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Carmen Posadas: Hybris

Hace tiempo que vengo dándole vueltas a la idea de escribir algo sobre un fenómeno viejo como el mundo, pero cada vez más frecuente entre nosotros. Uno capaz de anular la inteligencia más preclara, también la más elemental prudencia, con el resultado de que personas, brillantes y otras simplemente arrogantes, caven su propia fosa. Según un proverbio griego que algunos atribuyen a Eurípides: «A quienes los dioses quieren destruir, previamente les hacen perder la cabeza».

 

«Según un proverbio atribuido a Eurípides: ‘A quienes los dioses quieren destruir, previamente les hacen perder la cabeza’»

 

Ellos llamaban a esta ida de olla hybris y ponían como ejemplo a Sísifo o Prometeo, que, por desafiar a los dioses, fueron condenados a eternos martirios; también a Agamenón, a Héctor y a otros muchos grandes personajes perdidos por su arrogancia y su falta de cálculo. Porque hybris o hibris es la borrachera o mal de altura que aqueja, sobre todo, a personas relevantes.

Ejemplos más recientes de hybris pueden ser Julio César, que, después de la fulgurante carrera que lo convirtió en el hombre más admirado de Roma, no solo desafió a los senadores, sino que acudió, contra el buen juicio de sus amigos, al Senado, donde lo cosieron a cuchilladas. O Napoleón, a quien, tras conquistar media Europa, se le ocurrió invadir Rusia y acabó derrotado por el General Invierno, error que repetiría siglo y medio más tarde Hitler, con idéntico (y catastrófico) resultado.

Así funciona la hybris y no afecta solo a personajes extraordinarios, sean estos de signo positivo o negativo. Afecta aún más a políticos mediocres en quienes la borrachera del poder se manifiesta de modo grotesco y/o chusco. ¿Qué pensaba, por ejemplo, Errejón cuando metía mano o presuntamente agredía sexualmente a distintas mujeres? ¿Que por ser el campeón de la causa feminista, el Mío Cid del «hermana, yo sí te creo», no sería denunciado por ninguna de ellas?

¿Y Ábalos? ¿Qué me dicen de Ábalos y su troupe de comisionistas y arrebatacapas, que lo mismo contrabandeaban lingotes de oro en aviones presidenciales que compraban favores para aerolíneas en apuros? ¿Y Begoña Gómez, que pensaba que para dirigir una cátedra en la universidad basta con ser ‘Señora de’? La pareja presidencial ya apuntó modales cuando, en la primera recepción real, se situó delante del Rey. A partir de ahí, no ha hecho más que refrendar que su particular modo de entender el poder puede resumirse en dos máximas, también muy regias: «El estado soy yo» y «Después de mí, el diluvio» (o la ‘fachosfera’, según su mantra favorito).

Ignoro si Pedro Sánchez o Ábalos conocen el término hybris, tal vez Errejón, que parece más ilustrado, sí lo conozca, pero una de las muchas trampas a las que aboca esta «arrogancia, soberbia y desmesura y desprecio temerario», según definición del diccionario, es que va acompañada de una perfecta ceguera que impide a quien la sufre ver los errores de bulto que comete. Estas demostraciones de simpar estupidez son interesantísimas de observar. Y se repiten una y otra vez para confirmar eso de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y que nadie aprende en cabeza ajena.

Porque díganme si no: ¿cuántas veces se habrán rasgado las vestiduras y mesado los cabellos los personajes antes mencionados al ver por ahí comportamientos similares a los que tienen ellos ahora? ¿Cuántas veces Errejón, con inquisitorial vehemencia, habrá pronunciado las expresiones ‘machista’ y ‘depredador sexual’ dedicadas a otros? ¿Y Ábalos las palabras ‘corrupto’ y ‘chorizo’? ¿Y Sánchez estas y otras muchas aún más crudas dedicadas a sus adversarios políticos? Con lo que no contaba ninguno de los tres es con que al destino, que es gran bromista, le encantan estas carambolas por las que –hybris mediante– cada uno acaba cocinándose en su propia salsa. Y este fenómeno tiene, además, otra cualidad muy redentora. Como una vez ironizó el periodista y escritor satírico P. J. O’Rourke, hybris es una de las más poderosas energías renovables que existen. Ojalá su efecto renovable y regenerador no tarde demasiado en notarse.

 

 

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