Meloni: «La hora de la responsabilidad»
El contenido del mensaje de Meloni la noche de su victoria permite albergar la esperanza de que encarará con pragmatismo los desafíos que tiene por delante y huirá de maximalismos
La victoria de Giorgia Meloni en las elecciones italianas tiene ribetes históricos. Es la primera mujer que alcanzará la jefatura del Gobierno en la Italia de la posguerra y la primera que, en los últimos doce años, constituirá un gabinete de derecha pura y dura. De estos dos adjetivos, el que más ha usado la prensa europea para describir el estilo de la vencedora es el segundo, quizá porque Meloni sola ha sacado más votos que toda la izquierda tradicional, lo que habla tanto de su éxito como del fracaso de sus rivales. Europa empieza a notar un movimiento pendular de los electores que buscan en la derecha las soluciones que la izquierda no ha sabido dar.
El triunfo de Hermanos de Italia fue tan inapelable que Enrico Letta, el líder del Partido Democrático, presentó ayer su dimisión y pidió a las nuevas generaciones de socialdemócratas que den un paso al frente. Meloni no es una figura que se pueda describir con trazos gruesos. «Es la hora de la responsabilidad», fue el principal mensaje que lanzó en la noche de su victoria. Fue una reacción tan contenida que resulta impropia en una líder populista y que siempre se presentó como radical. Por eso la frase no es un mal punto de partida para un Gobierno de Italia que deberá hacerse cargo con urgencia de tres importantes tareas.
La primera misión es dotar de estabilidad política al país. Su Gobierno será el septuagésimo en los 76 años que tiene la República italiana. Tiene a su favor la ley electoral pergeñada por la izquierda, que favorece de partida al ganador, pero que la alianza derechista ha sabido explotar estratégicamente presentando candidaturas únicas en aquellas circunscripciones uninominales donde se escogía al 37,5 por ciento de los diputados y senadores. Eso le ha permitido optimizar su resultado en las Cámaras frente a una izquierda fragmentada que compitió contra sí misma en varios colegios electorales. Pero qué duda cabe de que Meloni deberá gestionar además la feria de vanidades que hay en su coalición, con egos tan prominentes como los de Matteo Salvini y Silvio Berlusconi.
Y sobre todo, deberá sostener políticas comunes en asuntos tan delicados como las cuestiones europeas o la ucraniana, donde tanto Salvini como Berlusconi se han mostrado cercanos a Vladímir Putin. La segunda tarea es la economía. El país está siendo azotado por la inflación (un 8,4 por ciento interanual en agosto) tras haber sido uno de los más castigados por la pandemia. Meloni debe ofrecer certidumbres, una cuestión nada sencilla cuando sustituya en el puesto a Mario Draghi, el italiano que mejor ha sabido manejar la política de gestos en la liga económica europea. La tercera cuestión tiene que ver con la incardinación de Italia en el proyecto europeo.
La transalpina es una nación fundadora del Mercado Común y del euro, y una protagonista indiscutida de la Europa pacífica y próspera surgida en la segunda mitad del siglo XX, que es casi un correlato de la propia historia italiana. De la misma manera que no se entienden la una sin la otra, Meloni deberá plantear una reafirmación creíble del compromiso italiano con Europa que no deje lugar a la ambigüedad, porque Italia no es, ni debe ser, Polonia o Hungría, y la preservación de todos los estándares democráticos frente a cualquier tentación de autoritarismo es una obligación.
Paradójicamente, el difícil contexto por el que transita Italia, con problemas como la crisis energética, el flagelo inflacionista o el desafío de la inmigración –que comparte con otros países del Mediterráneo como el nuestro–, debería ayudar a la vencedora a superar la prueba de fuego que le plantea la realidad sin caer en maximalismos. Es la hora del pragmatismo y de la responsabilidad.