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Alma Delia Murillo: Pero es viernes

Es viernes, la temperatura está cambiando.

Es viernes al mediodía pero eso parece significar otra cosa, cualquier otra cosa menos que es viernes al mediodía.

No puedes creer que casi termina el año, que llevas diez meses trabajando catorce o quince horas diarias. No puedes creer que te cambiaste de casa, otra vez. Que dejaste de tener miedo porque pareciera que en tu alma y en tu cuerpo hoy sólo cabe el cansancio.

Qué cansancio. La incertidumbre agota, el cubrebocas agota, el encierro a medias liberado también agota.

Y recuerdas cuando todo empezaba y la gente compartía tutoriales, páginas web, nuevos negocios, actividades recreativas, entregas a domicilio y memes, la estampida de memes del conteo de los días. ¿Importan los días ahora?

Y los videos de niños graciosos explicando lo del bichito y los videos de las calles desiertas, los videos de los famosos en pijama y las famosas cocinando.

Y la fantasía naif que guardabas en secreto para tu cumpleaños, sí, esa que te repetías bajito: seguro que para mi cumpleaños ya habremos vuelto a la normalidad.

¿Importa la normalidad ahora? ¿qué eso de normalidad?

Y los cerebros de los niños acribillados con siete horas en clase cada día, pegados a una pantalla, ansiosos, desbordados; y los adolescentes atrapados en esa misma pantalla, fingiendo que aprenden, esquivando ataques de pánico. Y las madres ansiosas, rebasadas, cocinando, trabajando, conectando la pantalla del niño para que no pierda la clase, esquivando ataques de pánico. Antieducación en una pantalla, sin cuerpo presente, qué caos.

Y los padres ansiosos y los pantalones rebasados y esos seis kilos de más y esas cuatro canas nuevas y la piel del rostro a medias y las camisas apretadas y los cubrebocas alineados, colgados, exhibidos, expuestos, vendidos, decorados, tuneados, rotos, tirados.

Ah, y extrañar. Extrañarlo todo y a todos y luego agradecer porque lo tienes sin tenerlo o atreverte a decirte la verdad: que todo eso no lo extrañas tanto.

Y a dónde irán los besos que guardamos, que no damos.

Y a dónde irán los abrazos.

Y miras por la ventana y parece que ahí estará siempre el material humano. Siempre el material humano.

Y la jefa de gobierno de la ciudad monstruo pidiendo que no hagan reuniones con más de diez personas y la gente hablando, comiendo, ¿cogiendo?, llorando, riendo, dudando, cantando, sobreviviendo. Sin-cu-bre-bo-cas. Material humano kamikaze.

Pero es viernes. Y el cuerpo ahora sabe otras cosas. Sabe el miedo. Sabe la espera. Sabe la templanza. Sabe la distancia. Sabe el sanitizador con aroma cítrico. Sabe el gel antibacterial con aroma a alcohol destilado de peluquería. Sabe el redoxon de naranja, (eso no es una naranja ni un Magritte) de las mañanas porque hay que fortalecer las defensas. Cuáles defensas. ¿Estamos bajo ataque, Troya? Ah, la traición de las imágenes.

Pero es viernes y es noviembre y por ti que fuera 31 de diciembre del 2021 y la distancia, la de verdad —la que está hecha de tiempo— te dejara ver lo que hoy no puedes ver porque el maldito cubrebocas tapa la visión en ciertos ángulos.

Pero es viernes y ya se va Donald a la chingada (ya sé que su chingada es de lujo, no estén jodiendo) y es un respiro para el mundo. Pero es viernes. Y la orquídea está floreando.

 

 

 

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