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Sánchez y el dragón

«De la mano de Sánchez y Zapatero, España ha ido alejándose de Washington para acercarse, con paso tan decidido como servil, al Partido Comunista Chino»

Sánchez y el dragón

     Ilustración de Alejandra Svriz.

 

Pedro Sánchez ha acumulado más kilómetros rumbo a Pekín que la mayoría de líderes europeos, más kilómetros aún que los hechos por los Falcon oficiales en sus vuelos a la República Dominicana, que ya es decir. Mientras otros primeros ministros estrechan la mano de Xi Jinping en encuentros protocolarios con luz y taquígrafos, nuestro presidente parece ser adicto a las recepciones cálidas y las conversaciones discretas. ¿Casualidad? Tal vez. O tal vez no, si uno observa cómo España ha ido alejándose de Washington para acercarse, con paso tan decidido como servil, al Partido Comunista Chino.

En 2020, José Luis Rodríguez Zapatero dejó caer una frase que en su momento pasó casi desapercibida: «Europa y China deberían cooperar para colocar a Estados Unidos en una situación imposible». Algunos lo achacaron a su verborrea ideológica. Hoy suena más a hoja de ruta. Y quien la ejecuta es su heredero político en La Moncloa.

El escándalo Huawei

España ha hecho lo que ningún país serio de Occidente se atrevería: adjudicar a Huawei, joya tecnológica del espionaje chino, la gestión del sistema de escuchas judiciales SITEL. Hablamos de investigaciones de terrorismo, narcotráfico y crimen organizado.

Fundada por Ren Zhengfei, exoficial del Ejército Popular de Liberación y antiguo ingeniero militar, Huawei mantiene desde sus orígenes una estrecha vinculación con la jefatura del Partido Comunista Chino. Las agencias de inteligencia de Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda (los llamados Five Eyes) han advertido reiteradamente a sus aliados de los riesgos de permitir a Huawei participar en infraestructuras críticas.

Desde 2017, además, rige en China la Ley de Inteligencia Nacional, que obliga a todas sus empresas a colaborar con los servicios secretos a requerimiento del Estado. Esta obligación convierte a cualquier actor tecnológico chino en un agente potencial del aparato de espionaje de Pekín. Huawei, lejos de ser una excepción, es el ejemplo más paradigmático.

Como ha revelado THE OBJECTIVE, el gigante chino no sólo gestionará SITEL, también se encargará del procesamiento de las escuchas judiciales obtenidas por la UCOincluyendo casos de terrorismo, crimen organizado… y corrupción política. En cualquier otra democracia esto habría provocado una crisis de seguridad nacional, con comparecencias parlamentarias a cara de perro y dimisiones en cascada. En España, el silencio es atronador.

El caballo de

Según datos del ICEX y del Observatorio de Inversión Exterior, la inversión de capital chino en el sector energético español ha pasado de menos de 300 millones de euros en 2018 a más de 4.000 millones acumulados en 2024, con un aumento de más del 1.200% en el número de operaciones registradas. La mayoría de estas inversiones se concentran en activos de generación renovable y almacenamiento energético, segmentos donde las empresas chinas lideran por volumen de proyectos adjudicados en los últimos tres años.

Mientras los emprendedores españoles se ahogan en trámites y trampas burocráticas, los colosos chinos desfilan sobre una alfombra roja. Y detrás de muchas puertas abiertas está el Ministerio de Transición Ecológica del que fue ministra Teresa Ribera.

«Ribera tradujo el catecismo climático chino al BOE: dependencia tecnológica, cesión de tierras y ayudas públicas a firmas chinas»

Antes de entrar en el Gobierno, Ribera fue directora del think tank francés IDDRI, sospechosamente próximo a ciertos intereses regulatorios chinos. Durante su etapa al frente de esta organización (2014–2018), impulsó acuerdos con entidades como el CCIEE (China Center for International Economic Exchanges) y la Academia China de Planificación Ambiental (CAEP), firmando memorandos con figuras como Zhang Xiaoqiang, Hong Yaxiong o Wu Shunze, y participando en iniciativas como la Silk Road of Openness junto a altos cargos de la diplomacia china.

Uno de los nexos más relevantes en esa red institucional es Wang Wentao, actual ministro de Comercio de China, quien en junio de 2024 lideró un foro bilateral en el que se pactaron medidas para facilitar aún más el desembarco de empresas chinas en España. En este encuentro, elogiado por el aparato de propaganda de Pekín, se subrayó la «actitud racional» del Gobierno español.

Troya de la transición energética

Más de un centenar de compañías chinas operan ya en el sector energético español. Desde Trina Solar o Chint Group, hasta China Three Gorges, los contratos para parques solares, eólicos o de hidrógeno verde llueven sin freno.

Ribera, desde su ministerio, ha sido una figura clave en ese marco de cooperación. Desde París a Madrid, Ribera tradujo el catecismo climático chino al BOE. El resultado: dependencia tecnológica, cesión de tierras y ayudas públicas a empresas que sólo obedecen a Pekín. Todo, claro está, envuelto en discursos verdes de sostenibilidad y amor por el planeta.

Bye, bye Occidente

Mientras España abría de par en par sus redes críticas a Huawei y acogía a compañías estatales chinas como si fueran ONG ecologistas, el Senado estadounidense decidió revisar los acuerdos de inteligencia con Madrid. Porque compartir datos sensibles con un país que externaliza escuchas judiciales a Huawei es como esconder la llave de la seguridad nacional bajo el felpudo… con una nota que diga «la llave está aquí!». España, antaño socio fiable de las democracias occidentales, ahora se alinea con China con la despreocupación de quien no mide las consecuencias.

