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Carmen Posadas: Un asunto muy serio

Un rey se encuentra con un hombre tan parecido a él que, intrigado, le pregunta: ‘¿Tu madre trabaja en palacio?’. Y el hombre contesta: ‘Mi madre no, pero mi padre sí…’». No es el chiste más gracioso del mundo, pero sí el preferido de Sigmund Freud, uno de los mayores estudiosos de la risa, sus mecanismos y sus diversas funciones. De hecho, el padre del psicoanálisis escribió su tratado El chiste y su relación con el inconsciente simultáneamente que su celebérrimo Tres ensayos sobre la teoría sexual. Por lo visto, tenía en su mesa de trabajo ambos textos y, según su estado de ánimo, escribía sobre uno u otro.

Para Freud, el humor es «la más elevada manifestación de los mecanismos de adaptación del individuo», mientras que los chistes son «el más perfecto medio de liberación de la tensión que produce la represión de la sociedad, una vía de escape, y una forma de transgredir la norma». También tiene otros componentes tan interesantes como intrigantes. Para empezar, los chistes son anónimos y se propagan a velocidad de vértigo. No solo ahora, gracias a las redes sociales, sino desde siempre: cualquier hecho notable de la índole que sea tiene su instantánea réplica en el deformante y siempre certero espejo de la chanza, el chiste, el chascarrillo.

 

Putin estaba furioso. Es fácil encarcelar manifestantes, envenenar opositores e invadir países, pero ¿cómo se combate el ridículo?

 

El primer chiste del que se tiene noticia data de 1900 años antes de Cristo y trata de una muchacha en su noche de bodas. No lo reproduzco aquí porque ha perdido la gracia que, sin duda, le atribuyeron los sumerios, pero contiene una alusión sexual, una machista y otra escatológica, es decir, nada nuevo bajo el sol.

La profesora Mary Beard, una de las intelectuales más brillantes –y divertidas– de nuestro tiempo, publicó no hace mucho un ensayo sobre la risa en el Imperio romano. Su intención era estudiar de qué se reían los romanos y descubrió que, al igual que a nosotros, el humor les servía, por un lado, como válvula de escape y, por otro, para reírse del poder. Por eso, los tiranos temen más una burla que una opinión sesuda. Porque se puede amordazar una voz crítica, desdeñar una denuncia o neutralizar una filípica, pero nada puede hacerse contra un chiste.

Antes de convertirse en el genocida que ahora es Vladímir Putin, llevaba años controlando los medios de comunicación e impidiendo manifestaciones públicas. Aun así, hubo una que no consiguió dispersar. A los habitantes de una pequeña localidad del norte del país, descontentos con la situación política, se les ocurrió una curiosa forma de protestar. Puesto que no podían manifestarse públicamente, llenaron la plaza principal de peluches, muñecas y cochecitos teledirigidos, a los que añadieron este rótulo: «No somos rusos, somos juguetes». De inmediato fue desarticulada tan inoportuna concentración, pero no sin que antes se hubiese hecho viral a través de las fotos que los habitantes del lugar subieron a las redes sociales. Putin estaba furioso. Es fácil encarcelar manifestantes y envenenar opositores e incluso invadir países vecinos, pero ¿cómo se combate el ridículo?

Desde que el mundo es mundo, el humor ha sido el mejor antídoto contra el horror. Algunos supervivientes del Holocausto han relatado, por ejemplo,  cómo contar chistes y crear secretos lenguajes que les permitían hablar de sus captores, incluso delante de ellos, los ayudaba a sobrellevar la desesperada situación en la que se encontraban. Algo similar dicen ahora los encargados de rastrear minas antipersona en Ucrania; también ellos se valen de la risa para infundirse ánimo y desdramatizar.

Según una leyenda judía, poco después de que Yahveh creara al hombre, Adán protestó: «Oh, Señor, le has dado al león dientes y garras para defenderse, al elefante formidables colmillos, a las gacelas velocidad y a las tortugas caparazones, pero a mí me has dejado sin medios para protegerme». Y Yahveh dijo a Adán: «A ti te he dado un arma invisible e invencible que os salvará a ti y a tus descendientes, que te defenderá de tus enemigos e incluso de ti mismo: te he dado el humor». Me encanta esta leyenda. Sobre todo porque pienso que quien es un bromista y tiene un formidable sentido del humor es, precisamente, Él, el creador de todo esto. Su humor es a veces blanco y generoso; otras, negro, verde, rojo, amarillo, morado, incoloro… Pero la risa de Dios es otro tema. Uno que merece no un artículo, sino toda una enciclopedia.

 

 

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