Ricardo Bada: Mario Quintana
Padezco una feliz adicción a la poesía en lengua portuguesa, en especial la brasileña, y “entre los poetas míos —como diría Antonio Machado— tiene Quintana un altar”.
Mario Quintana fue un gran poeta brasileño perteneciente a la que yo llamo cariñosamente la “generación matusalémica”, integrada por João Cabral do Melo Neto, muerto a los 79 años de edad; Manuel Bandeira, a los 82; Carlos Drummond de Andrade, a los 85; Ferreira Gullar, aún gozosamente vivo, ya cumplidos los 85; el propio Mario Quintana, muerto a sus 87, y Rachel de Queiroz, quien falleció trece días antes de cumplir los 93. Al lado de todos ellos, su colega Vinicius de Moraes es un muerto prematuro, sólo alcanzó a vivir 67 años. Pero si pensamos en el resto, se diría que en Brasil la poesía parece ser una garantía de longevidad.
Dicho sea de paso: hace años, desde Bogotá, mis amigas Maruja y Constanza Vieira, poeta y periodista, tía y sobrina, respectivamente, me hablaron del gran escándalo de que no hubiera todavía en Brasil una antología de poesía hispanoamericana; recién la estaba pergeñando el poeta Thiago de Mello, quien, también dicho sea de paso, es otro longevo, aún vivo, de 90 años. Pero creo que en materia de escándalo vamos a la par con el Brasil, y si no díganme cuántas antologías de poesía brasileña en español recuerdan ustedes. A mi parecer, y en este caso, el escándalo es aún mayor.
Los amo a todos ellos, mis poetas brasileños, pero de una manera muy particular a Quintana, autor de un poemario cuyo título es toda una declaración de principios: (De la pereza como método de trabajo), y de quien poseo un libro singular, Dietario poético 1988, un año crucial en mi vida, así es que muchas veces vuelvo a ese libro, cuando más me sangra la nostalgia, y para cauterizarla lloro traduciendo a este gran desconocido, Mario Quintana.
Por ejemplo algunos de sus aforismos: “No hay ejemplo más conmovedor de fidelidad que las dos pantuflas, quietas y juntitas, esperándonos pacientemente al pie de la cama”. “¿Por qué será que vivimos llorando a los amigos muertos y no podemos soportar a los que siguen vivos?”. “El reloj de pared en la foto, ¿no estará también él parado?”. “Y quienes hacen el amor de noche le están dando cuerda al reloj de la vida”.
O este diálogo ultrarrápido: “—Quisiera proponerle un intercambio de ideas. —¡Dios me libre!”.
O este epigrama: “Ratones muertos de risa / royendo el queso del plato. / Mas ¿para qué tanta risa / si el último ríe el gato?”. Pero lo que más me gusta es su sentido del humor negro, como lo revela en este “Cuento de horror: … Y un día los hombres descubrieron que los ovnis sólo estaban estudiando la vida de los insectos”.