«El Grupo de Puebla sirve como catalizador político y propagandístico para intereses que coinciden con los de China»

En un artículo reciente sostenía que Pedro Sánchez no actúa como el presidente de un país soberano, sino como el rostro institucional de una red transnacional cuyos intereses desbordan los propios del país. Lo inquietante no es que lo permita, es que lo cultive. Sánchez actúa como un conserje al servicio de potencias extranjeras. De Caracas a Rabat, y ahora Pekín, el Gobierno español parece haberse integrado en una red transnacional donde la soberanía es una mercancía negociable y donde la seguridad nacional se supedita a interés de países totalitarios.

Un actor clave en este entramado es el Grupo de Puebla, una suerte de internacional populista de nuevo cuño, en cuyo seno se orquestan narrativas y alianzas que rápidamente se convierten en consignas transnacionales que vuelan de un continente a otro. Con miembros tan encantadores como Gustavo Petro, Gabriel Boric, Lula da Silva, la defenestrada Cristina Fernández de Kirchner o el propio José Luis Rodríguez Zapatero, el Grupo sirve como catalizador político y propagandístico para intereses que, casualmente, coinciden con los de China. Un cartel que haría palidecer de envidia a cualquier festival de desestabilización regional.

La mediación del Gobierno español en conflictos con Venezuela, las alianzas con el partido populista-comunista de López Obrador en México, y los guiños constantes a la Iberoamérica más izquierdista y radical encajan dentro de una estrategia de realineamiento. Pero el detalle interesante es que China ha financiado en parte varios foros internacionales impulsados por miembros del Grupo de Puebla. Es decir, China está detrás de esta red paralela al orden democrático occidental que ha encontrado en España, gracias a Sánchez, un paso franco hacia Bruselas.

¿Coincidencias ideológicas? Seguramente. Pero también prácticas. China necesita aliados dentro del corazón europeo que no cuestionen su expansión imperial silenciosa. Y El Grupo de Puebla proporciona lo que la izquierda llama relato mientras que Sánchez pone el escenario.

Siempre Zapatero

Como en toda obra de teatro, hay un director entre bambalinas: José Luis Rodríguez Zapatero. Lejos de esconderse en algún recóndito agujero tras su catastrófica presidencia, Zapatero ha asumido el papel de intermediario privilegiado entre gobiernos populistas iberoamericanos y actores internacionales, situándose como una figura clave en esta siniestra coreografía. No sólo por su defensa pública del chavismo, sino por sus conexiones empresariales con figuras chinas como Jiang Feng, su socio en la Asociación de Amistad Hispano-China, registrada en España y con nexos evidentes con el poder blando, y a ratos agudo, del PCCh.

Feng es presidente de la Asociación para la Promoción de la Reunificación Pacífica de China en España, una entidad próxima al Departamento de Enlace Internacional del Partido Comunista Chino, señalada por varios informes de inteligencia como instrumento de propaganda y control de la diáspora. Su colaboración con Zapatero se ha materializado en actos públicos, publicaciones conjuntas y encuentros con representantes del entorno del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Desde esta plataforma, Zapatero ha impulsado foros sobre sostenibilidad, cooperación tecnológica y gobernanza global en clave sinocéntrica, es decir, de dominio chino, dando voz a interlocutores del régimen de Xi Jinping en suelo español. Lejos de actuar como mero conferenciante, el expresidente actúa como agente de penetración del poder chino en el tejido institucional y mediático español. En este contexto, la política exterior de Sánchez, desde el Sáhara a Caracas, pasando por la entrega energética a compañías chinas, no parece errática, sino perfectamente orquestada.

Poder y dinero para China, precariedad para España

Sería un error pensar que, mientras los chinos traigan trabajo, lo demás es secundario. La inversión china genera empleo, sí, pero mucho menos del que cabría esperar por el volumen de capital movilizado. En 2022, por ejemplo, las inversiones chinas en España crearon unos 11.998 empleos según la Fundación Consejo España-China. Y en su mayoría, estos puestos se concentran en la construcción o el ensamblaje, no en la ingeniería, la innovación o el desarrollo a largo plazo. No hay transferencia de conocimiento ni valor añadido. Sólo pelotazos y un creciente control del mercado energético español.

«La conquista china de España se camufla bajo placas solares, gigafactorías, memorandos de entendimiento… y probablemente, sobornos»

El impacto sobre la industria nacional también es muy limitado. Las empresas chinas no fabrican en España, sino que importan los componentes de China, a menudo subvencionados por los propios fondos europeos, y simplemente los ensamblan o los explotan en suelo español. Así ocurrió con la planta solar de Mula (Murcia), adquirida por 550 millones de euros: los paneles vinieron de China, los beneficios se repatriaron a través de centros financieros internacionales, y el retorno para la economía local fue prácticamente nulo.

En los relatos clásicos de expansión imperialista, la primera oleada no llega con ejércitos, sino con comerciantes, intérpretes y banderas blancas que envuelven cofres con presentes. En el caso de China, la conquista de España se camufla bajo placas solares, gigafactorías, memorandos de entendimiento, sonrisas ministeriales… y, muy probablemente, sobornos. Y el desembarco está siendo todo un éxito.

Lo que está ocurriendo no es simple oportunismo político. De la mano de Sánchez, España se ha convertido en el trampolín de entrada de China en Europa. No con tanques, sino con paneles solares, cables de fibra y una influencia que no hace ruido, pero cala hasta los huesos. Una jugada maestra… para China. Y para España, ¿qué queda? Dependencia, sumisión tecnológica y pérdida de autonomía. Como anfitriones, nos queda el orgullo de haber servido bien el té… y los intereses del Partido Comunista Chino.

Quizá, cuando la historia mire atrás, no se pregunte qué hacía Sánchez, sino si realmente mandaba… o sólo interpretaba el papel que otros escribieron para él.

 

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