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Bukele en observación

El primer desafío que tiene por delante el Presidente Bukele en estos próximos cinco años es el de superar sus propios fantasmas, sus tendencias autoritarias y las de sus cercanos, a fin de legitimar sus resultados respecto de la delincuencia. Debe hacerlo consolidando una democracia sana y no sólo de apariencias.

 

A lo largo de la historia El Salvador tuvo poca relación con Chile, excepto por episodios extraordinarios como los de la misión militar de principios del siglo pasado, en la que participó como instructor el ex Presidente Carlos Ibáñez del Campo; o cuando profesionales chilenos cooperaron a inicios de los 90 en una serie de reformas de políticas públicas salvadoreñas.

El Salvador siempre acogió con cariño a los chilenos en su tierra. Lo hizo, por ejemplo, con el entrenador de fútbol Hernán Carrasco, que dirigió la selección de ese país en el mundial de 1970 y murió allí hace pocos meses atrás, con cien años cumplidos. También recibió con los brazos abiertos al diplomático chileno y poeta, Juan Guzmán Cruchaga, galardonado en 1962 con el Premio Nacional de Literatura. Fue el autor de versos ya olvidados como: “Alma, no me digas nada, / que para tu voz dormida / ya está mi puerta cerrada. / Una lámpara encendida / esperó toda la vida / tu llegada. / Hoy, la hallarás extinguida”. Gabriela Mistral cultivó la amistad de grandes escritores salvadoreños como Claudia Lars, Alberto Masferrer o Salvador Salazar (Salarrué).

Este legado ha sido reemplazado en nuestro imaginario colectivo por la figura de Bukele.

El actual mandatario salvadoreño se ha convertido en un referente en el mundo entero al revertir exitosamente un inexorable camino de violencia criminal en su país, el cáncer que hoy sacude a América Latina.

Si en 2015 había 106 homicidios por cada cien mil habitantes, el año pasado la cifra bajó a 2,4. La gente más sencilla ha recuperado sus barrios, el centro de la capital dejó de ser un lugar inseguro, el desplazamiento por el país es ahora posible sin grandes riesgos. En otras palabras, los salvadoreños lograron la libertad de movimiento, dejaron de estar prisioneros por temor, recuperaron un derecho humano básico. Ya no tienen que vivir parapetados, encerrados en sus casas al caer la tarde, enrejados, cercados por alambre púa los que podían permitirse ese “lujo”.

Por este fantástico logro, el pasado 4 de febrero reeligieron abrumadoramente a Nayib Bukele para un segundo periodo presidencial. Además, le entregaron el control absoluto de la Asamblea Legislativa, a pesar de que el conteo de votos no ha terminado.

Sin embargo, como bien sabemos todos (y lo admitimos calladamente ante los éxitos de la lucha contra el crimen organizado) esta conquista también es resultado de haber torcido gravemente la institucionalidad salvadoreña en años anteriores, al punto de que los otros dos poderes del Estado funcionan como secretarías del Ejecutivo.

Se agrega a ello, que Bukele ha extendido hasta hoy un régimen de excepción. En lo tocante a los 70 mil presos, los resultados son producto de restricciones a la libertad de asociación, límites al derecho a la defensa en procesos judiciales, al derecho a que una persona detenida sea informada de las razones por las que se le retiene, a la posibilidad de ser obligada a declarar en un proceso judicial, a la amenaza de permanecer en detención administrativa no sólo 72 horas sino hasta 15 días, a la posibilidad de que la correspondencia y las telecomunicaciones sean violadas por las autoridades sin orden judicial.

La intimidación de las pandillas parece haberse conjurado, o casi, y también se le ha dado una lección a los partidos políticos que alguna vez pactaron con ellas en aras de apoyo electoral. Sin embargo, para que este resultado evidente sea legitimado, resulta imprescindible que el Presidente Nayib Bukele ejerza ahora el tremendo poder que le han dado las urnas, de manera contenida, con una mirada puesta en el futuro, que se oriente a la construcción de una estabilidad institucional duradera que trascienda su propio periodo presidencial. Él mismo, cuando no tenía mayoría en la Asamblea, planteó la necesidad de dialogar con los partidos. Ha llegado la hora de hacerlo.

