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Los migrantes cubanos llegan en cifras récord a EE. UU. a pie, no por el mar

La represión política y las dificultades económicas en la isla, junto con la decisión de Nicaragua de no pedirles visa, son algunos de los factores que impulsan el cambio.

Yaquemile, una migrante cubana, atraviesa el río Bravo desde México hasta Texas en abril.

Mientras la situación económica y política en Cuba se vuelve más desesperada, los migrantes cubanos están llegando a Estados Unidos en el mayor número visto en cuatro décadas. Según altos funcionarios estadounidenses, se espera que este año lleguen cerca de 150.000.

Durante décadas, los cubanos que intentaban huir de la represión, la inseguridad alimentaria y la devastación económica se embarcaban en balsas desvencijadas, y arriesgaban sus vidas para llegar a las costas estadounidenses.

Ahora llegan en números récord, pero esta vez a pie, con la ayuda de Nicaragua, que a finales del año pasado eliminó la exigencia de visa para los cubanos, dándoles un punto de apoyo en Centroamérica para viajar por tierra a través de México hasta Estados Unidos. Las autoridades estadounidenses han acusado a Daniel Ortega, el presidente autoritario de Nicaragua, de promulgar esta política para presionar a Estados Unidos para queles retire las sanciones.

El aumento de cubanos que intentan cruzar la frontera sur representa solo una parte de los migrantes que en ocasiones han desbordado a los funcionarios de la frontera, ya que los cruces de personas indocumentadas han seguido en aumento durante el gobierno de Joe Biden. Marzo batió el récord en un único mes en dos décadas de personas encontradas mientras cruzaban de manera ilegal: 221.303.

Desde octubre —el inicio del año fiscal 2022 del gobierno federal— han llegado a la frontera sur de Estados Unidos casi 79.000 cubanos, más que en los dos años anteriores juntos, según las cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza. En marzo, más de 32.000 cubanos llegaron a la frontera, la mayoría de ellos primero volaron a Nicaragua y luego hicieron el viaje por tierra a Estados Unidos, según un alto funcionario del Departamento de Estado, que habló bajo condición de anonimato debido al diálogo en curso con el gobierno cubano.

El funcionario dijo que la exención de visa para viajar a Nicaragua estaba animando a los emigrantes a gastar los ahorros de toda su vida para pagar a los contrabandistas por el viaje, y añadió que algunos estaban siendo presa del tráfico de grupos criminales.

Las cifras son las más altas desde eéxodo de Mariel en 1980, cuando 125.000 cubanos emigraron a Estados Unidos después de que la isla abriera sus puertos marítimos a los barcos estadounidenses para evacuar a todo aquel que quisiera salir.

El descontento de la población cubana está latente desde que el verano pasado se produjeron protestas masivas en toda la isla por la creciente inflación, la escasez crónica de alimentos y medicamentos y los continuos cortes de electricidad. Durante el gobierno de Barack Obama, Estados Unidos alivió significativamente sus restricciones a los viajes y las remesas a Cuba, solo para verlas reaparecer de nuevo durante el gobierno de Donald Trump, lo que supuso un duro golpe para la economía.

Las manifestaciones tomaron por sorpresa al gobierno comunista, que respondió imponiendo una de las mayores medidas de represión en décadas. Más de 700 cubanos han sido acusados por participar en las protestas, incluidos algunos adolescentes que recibieron 30 años de prisión.

El deterioro de las condiciones políticas y económicas está alimentando el creciente éxodo.

El gobierno nicaragüense eliminó en noviembre la exigencia de visa para Cuba, lo que abrió una ruta terrestre para los emigrantes reacios a embarcarse en el peligroso viaje por mar desde Cuba hasta las costas estadounidenses. Desde entonces, los vuelos a Managua desde La Habana se han disparado.

“Creo que estamos viendo cómo los gobiernos intentan convertir la migración en un arma porque saben que provoca trastornos políticos en los países receptores”, dijo Andrew Selee, presidente del Instituto de Política Migratoria, un centro de estudios de Washington.

Selee y otros analistas afirmaron que es probable que Nicaragua esté utilizando a los migrantes cubanos para presionar a Estados Unidos a fin de que levante las sanciones impuestas a Ortega y su círculo íntimo. La medida se ha comparado con la de Bielorrusia, que el año pasado eliminó los requisitos de visa para los iraquíes con el fin de facilitar su entrada en la Unión Europea, en represalia por las sanciones que el bloque había impuesto a Bielorrusia por sus controvertidas elecciones.

“No son tontos”, dijo Selee. “El gobierno de Managua sabía que esto obligaría a Estados Unidos a acudir a la mesa de negociación en algún momento”. Aun así, no está claro si las reglas migratorias más laxas producirían algún cambio en la política estadounidense.

El gobierno de Nicaragua no respondió a las preguntas enviadas por el Times. El gobierno de Cuba no respondió a las solicitudes de comentarios.

Muchos cubanos están desesperados por salir, incluso si eso significa endeudarse y arriesgar sus vidas en el peligroso viaje. Los cubanos describen la venta de todo lo que tienen —sus casas, ropa y muebles— y la concesión de préstamos con elevados tipos de interés para conseguir los miles de dólares que necesitan para llegar a Estados Unidos, a pesar de que el salario medio en la isla es de unos 46 dólares al mes.

