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Armando Durán / Laberintos: El Foro de Sao Paulo, Cuba y Venezuela

 

El pasado miércoles 28 de julio el Partido Comunista de Cuba pensaba celebrar por todo lo alto los 30 años de existencia del Foro De Sao Paulo. En esta ocasión, con el propósito de reunir en La Habana a los principales dirigentes de partidos políticos y movimientos de la izquierda latinoamericana para intentar revivir la vieja fórmula de esa alianza para enfrentar las actuales y duras acciones emprendidas por Donald Trump contra los gobiernos de Cuba y Venezuela desde que llegó a la Casa Blanca en enero de 2017. Los jefazos cubanos se quedaron con los crespos. Por culpa del coronavirus, lo que ellos esperaban que fuera un encuentro de gran impacto político, tuvo que reducirse a una teleconferencia de los invitados. Pues no, tampoco esa versión virtual del Foro pudo ser: a pesar de la campaña de los medios de comunicación cubanos para promocionar el acto, solo Nicolás Maduro y Daniel Ortega se dignaron enviar a La Habana breves mensajes de retóricos saludos. Nada que ver con la historia y los indiscutibles logros alcanzados por el Foro durante sus primeros años de vida.

 

El encuentro inaugural del Foro se realizó el 28 de julio de 1990, en la ciudad de Sao Paulo, organizado por Luiz Inácio Lula da Silva y su Partido de los Trabajadores, pero impulsado por el ardor y la desesperación de Fidel Castro. La revolución cubana sufría entonces las primeras y devastadoras consecuencias políticas y económicas del inminente fin del sueño imperial soviético anunciado a los cuatro vientos por el derrumbe del muro de Berlín en noviembre del año anterior. La intención declarada del Foro era presentarle a la ola neoliberal y globalizadora que al calor de ese sacudón comenzaba a recorrer airosamente el planeta bajo la conducción de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, un frente latinoamericano que le cerrara el paso a la expansión de la extrema derecha y el capital financiero internacional en la región. El objetivo, sin embargo, era en realidad una astuta maniobra de Castro para rescatar su revolución de la soledad que ya oscurecía ominosamente el horizonte político cubano como consecuencia directa del cese del apoyo de la URSS y del llamado bloque socialista a una Cuba incapaz de valerse por sí sola.

 

Lula, por su parte, venía de ser derrotado en las elecciones del año anterior por Fernando Collor de Mello, quien obtuvo 53 por ciento de los votos a pesar de que todas las encuestas daban a Lula como ganador. Con razón pensaba Lula que esta izquierda latinoamericanizada que proponía La Habana le daría un notable empuje a sus aspiraciones. Y así fue, pues en 2003, cuando después de otros dos intentos fallidos fue finalmente electo, gracias en gran medida a que la ascensión de Hugo Chávez a la Presidencia de Venezuela en febrero de 1999 le proporcionó a su partido y a los movimientos de izquierda más o menos radicales conducidos desde el habanero Palacio de la Revolución por Castro, apoyo y financiamiento suficientes para abandonar la tesis guevarista de la lucha armada y emprender la vía electoral de acuerdo con las normas de la democracia representativa que deseaban destruir, como estrategia más que válida para tomar tranquilamente el poder y conservarlo indefinidamente, pero no a punta de pistola sino de votos.

 

Mientras Lula conquistaba finalmente esa ansiada victoria electoral, la alianza estratégica con la Venezuela de Chávez le permitía a Cuba comenzar a salir de las catacumbas del llamado “período especial”, el peor tramo de la azarosa historia de la revolución cubana. A partir de ese punto de ruptura, se impuso exitosamente la estrategia chavista de perseguir los mismos objetivos de la revolución cubana pero por otros medios, sinuosa circunvalación que pronto le proporcionó al régimen cubano el aliento que significaba contar con un cordón sanitario amigo en aparente proceso de crecimiento imparable.

 

Ese mismo año de la victoria electoral de Lula, en la vecina Argentina, el justicialista de izquierda Néstor Kirchner conquistó la Presidencia en Argentina. Tabaré Vásquez hizo otro tanto en Uruguay un año más tarde, Evo Morales llegó a la Presidencia de Bolivia en 2005, en 2006 les tocó sus turnos a Michelle Bachelet en Chile, a Rafael Correa en Ecuador y a Daniel Ortega en Nicaragua. Un año después Cristina Kirchner sustituyó a su esposo Néstor en su despacho de la Casa Rosada, en 2007 Fernando Lugo fue electo presidente de Paraguay y en 2008, José Mujica ocupó la de Uruguay y Mauricio Funes la del Salvador. Dilma Rousseff sucedió en 2009 a su mentor Lula la de Brasil en 2010 y Ollanta Humala asumió la Presidencia de Perú en 2011. Al año siguiente, tras la muerte de Chávez, Nicolás Maduro ganó la de Venezuela en 2012. Como hace poco recordaba Pedro Urruchurtur, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela, hubo un tiempo que en América Latina y el Caribe había 14 gobiernos asociados al Foro de Sao Paulo, que además sumaban “14 bancos centrales, 14 ejércitos, 14 parlamentos, 14 aparatos comunicacionales y pare usted de contar.”

 

Las cosas, sin embargo, se le torcieron bruscamente a Castro y compañía con la prematura muerte de Chávez y con el temprano agotamiento de los recursos financieros de Venezuela como resultado del irresponsable despilfarro chavista de los recursos financieros del país y la dramática caída del precio del petróleo en los mercados internacionales, causada por la crisis financiera mundial de 2008. Circunstancias que a su vez provocaron un determinante giro en la composición ideológica de los gobiernos de la región, hasta el extremo, como se puso tristemente en evidencia este 28 de julio, de que solo Cuba, Venezuela y una Nicaragua que no tiene influencia ni siquiera en las naciones centroamericanas, continúan enarbolando las banderas de un socialismo cada día menos rojo y de un antiimperialismo que ya no va más allá de la repetición hasta el absurdo de consignas desprovistas por completo de contenidos reales. Entretanto, la insondable crisis económica y humanitaria de Venezuela arrastraba inexorablemente con ella a Cuba y a Nicaragua.

 

Esta irrecuperable pérdida del liderazgo carismático de Chávez y la desaparición de los falsamente inagotables recursos financieros que les proporcionaba la Venezuela rica y petrolera de antaño a los gobiernos y movimientos agrupados en el Foro de Sao Paulo, han terminado por transformarlo en una entelequia de épocas pasadas. Y a los gobiernos de Cuba y Venezuela, que hasta hace poco podían jactarse de ser ganadores, en perdedores solitarios y sin remedio a la vista. Aplastados por la acumulación de insolubles problemas materiales, agravados, en Cuba por la Presidencia desde todo punto de vista gris e insuficiente de Miguel Díaz-Canel, y en Venezuela por la suma abrumadora de incompetencia irremediable y corrupción de los sucesores de Chávez desde hace 8 años.

 

Como quiera que se mire, eso y nada más que eso es lo que queda de aquel implacable y amenazante Foro de Sao Paulo, muerto prematuramente a sus 30 años.

 

 

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