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Cumbres iberoamericanas, ¿capullo marchito o buscando su destino?

La troglodítica relación de los latinoamericanos con cuanto proyecto multilateral se haya dado, terminó imponiéndose y las cumbres iberoamericanas fueron derivando en encuentros cada vez más fofos y flácidos.

Ningún viento es favorable para aquella nave que no sabe hacia dónde se dirige, dicen los marinos. Y tal parece ser el caso del multilateralismo regional, cuyo episodio más desagradable (para los organizadores) y más deslucido (para la política), fue la 28 Cumbre Iberoamericana, celebrada en la capital dominicana hace muy pocos días. Parece una embarcación escorada y con un timón algo extraviado.

Fueron demasiadas las ausencias esta vez. México y Brasil, desde luego, las más gravitantes; por su población y por su peso político y económico. Sin embargo, tampoco asistieron Venezuela, Nicaragua, El Salvador ni Perú. Ausencias muy significativas.

Pese a la suscripción de un Plan de Acción de la Cooperación Iberoamericana para el período 2023-2026, una Carta de Derechos Digitales, una Estrategia de Seguridad Alimentaria y una Carta Medioambiental, quedó en claro que cuestiones muy centrales -de tipo conflictivo- atraviesan el espacio iberoamericano. A los 32 años de existencia, una prematura senectud de este bloque es innegable.

Lejos está esa primera y fascinante cumbre de Guadalajara, donde se observó una amplia gama de anhelos comunes. El Rey Juan Carlos emergía como una figura aglutinadora e imponente. Transmitía majestuosidad.

La región a ambos lados del Atlántico parecía entonces haber encontrado un espacio políticamente grandioso y con miles de recovecos por descubrir. En Guadalajara nació un iberoamericanismo bastante prometedor.

Incluso el concepto parecía novedoso, aunque no lo era. Tenía anclaje intelectual en la primera mitad del siglo 20, cuando personajes muy admirados en la región, como el mexicano José Vasconcelos, lo asoció a lo que llamó alegóricamente, la raza cósmica. Se atisbaron ancestros comunes y se empezó a hablar de comunidad iberoamericana. Aparte de ello, se apostó a hurgar en la herencia lusitana. En Guadalajara surgieron nuevas tonalidades políticas del concepto.

Sin embargo, la troglodítica relación de los latinoamericanos con cuanto proyecto multilateral se haya dado, terminó imponiéndose y las cumbres iberoamericanas fueron derivando en encuentros cada vez más fofos y flácidos. Demasiadas fisuras internas de los países de este lado del océano comenzaron a mermar el ímpetu inicial y las cumbres ganaron en ejercicios retóricos. El iberoamericanismo empezó a perder músculo e imaginación.

Y al otro lado del océano también ocurrieron asuntos perforadores de cualquier perspectiva. En sus últimos años de reinado, el gran monarca español dejó de ser admirado como figura política. Con el paso de los años, se hizo evidente que sus prioridades se disolvían en cuestiones más bien mundanas. Un fatal viaje por África le retiró de golpe toda esa aura de majestuosidad, que había proyectado hacia el mundo y de manera muy fuerte hacia América Latina. El debilitamiento físico y mediático del Rey llevaron a las cumbres a perder su gran pilar. 

Felipe, el hijo de Juan Carlos, ha buscado dar continuidad formal a estas cumbres, entregando apoyo de infraestructura para su realización, ofreciendo visibilidad a los países medianos y pequeños, y esforzándose por integrar contenidos novedosos a la agenda. Su esfuerzo ha sido homérico, pero insuficiente.

Paralelamente, la clase política española se hizo errática tras el fin de los períodos de Felipe González y J.M Aznar en la Moncloa. De manera sorpresiva irrumpió en el escenario un factor disruptivo llamado José Luis Rodríguez Zapatero, cuya influencia dividió a las élites nacionales de todo el espacio. De pronto, las izquierdas latinoamericanas giraron a posturas más contestatarias y progresivamente populistas.

Aquella “desaceleración” española, más el surgimiento de elementos discordantes con el espíritu iberoamericanista original, son las claves explicativas de la pérdida de entusiasmo y gravitación. 

