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Coixet: La felicidad de Henry Molaison

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Henry Molaison poco antes de su operación (izquierda). A la derecha en 1986 en el MIT, delante de un ordenador con el que hacía tests psicológicos bajo la atenta mirada de Suzanne Corkin.

 

A los 14 años, el ciudadano americano Henry Molaison empieza a sufrir sus primeros ataques epilépticos. Su familia busca todo tipo de soluciones porque los ataques lo incapacitan para tener una vida normal. En 1953, un cirujano les ofrece una solución: hacer dos agujeros en el centro de su huesofrontal para extirpar ciertas estructuras cerebrales: el hipocampo y los lóbulos temporales. Esta operación, que tiene como objetivo curarlo de sus severos ataques epilépticos, lo vuelve amnésico. Es incapaz de recordar su nombre, los rostros de sus familiares… No puede almacenar nuevos recuerdos, no sabe quién es ni de dónde viene. Pierde gran parte de su llamada ‘memoria episódica’ y se encuentra incapaz de recordar eventos importantes y significativos de su pasado, o incluso el contexto en el que ocurrieron estos eventos (fechas, lugares, etc.) Tiene amnesia anterógrada.

Su amnesia fue para él una prisión y una liberación y abrió tantos interrogantes en el funcionamiento de nuestra memoria como los que ayudó a resolver

«Henry Molaison ya no puede crear nuevos recuerdos que superen los pocos minutos. Los nuevos elementos no se consolidan y, por lo tanto, no se mantienen en la memoria», escribió la neurocirujana Suzanne Corkin, que estudió el caso y siguió la evolución del paciente H. M. hasta su muerte, durante 43 años. Gracias a las consecuencias de esta operación hoy conocemos muchas cosas del funcionamiento de nuestra memoria. Hasta ese momento se creía que la memoria estaba repartida en todo el cerebro, pero la operación demostró la precisa ubicación de nuestros recuerdos. Henry pasó el resto de su vida, primero con sus padres (a los que descubría cada mañana) y luego en una residencia. Nunca dejó de colaborar con la ciencia. Suzanne Corkin, en su libro Permanent present tense, describe el día a día de su relación: cada mañana, cuando Henry llegaba a su laboratorio, era para él el primer día. Nunca fue realmente consciente del valor que tenía su experiencia para la ciencia. Una mañana Henry le dijo: «Es gracioso, uno vive y aprende, pero en mi caso yo vivo y tú aprendes».

Corkin averigua que Henry ha olvidado todas sus experiencias 30 segundos después de la operación, pero reconocía paisajes y algunos fragmentos musicales y podía leer y escribir. Cuando le mostraban fotos de su familia, recordaba algún paisaje, algún detalle nimio, un banco de madera en el porche de la casa familiar, un árbol…Su personalidad, tal y como la recordaban los que lo conocieron antes, estaba intacta. Era dócil, servicial y poseía sentido del humor. Pero Corkin descubrió que Henry sí recordaba dos eventos en su infancia que habían sido tan impactantes para él que los había almacenado en otros lugares de su cerebro: su primer vuelo en avión y el día que le robó un puro a su padre y se mareó al fumarlo.

Al morir, Henry Molaison donó su cerebro a la ciencia y fue Suzanne Corkin la encargada de extirparlo y enviarlo a un laboratorio de San Diego, donde fue cortado en 2401 láminas que hoy se hallan a disposición de investigadores de todo el mundo.

El caso Henry Molaison abrió tantos interrogantes en el funcionamiento de nuestra memoria como los que ayudó a resolver. Su amnesia fue para él una prisión y una liberación, dice la doctora Corkin, pero en su libro Henry Molaison no parece sentir pena o culpa o decepción o ansiedad o tedio u orgullo: todas las cosas que nos hacen infelices.

Las fotos que se conservan de él lo muestran siempre sonriente.

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