Las frases que ha usado el Presidente al dirigirse a sus seguidores después del triunfo electoral, lamentablemente no van en esa dirección. Existe la tentación entre sus seguidores de instalar un sistema de partido único o una reforma constitucional que permita la reelección indefinida del mandatario. Ojalá no ocurra. Por su propia naturaleza, la democracia es un sistema en que el poder está repartido, fragmentado, equilibrado. La democracia también se apoya en la premisa de que las opiniones, los intereses e incluso los prejuicios de las minorías son respetados.

Es decir, el primer desafío que tiene por delante el Presidente Bukele en estos próximos cinco años es el de superar sus propios fantasmas, sus tendencias autoritarias y las de sus cercanos, a fin de legitimar sus resultados respecto de la delincuencia. Debe hacerlo consolidando una democracia sana y no sólo de apariencias.

El segundo desafío tiene que ver con abordar lastres acumulados. El primero de ellos es el crecimiento económico, que implica diseñar políticas capaces de atraer inversión extranjera, así como mejorar los índices en educación y salud. En las elecciones recientes se demostró que la gente vota por resultados y no por discursos. Ahora bien, corresponde ahora mostrar victorias en otras áreas cruciales para el desarrollo salvadoreño, tan eficaces como los obtenidos con la delincuencia, pero esta vez mediante el diálogo con otras fuerzas políticas, y sin desatender los retos de la seguridad interna.

No se debe olvidar que las pandillas (o maras) son producto de la falta de oportunidades, entre otros factores. Esto hace pensar que el crecimiento económico (sólo un 2,6% en 2022 y 2,8% el año pasado) debe estar en el centro de atención. El crecimiento insuficiente implicó que la tasa de pobreza moderada se mantuvo estable, pero la pobreza extrema aumentó en 2022, según el Banco Mundial. Además, el gobierno enfrenta problemas de sustentabilidad fiscal y presiones de liquidez.

En el proceso de exhibir conquistas a favor de la población, deben hacer un esfuerzo por mejorar la educación. Según la prueba PISA, de 81 países medidos, El Salvador aparece en el lugar 69 en lectura, y 78 en matemáticas. Cuentan con una Biblioteca Nacional nueva, de última generación, que es un orgullo para el país y Centroamérica, ubicada al lado de la Catedral y del Palacio Nacional. El desafío es que converjan ese tremendo esfuerzo cultural con la enseñanza que reciben millones de salvadoreños. Que el edificio no se convierta en una estructura megalómana.

Precisamente por haber obtenido una mayoría apabullante tanto en la elección presidencial como en el legislativo, el desafío del Presidente Bukele es doble. Comienza por limitarse a sí mismo, lo que no es fácil, y sigue por diseñar políticas públicas dialogadas para alcanzar resultados tangibles para la gran mayoría de sus conciudadanos. El mandatario debe superar lo que Moisés Naím llama las “tres p” que amenazan el ejercicio de la política en los tiempos actuales (populismo, polarización y post verdad). Estoy seguro que Sebastián Piñera le daría un consejo similar. Si no lo logra, el riesgo de que su autoritarismo derive en dictadura es muy alto. Como lo afirma un reciente editorial de La Prensa Gráfica, el más prestigioso diario salvadoreño, en ese caso “habrá que prepararse para un naufragio, ya no de la democracia, sino de la república en toda regla”.

Por otro lado, si lo logra, el prestigio mundial de Bukele puede alcanzar niveles épicos. ¡Que no se extinga en El Salvador la lámpara encendida de la que habla nuestro gran poeta, Juan Guzmán Cruchaga!

 

Embajador, ex Subsecretario de Relaciones Exteriores

 

 

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