Villasmil: Jorge Mario Begoglio llegó a la Casa del Padre
Leo en nota de Mario Fruscati en “The Conversation”:
“Desde el momento de su elección en 2013, Jorge Mario Bergoglio, el hombre que se convirtió en el papa Francisco, demostró ser poco convencional.
Tomó el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís. Muchas de sus principales enseñanzas se hacían eco de la sabiduría de San Francisco. Por ejemplo, Laudato Si (2015) y Fratelli Tutti (2020), relativas al cuidado del planeta y al cuidado mutuo, respectivamente, se inspiraron en el santo.
“Mis raíces son italianas, pero soy argentino y latinoamericano”, insistió en su reciente autobiografía. Fue este bagaje como primer papa del hemisferio sur y su educación en Argentina lo que forjó su papel como voz de los marginados de la sociedad: los migrantes, los pobres, las víctimas de la guerra y los desamparados”.
No por nada, veo casualmente en un programa de la televisión italiana, RAI, que se menciona a Francisco como “Il nonno de Italia, del mondo” (El abuelo de Italia, el abuelo del mundo).
Declara entonces el cardenal Baltazar Porras: «La muerte del papa Francisco la ha sentido todo el mundo como si fuera la del familiar más cercano».
Sin duda alguna.
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Jorge Mario Bergoglio fue asimismo un papa que vivió los “golpes y embates” de unas redes sociales irresponsablemente usadas hoy para proclamar orgullosamente los mensajes de los dos errores que buscan gobernar y controlar el mundo: los extremismos de la izquierda wokista y de la derecha neofascista; en palabras de José F. Peláez, “dos tumores con metástasis”.
Francisco, con sus palabras y obras, combatió ambos errores, enemigos de todo humanismo, de toda convivencia, de la defensa de la dignidad trascendente humana.
“Más allá de su posición como cabeza de la Iglesia católica, más allá del peso que pudieran tener sus palabras, se va un hombre que defendía la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión”. (Denise Maerker).
Es bueno recordar la descripción de la realidad que hizo en su carta encíclica Fratelli Tutti publicada en 2020. Es un espejo muy certero del mundo en que vivimos. Veamos dos de sus afirmaciones:
“Su mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores”.
“Se niega a otros el derecho a existir, a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos”.
Mientras, en medio de esta hecatombe ética, Francisco no fue ni wokista de izquierda ni reaccionario de derecha, ni comunista ni fascista: solo fue un buen cristiano.
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Francisco fue el primer latinoamericano y el primer jesuita en llegar al papado; buscó desde el inicio revitalizar su rebaño: es asombrosa la cantidad de cardenales y de obispos de raíces no caucásicas nombrados por él —más de la mitad del colegio cardenalicio que elegirá a su sucesor—.
El papa Francisco fue también formado bajo el espíritu del Concilio Vaticano II (1962-1965), lo cual influyó en sus posturas en temas tales como la tecnología, el papel de la mujer en la Iglesia, la ecología, y la relación de Roma con otras religiones. Se han hecho incluso paralelos entre él y Juan XXII, el “Papa Bueno”.
Impulsó una transformación pastoral basada en la empatía y la tolerancia. No permitió que las mujeres fueran ordenadas, pero las incluyó en muchas de las decisiones de la Iglesia; no reconoció los matrimonios homosexuales, pero asintió (“¿Quién soy yo para juzgar?”) a que fueran bendecidos por la Iglesia. “Cambió el tono, la percepción y el enfoque de una de las instituciones más grandes del mundo”, afirmó la revista Time.
Lamentó la “globalización de la indiferencia”, que agredía a los migrantes en todas partes, a los que pidió se trataran con dignidad y respeto a sus derechos en la encíclica Fratelli Tutti.
Ya están surgiendo supuestas quinielas sobre cuál será el sucesor de Francisco. Es conveniente tener en claro que elegir el papa no es como apostar en una carrera de caballos o la elección del premio Nobel de literatura (que si el anterior fue un latinoamericano el próximo será africano, o ahora le toca regresar a los italianos, o que Trump tiene su candidato).
Debe recordarse, asimismo, que la elección papal no es un ejercicio electoral, sino un acto de fe. No se sostiene en alianzas ni en aritméticas de bloques conservadores y progresistas, sino en la acción del Espíritu Santo, a quien la Iglesia reconoce como apoyo último de una decisión trascendente. No hay que olvidar, además, el viejo dicho italiano: «Quien entra en un cónclave como Papa, sale como cardenal».
Que Dios ilumine a los electores. No será fácil escoger un sucesor adecuado de Francisco I, un papa que afirmara en su autobiografía: “el obispo de Roma es un pastor y un discípulo, no un hombre poderoso de este mundo”.
Hago mías las palabras finales en nota reciente del columnista de ABC, José F. Peláez:
“Francisco volvió al mensaje de Jesús, pero no por nostalgia sino por radicalidad. Por eso ha sido a la vez el más jesuita de los Papas, el más pastoral de los teólogos y el más cristiano de los obispos. Murió sin condenar, sin imponer y sin dividir. Y, en este tiempo, eso es más revolucionario que cualquier cisma. Descanse en paz Jorge Mario Bergoglio”.