Entre esos elementos discordantes, se observa, en primer lugar, la reticencia del Brasil de Lula y del México de López Obrador a ser coprotagonistas de este eje. Especialmente el Mandatario mexicano, quien ha transformado la relación con España en un absurdo, y a ratos hilarante, casus belli diplomático, exigiendo a la corona de los Borbones disculpas por presuntos hechos ocurridas hace más de cinco siglos sin importarle la tergiversación de la historia. AMLO ha levantado un tipo de mexicanidad indigenista ante rem, que corta la hebra con el imperio novohispano.

¿Recurso demagógico o algún trauma familiar? Difícil establecer qué hay tras este surrealista incordio desatado por López Obrador, pues su origen cantábrico es demasiado directo. Muy sugerente del actual estado de las relaciones es que, a la cumbre de Santo Domingo, no envió ni siquiera a su canciller y fuerte aspirante presidencial, Marcelo Ebrard.

Como agudamente se ha señalado, una mejora bilateral ocurrirá sólo cuando se “desobradorice” la relación bilateral, a partir del próximo período presidencial previsto para 2024. Quizás ahí se pueda revivir el espíritu y júbilo de Guadalajara 1991.

Por su parte, el neolulismo no termina de cuajar en el nuevo gobierno brasileño y eso se reflejó en la cumbre de Santo Domingo, donde su canciller Mauro Vieira se limitó a un papel secundario. Es del todo evidente que las prioridades (y ambiciones) de Lula van por un camino muy distinto. No es casualidad la programación de una visita suya a Pekín en la misma fecha de la cumbre, la cual tampoco pudo efectuarse por su hospitalización debido a una neumonía. Hay indicios de una presidencia sinuosa, donde el iberoamericanismo no tiene lugar.

La cumbre de Santo Domingo se vio opacada también por ese ruido (casi ensordecedor) provocado por países medianos y pequeños, cuyas turbulencias internas imposibilitan consensos y compromisos mínimos. La experiencia en otros foros multilaterales indica la existencia de obstáculos insalvables. Por ejemplo, en la desordenada cumbre de CELAC efectuada en Buenos Aires hace algunas semanas, como también en esos necrofílicos vaivenes de Unasur. Parido prematuramente y abandonado en estado agónico a poco andar (más de alguien diría que fue asesinado) para entrar en una especie de quirófano a ver si se puede revivir.

Por último, también afectó al desarrollo de la cumbre de Santo Domingo esa forma estridente y divisiva de los herederos de Chávez a la hora de abordar la política internacional. Con Madrid tiene fuerte encono. Ayuda demasiado a opositores. En Caracas supura todavía una profunda herida provocada por el monumental tapaboca del rey Juan Carlos al propio Chávez en la cumbre de Santiago, cuando éste deleitaba a los asistentes con una interminable monserga bolivariana, sin que nadie se atreviera a encararlo. Y, desde luego que parte del ruido son también esas interminables crisis internas de Perú y Nicaragua.

Pese a este lamentable cuadro, el iberoamericanismo no ha muerto. Hace algunos años, cuando el bloque recién empezaba a desvencijarse, se tomó una medida paliativa; espaciar las cumbres a dos años. Sin embargo, no fue una solución definitiva.

Ahora ha surgido una opción interesante de cara a su revitalización. Se propuso integrar más el elemento lusitano del iberoamericanismo e invitar a los países africanos de habla portuguesa, más la hispanohablante Guinea Ecuatorial a ser miembros plenos. 

Sin embargo, tales iniciativas necesitarán de grandes operadores. Como en América Latina reina el ingenio desenfrenado (aderezado con una buena pizca de hiper-ideologización), un Jefe de Estado se subió literalmente por el chorro y propuso incluir, en esta ampliación africana, al Frente Polisario. El del Sahara Occidental. El mismo que tantos dolores de cabeza provoca en el Magreb. Este imaginativo Mandatario dijo que concebía al bloque iberoamericano, como un “conjunto de víctimas de injusticias”. Parece evidente que, sin cerebros fríos, este bloque seguirá marchitándose.

La próxima cumbre se llevará a cabo en Quito a finales del próximo año. Habrá que ver si para ese entonces, el barco del iberoamericanismo logrará enderezar el rumbo.

 

IVAN WITKER

Académico de la Universidad Central e investigador de la ANEPE

 

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