ELECCIONES EEUU: EL AFFAIRE GOP (Trump, Cruz, Rubio y el extremismo radical)
Muchos siguen preguntándose si es realmente posible, desafiando toda lógica habitual, que Donald Trump sea candidato republicano a la presidencia y si, además, tiene chances reales, verdaderas, de ganarla.
El llamado “conventional wisdom” ha señalado que Trump, al igual que Ted Cruz o Bernie Sanders, no tiene chance de ser electo presidente. Incluso, en más de treinta ocasiones, diversas publicaciones del espectro conservador o liberal han predicho “el inevitable derrumbe de Trump”. Mientras, el hombre no ha hecho sino avanzar hacia un triunfo que todavía algunos no creen posible. ¿Habrá acaso una epidemia masiva de “wishful thinking” (vanas ilusiones)?
¿Por qué se equivocan tanto los supuestos expertos? ¿Será que la incertidumbre ha invadido también los campos de batalla de la política democrática? ¿O es que hubo acaso una época donde pocos se equivocaban? A comienzos de siglo se pensaba que gracias a los imparables cambios tecnológicos las predicciones podrían ser más seguras; ha sucedido lo contrario.
Es el momento de recordar un libro académico escrito hace más de una década, y que sin embargo es cada día más citado –no sé si leído, porque me consta que tiene algunos capítulos bastante duros, por su uso de las matemáticas y los modelos estadísticos-. Su autor es el profesor de la Wharton School, Philip Tetlock, y su título es “Expert Political Judgment: How Good Is It? How Can We Know?”. Tetlock es una autoridad casi mundial en toma de decisiones y en psicología social y cultural. Su libro está centrado en un estudio a largo plazo de las predicciones de 284 personas que se ganan la vida “comentando u ofreciendo consejos sobre tendencias económicas y políticas” (esas personas que todos los días oímos en la radio o vemos en TV en los programas de opinión). Por años, se les hizo preguntas del tipo ¿Entrarán los Estados Unidos en guerra en el Golfo Pérsico? ¿Se dividirá Canadá? ¿Saldrá Gorbachov del poder por un golpe de Estado? Se recopilaron más de 80.000 predicciones, y se esperó a que la historia ofreciera un veredicto. La conclusión es ya legendaria (sobre todo para un trabajo académico): Tetlock señaló que “estos seres humanos que se ocupan de analizar el estado del mundo son, en general, peores pronosticadores que unos monos lanzando dados.” Y en lo único en que todos estaban de acuerdo era en poseer un ego gigantesco, y una confianza en sus análisis a prueba de toda contradicción emanada de la realidad. (Próximamente publicaremos en América 2.1 una excelente nota que escribiera en su momento Louis Menand en The New Yorker, sobre el libro, ganador de múltiples premios, como el “2006 Woodrow Wilson Foundation Award, American Political Science Association”.)
Vamos entonces a los hechos que nos ocupan.
Independientemente de lo sucedido en el llamado “Super Martes” de este 1 de marzo (Donald Trump continúa su marcha imparable, triunfando en 7 de los 11 estados en competencia), la campaña republicana seguirá con al menos tres candidatos –Trump, Cruz y Marco Rubio-.
Este año la participación en los eventos republicanos ha sido muy alta: en las tres primeras confrontaciones (Iowa, New Hampshire y Carolina del Sur), el votante de ese partido aumentó en un 22%, en comparación con 2012. En cambio el voto demócrata ha sido lo contrario: ha disminuido un 22%.
Luego del Super-martes, 15 estados han votado; ¿cómo están distribuidas las victorias? (Entre paréntesis, el número de delegados obtenidos hasta ahora):
Donald Trump (285): 10 estados (ganador en New Hampshire, Carolina del Sur, Nevada, Alabama, Arkansas, Georgia, Massachusetts, Virginia, Tennessee, Vermont).
Ted Cruz (161) = 4 estados (triunfador en Iowa, Texas, Alaska y Oklahoma).
Marco Rubio (87) = 1 estado (Minnesota).
John Kasich (25) y Ben Carson (8) = 0. Estos dos candidatos están en un “estado de animación suspendida”; ni siquiera tienen fuerzas para anunciar que se retiran, aunque Carson ha anunciado que podría estar por suspender lo que alguna vez fue su campaña, hoy aplastada por el peso de los hechos.
Para conquistar la nominación, Donald Trump (o cualquiera de sus rivales) necesita 1237 delegados.
No puede dejarse de mencionar que en 6 de los 11 estados, Rubio quedó en tercer lugar. Y que Cruz derrotó a Trump en Alaska, a pesar del entusiasta apoyo al empresario de parte de la exgobernadora y excandidata a la vicepresidencia, Sarah Palin.
Una pregunta que debemos hacernos es si se mantiene la posibilidad de que el establishment republicano decida apoyar de una buena vez a Marco Rubio y, luego del mediocre resultado de Rubio en el Super Martes, esperar un milagro. Porque ¿está en verdad dispuesto el partido Republicano a nominar a uno de los personajes públicos más detestados en los Estados Unidos? ¿O a Cruz, un fanático y fundamentalista que en algunos temas es incluso más peligroso para la estabilidad democrática que el propio Trump? Mientras, el empresario y el senador tejano al parecer seguirán recordando un célebre video en You Tube, en los Everglades (Florida), donde se enfrentan a muerte una pitón birmana con un cocodrilo nativo (gana la serpiente, por cierto). Veamos una publicidad pagada por la campaña de Cruz en donde unos niños, jugando, critican a Trump:
El éxito de Rubio –que, repetimos, está cada día más difícil de imaginar- estaría vinculado a que lograse sacar la elección candidatural republicana de los platós de un reality show (Trump), y de una charla televangélica (Cruz).
