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Meditación sobre el pelo de Gustavo Petro

Ahora ese narcisismo también se expresa cuando se centran en lo íntimo

El presidente Petro se estaría quedando calvo: uso de gorra ...

 

 

Del viaje que hizo Ortega y Gasset a Buenos Aires en 1916 extrajo impresiones sorprendentes. Nada urge tanto en Sudamérica, escribió, como «una general estrangulación del énfasis». El olvido de lo concreto hace que el americano convierta cualquier cuestión en un pretexto para hablar de sí mismo. «El americano propende al narcisismo». Prefiere la sensibilidad a la precisión y compatibiliza la inteligencia con la ausencia total de criterio. A eso se sumaba la falta de disciplina y de rigor, que se compensaba con «un apresurado afán por reformar el Universo, la Sociedad, el Estado, la Universidad». Ortega recriminaba esa actitud. «¡A las cosas!», urgía, había que empezar por reformar y construir la intimidad.

Estas líneas, escritas hace más de un siglo, siguen teniendo rabiosa actualidad. Con un agravante: el narcisismo de los gobernantes latinoamericanos ya no sólo se expresa en su delirio y megalomanía, en esa nociva inclinación a hacer justo lo que Montaigne censuraba: refundar los cimientos del Estado en lugar de apuntalar el segmento averiado, «enmendar los defectos particulares con la confusión general, y curar las enfermedades matando». No, ahora ese narcisismo también se expresa cuando se centran en lo íntimo.

Un ejemplo es la presidenta peruana Dina Boluarte, que se ausentó sin avisar de su cargo para hacerse una cirugía plástica. No fue su único acto de vanidad. Además de una nueva nariz, Boluarte empezó a lucir joyas y Rolex incompatibles con el salario de un funcionario, que por lo visto fueron un regalo interesado del gobernador de Ayacucho. Su narcisismo tiene al Perú paralizado.

Gustavo Petro, otro narciso convencido de que su liderazgo cambiará la historia de Colombia y llevará la paz y la vida al mundo entero, también ha cambiado de prioridades. Lo comprobamos hace poco, cuando finalmente compareció en público sin la gorra que lo acompañó durante meses. Petro estaba alternado la salvación de la humanidad con la salvación de su cabellera. Ocultaba su cabeza para proteger los injertos capilares llamados a equilibrar su belleza física con su belleza moral. Lo grave es que incurría en esta frivolidad mientras dinamitaba el sistema de salud. Petro edificaba su imagen física sobre las ruinas de un proyecto que le había costado a Colombia treinta años de reformas.

Esto, aunque trágico, también es paradójico. Para poblar su coronilla, Petro seguramente consultó a un experto, se fió del criterio técnico y se limitó a resolver un problema concreto. No fue necesario salir al balcón a culpar al gen español, colonialista y alopécico, ni entablar una guerra cósmica para detener el maligno avance de la calvicie en el Sur global. Fue ‘a las cosas’, y esa misma lógica, de haberla aplicado a su acción de gobierno, habría evitado la crisis que hoy amenaza al sistema de salud. El problema es que el narcisismo enreda las prioridades, hace confundir la ridiculez con la grandeza e impide ver –releamos a Montaigne– cuándo se empieza a curar la enfermedad matando.

 

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