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El antiglobalismo y Sánchez

Basta con imaginar lo que sería de la España de Sánchez sin los estándares democráticos de la UE

Pobre Sánchez, nadie le quiere! | Vozpópuli

 

 

Desde hace algunos años se ha instalado en el discurso de las derechas, tanto las europeas como las estadounidenses, un profundo recelo, a veces directamente asco, a las instituciones supranacionales que moldearon la idea de Occidente después de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de burocracias ineficientes, no elegidas, que deciden arbitrariamente sobre nuestras vidas, dicen los más sofisticados. Los menos, aseguran que aquellos organismos, desde la ONU a las ONG internacionales, todo lo que toca George Soros, no son más que cubiles de gente pervertida por el ‘wokismo’ y la ideología de género, que desde oscuros laboratorios internacionales hacen ingeniería humana para pervertir todo lo sano que hay en este mundo, no sólo a los jóvenes, sino a las patrias y a las tradiciones, a la familia y a las religiones.

Piden que la soberanía vuelva al pueblo que vota, y que sus países desactiven esos protocolos suicidas que los obligan a aceptar disposiciones tomadas a miles de kilómetros, manufacturadas no se sabe por quién ni con qué intereses. De paso, que también se licúen las burocracias internas, esas oficinas estatales que reproducen a nivel local el drama global, para que no sean tecnócratas sin alma, cosmopolitas graduados de Harvard, quienes tomen decisiones que afectan a nuestros hijos. A esto se le llama paleolibertarismo o tradicionalismo, y sus defensores creen que así se libera la vida orgánica de los fórceps progresistas que intentan amoldar la humanidad a sus perversas fantasías. Pero no, se equivocan.

Ese mundo liberado de la supervisión de la ONU, de Human Rights Watch, de Freedom House o de la Unión Europea no es la pradera floreada donde crecen robustas las virtudes nacionales, sino el reino de caudillos despóticos que esconden su arbitrariedad bajo el pendón de la soberanía. Es decir, eso es América Latina. Eso es El Salvador de Bukele, la Nicaragua de Ortega y la Venezuela de Maduro, que se blindan contra cualquier informe internacional que cuestione sus métodos antidemocráticos, sus cifras económicas o sus estándares de libertad de prensa acusándolos de imperialismo y colonialismo. El domingo pasado, celebrando el segundo año de su segundo –e inconstitucional– mandato, Bukele aseguró que esas fuerzas externas ejercen un poder encubierto sobre países como El Salvador, no porque estén interesadas en su bienestar, sino porque los quieren inestables y dependientes. El antiglobalismo no es más que la derechización de la cháchara tercermundista, que apela al victimismo nacionalista en el que se han regodeado siempre los dictadores bananeros.

Basta con imaginar lo que sería de la España de Sánchez, donde ya no se rinden cuentas y los fontaneros corroen el Estado de derecho, sin los estándares democráticos de la Unión Europea. No reviviría el orden espontáneo que alimenta la existencia de abajo arriba. Más bien, nos quedaríamos sin una barrera más, la única que aún respeta Sánchez, que frena el personalismo y el despotismo.

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