Si Rubio pierde la primaria de Florida, el próximo 15 de marzo, el daño sería definitivo. Y las encuestas allí no le han sido favorables.
En su discurso del pasado martes 1 por la noche Ted Cruz le mandó un mensaje a la institucionalidad republicana: yo soy el único que puede derrotar a Trump.
Aquí vale recordar el viejo dicho y preguntarse ¿será peor el remedio (Cruz) que la enfermedad (Trump)?
Por otra parte, no hay que olvidar la importancia del voto latino. Algo no muy publicitado: hay en curso una campaña para naturalizar y registrar como votantes a miles de latinos. Detrás de dicho esfuerzo están algunos sindicatos, iglesias, grupos en defensa de los derechos de los inmigrantes, y el condado de Miami-Dade en Florida. Y los organizadores afirman que el mayor catalizador de sus esfuerzos es Trump, cada vez que declara en contra de los hispanos. Ello no tendría un efecto dramático en estados con alta densidad de voto latino, como Texas o California, pero sí lo tiene, y mucho, en los llamados “swing states”, como Nevada, Colorado y Florida.
Es el momento de recordar la señal de alarma emitida por una comisión especial del partido republicano, creada luego de la derrota de Mitt Romney contra Obama, en 2012: “ Es imperativo que el Comité Nacional Republicano cambie la manera en que se acerca a las comunidades latinas, buscando atraer sus simpatías hacia el partido. Si los norteamericanos de origen hispano siguen escuchando que el GOP no los quiere en este país, dejarán de prestar atención a cualquier otro argumento que se les ofrezca.” Y si encima, el candidato que lidera las primarias promete una auténtica cruzada anti-latina, ya me dirán ustedes cómo va la cosa con el voto hispano, incluso si dos de los tres pre-candidatos (Cruz y Rubio) tienen su mismo origen. De hecho, en materia de políticas inmigratorias, al día de hoy, las posturas de Cruz y Rubio no son muy lejanas de la de Trump.
Ante las recientes declaraciones por parte de Mitt Romney, Trump simplemente lo caracterizó en un tweet, como “uno de los peores, y más idiotas candidatos en la historia republicana”. No sería extraño que Romney, a su vez, le diera una respuesta en forma al empresario.
Es vital que lo más pronto posible el Comité Nacional Republicano, si en verdad quiere detener la marcha victoriosa de Trump, logre reducir el torneo electoral a solo dos candidatos: Trump y un rival (¿Rubio? ¿Cruz? ¿Anyone?). Mientras se mantenga la pelea a tres, las probabilidades matemáticas del empresario aumentan. Una encuesta contratada por Economist/YouGov, de hace un par de semanas, coloca a Trump en cabeza con 46%, Rubio con 28%, y Cruz con 26%.
Mientras existan tres, o cuatro precandidatos, la pregunta fundamental no es el techo de Trump en las encuestas, sino cuántos delegados puede obtener. Bajo las reglas vigentes en el partido para escoger su candidato, en un campo candidatural dividido, es posible lograr una mayoría de delegados con un 30% del voto.
Y la verdad descarnada es que, hasta ahora, nadie entre los republicanos ha conseguido adivinar la fórmula para detener a Donald Trump.
Como destaca una nota en el New York Times, de ser Trump nominado candidato presidencial, ello significaría una debacle de proporciones catastróficas para el partido republicano, y pudiera provocar una lucha interna no vista en algún partido por más de medio siglo, desde que los sureños blancos abandonaron en masa el partido demócrata durante el movimiento por los derechos civiles.
Por el lado demócrata, Hillary Clinton y Bernie Sanders siguen una campaña que contrasta por su poca agresividad y negatividad. En la nota anterior mostramos una publicidad de Bernie Sanders. Veamos ahora una de Hillary Clinton:
Por su parte, Fred Malek, el responsable de las finanzas en la Asociación de Gobernadores Republicanos, afirmó que el partido había agotado sus capacidades de ejercer influencia. ‘No hay un solo líder, o institución, que puedan unir a un grupo tan diverso como el partido republicano”. En el Grand Old Party está ocurriendo un fenómeno que se está desarrollando en muchas partes: cada vez es menor la capacidad de las instituciones políticas de influir en los resultados. Es que están encerradas en su propia burbuja, en sus liturgias tradicionales, en sus modelos organizacionales del pasado, como para darse cuenta de lo que está pasando en el exterior.
En un almuerzo con gobernadores y donantes del partido, el pasado 19 de febrero, en Washington, el jefe de estrategia de las dos últimas campañas presidenciales victoriosas para los republicanos (2000 y 2004), Karl Rove, señaló que una candidatura de Trump sería desastrosa para la organización, y que habría que detenerlo. El gobernador de Maine, Paul LePage, sugirió que se publicara una carta de notables del partido, incluyendo sus gobernadores, en contra de Trump y sus políticas. Nadie le hizo caso.
Pocas horas después de que el exprecandidato y todavía gobernador de New Jersey, Chris Christie, pública y desvergonzadamente brindara su apoyo a Donald Trump, éste último recibió el apoyo de otro gobernador, quien afirmó en una entrevista de radio que “Trump podría ser uno de los más grandes presidentes”. ¿El nombre de dicho gobernador? El ya mencionado Paul LePage. Todo un campeón del salto en garrocha político.
Después de las primarias y caucus del 15 de marzo Trump pudiera estar mucho más cerca de lograr su objetivo de secuestrar al partido republicano. Y quizá el único que pueda detenerlo sea Hillary Clinton, o incluso Michael Bloomberg, si se decide a ser candidato. Porque en el partido de Lincoln, de Eisenhower y de Reagan, la situación cada día es más penosa.