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El éxito del #15NCuba

Poco sucedió a ojos de quienes soñaron con un final súbito de la dictadura, pero para quienes entienden ese fin como fruto de un proceso ya irreversible, el 15 de noviembre ha sido un triunfo.

El 15 de noviembre apenas unos pocos lograron marchar por las calles cubanas. Desde distintos puntos de la Isla, informaciones de periodistas independientes e imágenes y testimonios publicados en redes sociales coincidieron: la tensión se palpó en el aire de unas avenidas vacías, tomadas por policías, agentes de civil y turbas listas para la represión.

Hubo decenas de arrestos y centenares de detenciones domiciliarias, todas ilegales. Frente a las casas de los coordinadores de la marcha y de numerosos opositores se desplegaron esos actos de repudio que durante décadas han envilecido la vida nacional. Hordas de zombies vociferantes, en harapos o ataviadas con banderas, camisetas del Che y relojes de oro falso, se desgañitaron lo mismo en La Habana que en Santa Clara, Holguín o Camagüey.

Todavía gritaban cuando el régimen cantó victoria, demasiado vivo aún el recuerdo de miles de cubanos marchando de forma pacífica y espontánea por las calles el pasado 11 de julio.

En ese sentido, poco sucedió a ojos de quienes soñaron con un final súbito de la dictadura, y a ojos de la propia dictadura, cada vez más temerosa de que esa posibilidad se materialice. Sin embargo, para quienes entienden ese fin como fruto de un proceso ya irreversible, el 15 de noviembre fue un triunfo, un gran paso de las fuerzas del cambio.

En primer lugar, porque el castrismo no está diseñado para convivir con ninguna desafección, necesita el teatro de la unidad y la unanimidad. Y el 15N ha evidenciado que en la Cuba actual hay de todo menos eso. Reconocidos músicos como Pablo MilanésChucho Valdés o Leo Brouwer, quienes durante años apoyaron el sistema, alzaron sus voces de manera clara a raíz de los últimos sucesos. Son apenas las señales más visibles de un sentimiento cada vez más extendido entre los cubanos: el rechazo a la violencia y la intolerancia tras las que se parapeta el régimen.

Por otra parte, la convocatoria ha galvanizado a cubanos por todo el mundo. La nación libre, esa que radica fuera de la Isla, se manifestó en 120 ciudades, en un reclamo de libertad. Tras las protestas del 11J, la convocatoria del 15N ha transformado la apatía y la desesperanza ante la ausencia de cambios en un movimiento cívico que exige estos cambios de forma abierta y firme, con un espíritu optimista, inclusivo.

En los últimos días y semanas el activismo ha ganado cientos de miles de voces, y no solo en la Cuba del exilio, la emigrada, sino en esa nación líquida que va y viene, que trata de sobrevivir más allá de las fronteras de la Isla dado el fracaso económico de las políticas del régimen, enfrascado en transformar el inoperante socialismo en un capitalismo corporativista, en manos de una élite.

A los miles de familiares de detenidos y condenados por el 11J, se suman ahora parientes y amigos de esos que marcharon lo mismo en Quito que en Ciudad de México, en Houston que en Madrid. La cantidad de manifestaciones en el mundo demostró que la Cuba que quiere cambios no es minoritaria, y que si dentro de la Isla la convocatoria no tuvo un apoyo masivo, se debió exclusivamente al terror desplegado en las calles.

Al provocar ese terror, el régimen ha quedado desnudo ante instituciones internacionales y Gobiernos democráticos. En el nuevo escenario es impensable hablar de deshielos diplomáticos, de oportunidades o de inversión económica.

Este 15 de noviembre, Cuba y el Gobierno de Díaz-Canel y de quienes lo dirigen desde las sombras quedaron expuestos como lo que son: la primera, como una sociedad atada y aterrorizada, pero decidida a cambiar; el segundo, como un régimen arcaico y decadente, sin otra estrategia que huir hacia adelante, al costo que sea necesario.

 

 

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