego a la familia es importante y cómo reaccionas ante las penas de amor: dejas de comer, te das atracones o no se alteran los hábitos alimenticios. Síntomas infalibles para detectar si hay tendencia a la ansiedad o a la depresión. Agudos sí son.

En fin, contesté todo siguiendo auténticamente mis juicios y dando datos verdaderos, ¿el resultado? Que soy 70% racional y que no doy espacio a mis emociones pues me rijo por un absoluto control intelectual, ¡háganme el favor!, yo, que vivo en el azote y desbaratada por mi emotividad infantil y mis trastornos de ansiedad, me reí con la conclusión.

Acto seguido me enviaron una lista de 37 hombres que podrían ser compatibles conmigo.

¡Oh, por todos los dioses!, ¿así de fácil?, ¿treinta y siete señores en la agenda para quedar con ellos y hacer nuestra entrevista de mutuo reclutamiento?

Y que me pongo a revisar a los candidatos, uno a uno, todos parecían tener extraordinarios perfiles profesionales pues la línea que te presenta en Parship solamente detalla la ocupación y la edad.

Hombre, íbamos bien, por lo menos eran todos gente productiva, con títulos universitarios y potenciales buenos partidos según la perspectiva de mi tía Eva: “Financiero, 39”, “Consultor, 34”, “Empresario, 41”, “Escritor, 38” (¡sí, había un escritor!), “Catedrático, 44” y por el estilo.

Nueve de ellos me contactaron o contactaron a MXY9TIH1 para conocerla.

Todavía hiperventilo al pensar en la ortografía de sus correos: el horror.

“Hola soy cariñozo y ando buscandó algo serio, si tu quieres autorisame una foto”

“Hola tanbien soy deportista como tu, dime como te llamas y conparte una foto”

“Ay de mí, ay de ti”, pensaba yo con cada mensaje.

No contesté a ninguno y pronto desistieron, sólo uno se puso pesado e insistente, me reclamó que si no le iba a responder “para qué chingados estaba en Parship”

Di de baja la cuenta pero me puse a leer comentarios y experiencias hasta el hartazgo: desde los que han sido extorsionados por chicas que les piden que les depositen dinero para comprar un boleto de avión que las sacará de su país y no vuelven a saber de ellas, pasando por historias terribles de acoso sexual, o el predecible hecho de que el 99% de las fotos son decepcionantes pues no corresponden con la realidad, hasta la gente que se olvida de mencionar que ya tiene pareja y sólo quiere salir con alguien para sacudirse el aburrimiento de sus maridos o esposas y se cuentan muchos casos de personas con sobrepeso que omitieron dar el dato de que pesan 20 o 30 kilos más que en la foto que compartieron en línea.

Luego de leer tantas experiencias de los atrincherados tras la pantalla me puse triste. La soledad es tremenda, la soledad mal asumida puede ser un perro rabioso que muerde e infecta todo provocando acciones afiebradas y desesperadas, lo sé. ¿Pero contra qué estamos atentando si le quitamos al amor el derecho presencial?, ¿se puede llamar amor al ejercicio pragmático de dejar que un software elija por nosotros al compañero o compañera de nuestra vida?

Recordé un texto de Fernando Aponte que hacía una simplísima pero brutal reflexión: si hay un hito milenario en la historia de la humanidad es el descubrimiento del fuego; sopesemos frente a ello el hecho de que nosotros somos los primeros humanos en conocer el fuego eléctrico. Cito una línea suya que encontré maravillosa: “Somos el último fósforo en un mundo de estufas eléctricas. Habrá que ver si guardamos dentro ese fuego real o lo remplazaremos con un chip”.

Antes y después del fuego eléctrico, antes y después del amor virtual.

Qué pedazo de historia estamos viviendo. De eso se tratan las revoluciones, el cambio; lo entiendo bien. Y sin embargo, en este tema, yo no quiero contarme entre los que se alienaron, quiero ser de los que resistieron.

Sigo creyendo que para que para que el amor sea real, hay que darle la cara.

 

 

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