Brasil, el gigante regional, el eterno país del futuro que hace poco parecía encaminado a hacer realidad su enorme potencial, cuando en dos décadas ordenó su economía, creció, disminuyó la pobreza, ingresó al G-20 y fue escogido anfitrión del Mundial de fútbol y Olimpíadas.
El símbolo de este Brasil era un ícono global: Lula. Era en su campo lo que es Messi al deporte y Shakira a la música. Lula, el mito viviente que hacía en política lo que Pelé hacía con la pelota.
La realidad es distinta. La estabilización y transformación brasileña fueron obra del estadista contemporáneo más grande de América Latina: Fernando Henrique Cardoso. Él acabó con la crónica inflación, terminó con el desorden cambiario y devaluaciones recurrentes, potenció su sector empresarial e implementó los programas sociales hoy denominados Bolsa Familia, logros obtenidos a pesar de la “media década perdida 1998-03”.
Cuando Lula llegó a la Presidencia el 2003 confluyeron el legado de Cardoso y la insaciable voracidad china por materias primas, generando una década económica dorada. El venezolano Chávez, con un poder interno absoluto y su petro-chequera rebalsando, se convirtió en pareja ideal para financiar y transformar al Foro de San Pablo en un proyecto político arrasador, que dominó nuestra región con sus vertientes autoritarias, abusivas o democráticas.
El mito del líder sindical crecía. Venezuela financiaba campañas pero las propagandas eran con Lula. El blindaje era inexpugnable, denuncias de corrupción interna en Brasil se diluían cortando cabezas menores, la contemporización externa con el régimen venezolano se excusaba como un tema folclórico o de negocios. La integración económica regional no interesaba, sólo apoyar amigos políticos, por eso Mercosur incorporó a Venezuela y hoy sólo funciona en Barcelona, con su tridente futbolístico sudamericano.
En Bolivia constatamos la potencia del blindaje: Lula visitaba el Chapare, se ponía una guirnalda de hojas de coca, que se trasforman en cocaína y alimentan la delincuencia en Brasil, y las críticas no tenían eco; Lula venía con la empresa OAS a promover una carretera con precio exorbitante, que destrozaría un parque nacional desplazando a comunidades indígenas y los cuestionamientos chocaban con un “si Lula respalda, debe estar bien”.
El 2015 la economía china se enfrió y la brasileña cayó en aguda recesión. Las cifras hoy son alarmantes: el déficit fiscal como proporción del PIB, inflación, tasa de desempleo y la aprobación de la sucesora de Lula rondan el 10%. Esto era ya complejo, pero el repudio a la clase gobernante generado por las investigaciones de Sergio Moro, tornaron insostenible la situación. Este juez con un triángulo implacable de detención preventiva, delación premiada y difusión informativa, está liquidando a los corruptos, sean estos empresarios, intermediarios, funcionarios, o políticos. Moro está cambiando estructuralmente su país.
El gobierno jugó una carta brava cuando las investigaciones tocaron a Lula, designándolo como Ministro para esquivar a Moro y pasar al ámbito de la Corte Suprema. Esto fue poner una loza de cemento en un globo que se desinfla. La indignación en las calles explotó, el juicio político a la Presidenta fue aprobado el 17 de abril en la Cámara de Diputados por más de dos terceras partes de sus miembros, ahora pasa al Senado y el desenlace es previsible. Las Olimpíadas llegan a Río en agosto, pero parece imposible que las inaugure Dilma Rousseff.
Nuestra región está en vilo y confundida. Algunos que aplaudieron cuando un investigador extranjero y el Congreso depusieron por corrupción un Presidente guatemalteco, hoy cuestionan las instituciones y justicia brasileñas cuando actúan ante denuncias más graves. Algunos señalan que investigados por corrupción apoyaron la destitución, sin observar que el gobierno ofrecía prebendas por cambiar su voto a estos congresistas, además de recibir el apoyo de otros que también están investigados. Considerar que la manipulación de cuentas fiscales no amerita un juicio político es justificar el fraude financiero que causó la debacle mundial del 2008, o apoyar el maquillaje fiscal griego que desató la crisis del euro. América Latina requiere consistencia, claridad y rumbo con certidumbre en Brasil ante esta coyuntura histórica.
Las notables diferencias entre Brasil y Venezuela hoy son evidentes. La prensa libre brasileña es ejemplar, si fuera venezolana estarían todos sus periodistas y medios amordazados, exiliados o clausurados. El juez Moro representa la independencia de las instituciones brasileñas, si fuera venezolano -como Afiuni- lo hubieran encarcelado y violado. Los jóvenes brasileños protestan activamente en las calles contra el gobierno, en Caracas estarían metros bajo tierra encerrados en la Tumba.
Este mes sellará un antes y un después en nuestra región.
Abril en Brasil: el ocaso de un mito político y el nacimiento de un símbolo judicial. El expresidente brasileño es hoy alguien que pudo ser Pelé, pero terminó buscando un espacio en segunda división para escabullirse de un juez implacable. La dimensión mitológica de Lula acabó, la leyenda del justiciero Moro comienza.
* Jorge-Tuto Quiroga es expresidente de Bolivia. Twitter @tutoquiroga