Zenen Hernández, de 35 años, fue uno de los 414 cubanos que cruzaron el río Bravo hacia Estados Unidos el 5 de abril, de un total de 1488 migrantes indocumentados que cruzaron ese tramo de la frontera de Texas (cerca de 400 kilómetros) ese día.

“Los alimentos y las medicinas son escasos”, dijo Hernández, describiendo la situación en Cuba. “Solo hay pobreza”.

El gobierno cubano culpa a las décadas de embargo de Estados Unidos al país por sus problemas económicos.

La economía en la isla era mala antes de que llegara la pandemia, pero Hernández se las arreglaba vendiendo pan y papas fritas. En el verano de 2020, la situación se había vuelto insostenible. Cuando Nicaragua abrió sus fronteras a los cubanos el pasado otoño, decidió que era el momento de irse.

“Así que tuve que vender mi casa”, dijo.

El precio fue elevado: 16.000 dólares por el vuelo a Nicaragua y el consiguiente viaje de 2900 kilómetros para llegar a Estados Unidos —a menudo a pie— a través de las selvas, montañas y ríos de Centroamérica y México. A lo largo del camino, los migrantes son amenazados y extorsionados habitualmente por la policía y son presa de organizaciones criminales que los secuestran y golpean para pedir un rescate.

Cuando se le pidió a Hernández que describiera su viaje, se le quebró la voz al recordar el trayecto miserable.

“No tengo palabras”, dijo. “Te roban: la policía, los contrabandistas. Te roban”.

La demanda acumulada de cruces autorizados es otro factor que aumenta la migración. En 2017, el gobierno de Trump recortó al personal de la embajada de Estados Unidos en Cuba después de una serie de incidentes de salud inexplicables que se conocieron como el síndrome de La Habana que afectó al personal estadounidense allí.

La reducción obligó a los cubanos a solicitar visas a la embajada estadounidense en Guyana, un viaje demasiado costoso para muchos. La medida también impidió que Estados Unidos mantuviera su compromiso de proporcionar 20.000 visas de inmigrante al año a los cubanos, parte de un acuerdo de 1994 entre los países para proporcionar una vía legal y desalentar la migración ilegal.

Esta semana, la embajada de Estados Unidos en La Habana realizará las primeras entrevistas para solicitantes de visas de inmigrantes desde 2017, dijo uno de los altos funcionarios estadounidenses.

Las primeras conversaciones de alto nivel entre Cuba y Estados Unidos desde 2018 tuvieron lugar a finales de abril, centradas en el restablecimiento de los canales regulares de migración. El gobierno cubano pidió a Estados Unidos que mantenga el acuerdo bilateral de emitir 20.000 visas de inmigrante anualmente; el gobierno estadounidense solicitó que La Habana comience a aceptar a los deportados cubanos que han llegado ilegalmente.

El funcionario estadounidense dijo que las dos partes probablemente se reunirán de nuevo en seis meses.

“Si las conversaciones tienen éxito, volverán a una fórmula que funcionaba antes, proporcionando un canal legal real y factible para que los cubanos vengan a Estados Unidos a cambio de la deportación de los que no utilicen el canal legal”, dijo Selee, del Instituto de Política Migratoria. “La migración es un punto raro de cooperación entre los países que realmente ha funcionado”.

Durante décadas, los cubanos que emigraban a Estados Unidos disfrutaban de un trato preferencial. Los que eran atrapados en el mar eran devueltos, pero a los que llegaban a suelo estadounidense se les permitía quedarse, bajo una política comúnmente conocida como “pies secos, pies mojados”. El presidente Obama puso fin a esta política en 2017.

Las conversaciones bilaterales se producen antes de la Cumbre de las Américas que se celebrará en junio en Los Ángeles, donde los países intentarán acordar un marco regional para la migración y apuntalar el apoyo financiero a los países latinoamericanos con grandes poblaciones de migrantes. Colombia recibió el año pasado 800 millones de dólares en préstamos de prestamistas multilaterales, incluido el Banco Mundial, para apoyar a los 1,7 millones de migrantes venezolanos que acoge, el tipo de apoyo que la cumbre intentará extender a toda la región.

Aunque el gobierno de Biden ha mantenido que solamente se invitará a la cumbre a gobiernos democráticos, Cuba fue invitada a las dos anteriores, en 2015 y 2018, y espera una invitación este año.

Pero funcionarios estadounidenses dijeron que eso aún no se había decidido, lo que provocó la ira del gobierno cubano.

“Estados Unidos recurre una vez más a todo tipo de recursos y mentiras para hacer valer el derecho ganado por Cuba y su pueblo a estar presente en estas cumbres en igualdad de condiciones con el resto de los países de la región”, tuiteó el 25 de abril el canciller cubano, Bruno Rodríguez. Esto es “algo vergonzoso”.

 

Bryan Avelar y Frances Robles colaboraron con la reportería.

Maria Abi-Habib es la jefa de la corresponsalía para México, Centroamérica y el Caribe. Ha reportado para The New York Times desde el sur de Asia y el Medio Oriente. Encuéntrala en Twitter: @abihabib

Eileen Sullivan es una corresponsal en Washington que cubre el Departamento de Seguridad Nacional. Antes trabajó en Associated Press, donde ganó un Premio Pulitzer en la categoría de periodismo de investigación. @esullivannyt

 

 

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