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El síndrome de Cándido y la negociación de México

Cándido, como la mayoría de mis lectores saben, es el personaje principal del cuento homónimo de Voltaire. Nuestro autor nos retrata, cónsono con el espíritu de la época, un personaje aviesamente optimista,  pese a vivir en un tiempo horroroso  donde reinan  la violencia, la guerra, el desprecio por la dignidad del hombre, el fanatismo y la intolerancia. Sin embargo, no obstante los duros golpes que tanto observa como recibe en su propia vida, nunca pierde las esperanzas de un mundo mejor. La relectura del Cándido, un placer que de mi parte crece con los años, me inspiró la configuración de una suerte de nuevo síndrome, presente en nuestra desdichada patria, y de acuerdo con el cual asumimos con optimismo el destino independientemente  de los golpes de una situación desgraciada.

La reflexión viene a cuento por la manera en que algunos compatriotas han asumido la negociación mexicana.  Se sostiene así que de una manera pausada pero incremental, nuestro oprobioso régimen comenzará a transitar por un redil que nos conducirá inevitablemente a la reinstitucionalización del país  bajo el paraguas de la Constitución.  El llamado memorándum de entendimiento suscrito entre el gobierno de Maduro y un sector de la oposición venezolana nos abrirá así un camino firme y optimista  hacia la anhelada reconciliación nacional.

“Ni tan calvo ni con dos pelucas”. Dialogar, intentar entenderse, buscar y lograr acuerdos se debe siempre intentar, incluso así sea con el diablo, como símbolo o encarnación del mal. Pero, por favor, no dejarse ilusionar por sus tentaciones, de donde devienen primero el optimismo y luego la inevitable frustración. Soy de los que sostienen que lamentablemente la oposición representada en México no tiene claridad de miras sobre el núcleo duro de su propuesta fundamental: adelanto de las elecciones presidenciales y parlamentarias, donde el pueblo soberano,  fuente de la legitimidad de un régimen democrático, indique los caminos para el restablecimiento del valor conductor de la Constitución. Si se llega a la conclusión de que es inevitable la prolongación del régimen hasta el año 2024, como ya algunas declaraciones de negociadores  parecen indicar, pues dígase claramente y no vuelva a repetirse el ya triste destino del mantra de Guaidó y su gobierno interino. En este último eventual supuesto, por lo menos deben asegurarse (tarea harto  difícil, pero no imposible) las garantías electorales prescritas de forma vinculante en el artículo 294 de nuestra carta magna: “Los órganos del Poder Electoral se rigen por los principios de independencia orgánica, autonomía funcional y presupuestaria, despartidización de los organismos electorales, imparcialidad y participación ciudadana; descentralización de la administración electoral, transparencia y celeridad del acto de votación y escrutinios”.

Repito lo que he sostenido reiteradamente , al igual que muchos compatriotas cuyas ideas sobre el particular comparto. Resulta inexplicable por parte de la oposición representada en México no hacer hincapié en un instrumento recogido expresamente en la Constitución para aplicarlo en estos casos, como es el referéndum revocatorio. Se trata de un instrumento que responde a un derecho humano fundamental, el derecho de participación política, un genuino derecho democrático y constitucional que no aparece expresamente estipulado, como debería serlo, en el memorándum señalado.

No niego la relevancia de diversos aspectos contemplados en el memorándum,  en particular aquellos atinentes a mitigar el dolor y el sufrimiento de tanta gente, consecuencia del hambre y el desamparo, así como el de proponer de una vez una vez por todas (¡no entiendo que se espera para ello!) una  ley de amnistía que libere a los presos políticos, procesados o condenados por defender sus ideas y sostener sus legítimas convicciones, en tanto seres humanos dotados de derechos derivados de su esencial dignidad.

En suma, resultaría imperdonable que el síndrome de Cándido se apodere del clima de la negociación mexicana, dadas, repito, sus nefastas  consecuencias en la inevitable frustración. Propónganse más bien la guía  del espíritu frío y perspicaz de  Maquiavelo, quien amaba más su patria que su alma, y sepulten de una vez el optimismo de Cándido y de su maestro Pangloss.

 

 

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