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Para Alberto Fernández, no ser Mauricio Macri ya no es suficiente

Noelia Barral Grigera es periodista especializada en política. Conduce el noticiero central del canal de noticias IP y es columnista política en Radio Con Vos. Ha publicado el libro ‘El otro yo’.

 

Actuar indebidamente, negarlo, mentir durante días para, ante la evidencia pública del hecho, finalmente aceptarlo es una pésima estrategia para gestionar un error. Y si encima ese paso en falso lo protagonizó, lo negó, mintió para encubrirlo y finalmente lo aceptó un presidente es doblemente mala. Pero si además ese presidente gobierna un país que atraviesa una crisis profunda y prolongada, en la que 42% de sus habitantes viven en la pobreza, y su gestión no ha logrado mostrar resultados sólidos para revertir la situación, el error y la forma de tratarlo entonces pueden definirse como suicidas porque afectan de forma directa al casi único recurso del que dispone un gobierno para sostenerse y pedir respaldo a la población: su palabra.

 

Es lo que sucede en Argentina. El presidente Alberto Fernández festejó, durante el período más estricto de aislamiento por la pandemia del COVID-19, el cumpleaños de su pareja, la primera dama Fabiola Yáñez, en la residencia presidencial junto a diez personas sin máscaras, ni distanciamiento, ni alguna otra medida de cuidado. El 14 de julio de 2020, día de la celebración, la circulación estaba fuertemente limitada en todo el país, donde solo un día antes, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el número de contagiados había llegado a más de 25,000. En el distrito donde se realizó el evento, Vicente López, estaban prohibidas las reuniones sociales debido a los altos índices de presencia del virus.

 

Una parte mayoritaria de la sociedad argentina respetó esas medidas sanitarias, firmadas por el propio presidente. No solo porque quienes las incumplían enfrentaban penas de seis meses a dos años de prisión. Sino, y principalmente, porque los argentinos y las argentinas comprendieron que si bien eran medidas costosas en términos económicos, sociales y de salud mental, eran necesarias en medio de una pandemia de la que todavía no sabíamos mucho y para la que no había cura. Pero ahí estaban el Presidente, su mujer y sus amigos. Sonrientes. Brindando. Cenando todos juntos. Festejando.

 

Seis meses después del escándalo del Vacunatorio VIP para amigos del poder, seis meses después de que el presidente dijera “debemos trabajar para evitar que estas situaciones vuelvan a repetirse”, los funcionarios siguen mostrándose como una casta a la que las reglas no le caben.

 

La publicación de la foto del festejo comenzaba a cerrar el círculo de la devaluación de la palabra presidencial. Y no solo por la comprobación de que el Vacunatorio VIP no fue un caso aislado, sino también porque el presidente mintió y negó, apenas un día antes de la revelación fotográfica y dos días antes de admitir su error en público, que el festejo hubiera ocurrido.

 

El escándalo, sorprendentemente a tono con la polémica que cruza al opulento festejo de cumpleaños del expresidente de Estados Unidos Barack Obama, estalló a un mes de las elecciones primarias en la Argentina y a tres meses de las elecciones generales para renovar la mitad de la Cámara de Diputados (donde el Gobierno no tiene mayoría y buscará conseguirla) y un tercio del Senado (con dominio oficialista que Fernández procura conservar). Así, el gobierno de Fernández se debate por estos días entre degustar un variopinto menú de teorías conspirativas sobre la filtración de la foto o intentar contener el error, enmendarlo y seguir, con la esperanza de que los votantes continúen depositando su confianza en el oficialismo ante el recuerdo de la muy mala gestión del expresidente Mauricio Macri. Por eso, Fernández pidió perdón dos veces en cuatro días, enfocándose en contrastar con la gestión de su antecesor. Él y su equipo apuestan a que, en la comparación con Macri, el gobierno sale ganando. No dimensionan un dato clave de esa estrategia electoral: a Macri la ciudadanía ya lo procesó, ya lo sacó de la Casa Rosada. Y lo hizo para darle un voto de confianza a él, a Alberto Fernández, a su promesa de que todo estaría mejor.

 

Su gestión camina sobre una cuerda floja frente a la ciudadanía. Las urnas dirán si sus votantes de hace casi dos años le renuevan la confianza a pesar de haber prometido hacer un gobierno para todos y mostrar, una y otra vez, que los privilegios siguen siendo de algunos pocos.

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