Solano: Un planeta, un rey y una filipina
A lo mejor es éste el mejor de los títulos del epílogo de nuestra historia

Sábado. Frío. Y no un frío cualquiera, no. Frío de meseta, que no es frío sino una declaración de intenciones. Pueblo perdido de Castilla y León. Una plaza. Cuatro casas, un bar cerrado por reformas desde 2011 y un banco de hierro forjado y madera vieja donde dos ancianos, perfectamente uniformados con su boina y su bastón, toman el sol. Mejor dicho: lo celebran, como quien se deja besar por una mujer hermosa. Un rayo tímido que apenas calienta, pero que da sentido a estar allí. Y yo, una servidora, tiritando en la esquina tras haber bajado del coche con calefacción. La bofetada del aire mesetario me recolocó los chacras y me bajó el azúcar. Estaba allí intentando recuperar la dignidad y el color de los labios cuando ocurrió. No iba con intención de espiar. Palabrita. Tenía el móvil en la mano, tratando de encontrar en el mapa el camino hasta un poblado olvidado donde he decidido comprarme una casa con huerto y pozo, y atrincherarme allí a esperar lo que venga: la próxima pandemia, la guerra, el colapso energético, la caída de WhatsApp… Lo que sea. Pero que no me pille en la ciudad, peleándome por el último litro de leche sin lactosa en la puerta del último Mercadona abierto. El caso es que, en ese proceso de buscar cobijo y cobertura, escucho. Porque uno también es humano. Y entonces oigo esto:
–Pues fíjate que el último libro que me regaló mi hija ya me lo he leído– dice el más mayor.
–Mira –responde el más joven, que no debía bajar de los 89—, pues tienes donde elegir. Ahora mismo, en Amazon, he visto las tres novedades más leídas en España: Un planeta, un rey y una filipina.
Un silencio corto, de digestión rápida. Y luego el otro:
–¿Eso qué es? ¿Una novela histórica?
–No sé –dice el joven, encogiéndose de hombros–. Pero seguro que son más entretenidos que cualquiera de Delibes, siempre hablando de gente que sufre. Y sin tractor.
Me alejé con disimulo, como quien abandona una obra de teatro sin hacer ruido. Pero no sin antes anotar mentalmente aquella maravilla: Un planeta, un rey y una filipina. Quién sabe. A lo mejor es éste el mejor de los títulos del epílogo de nuestra historia.