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Armando Durán / Laberintos: Trump en guerra contra el mundo

Trump mantiene al mundo a la espera de los aranceles mientras afina su plan

 

   La guerra la declaró el presidente Donald Trump el jueves 30 de enero, desde el Salón Oval de la Casa Blanca, cuando con su impasible expresión de jugador de póker reafirmó su propósito de aplicarle a los productos importados de Canadá y México un arancel de 25 por ciento. “Realmente”, sostuvo entonces, “tendremos que hacerlo por varias razones. La primera es la gente que ha entrado en nuestro país, tan horriblemente (sic) y en tanta cantidad. La segunda, son las drogas, el fentanilo, y todo lo demás que ha entrado en el país. En tercer lugar, los subsidios masivos que estamos dando a México y Canadá.”

   Dos ingredientes del conflicto en ciernes quedaron en el aire. Una, que sin dar explicación alguna, dejó a China fuera de su castigo impositivo a pesar de haberla amenazado por “portarse mal” con Estados Unidos. La otra, que al informar de lo que estaba por ocurrir, no aclaró si la condena a sus vecinos del norte y del sur era una pena temporal o e realidad se trata de abolir de un plumazo el Tratado de Libre Comercio de Estados Unidos con Canadá y México, tenazmente promovido por el presidente George Bush (1989-1993), que entró en vigencia en 1994, y que él, durante su campaña electoral de 2015, había calificado como el peor tratado jamás firmado por Estados Unidos, paso en falso que él se comprometió a revocar como presidente, pero que no pudo hacerlo del todo, porque el grupo parlamentario del partido Demócrata, que era mayoritario en el Congreso, se interpuso en su camino.

   EL viernes, horas después de anunciar esta drástica medida, la Casa Blanca informó, en primer lugar, que estos nuevos y paralizantes aranceles se comenzarían a cobrar desde hoy sábado, mientras escribo estas líneas; en segundo lugar, que a los productos importados de China también se le aplicarán desde este sábado un aumento en los aranceles a pagar, aunque no de 25 sino de 10 por ciento. Estas medidas, que podrían duplicarse la semana que viene, han disparado todas las alarmas en el resto del mundo, sobre todo en las 27 naciones que conforman la Unión Europea, cuyas declinantes economías no crecieron en 2024 ni uno por ciento y han obligado a declararse en airada emergencia a Canadá y, principalmente, a México, porque casi 84 por ciento de su comercio exterior es con Estados Unidos y Canadá.

   Otro aspecto a tener muy en cuenta en esta conflictiva hora de guerra comercial global desatada por Trump es la necesidad de interpretar por qué no le aplicó el mismo arancel de 25 por ciento a China, su peor enemigo económico y comercial, aunque no solo viene ocupando los espacios que Estados Unidos ha abandonado en América Latina, sino que paso a paso ha ido incrementando su presencia en el mercado europeo e incluso en el de Estados Unidos. Una expansión al parecer indetenible, que acaba de propinarle un golpe mortal a los gigantes tecnológicos estadounidense con la comercialización de DeepSeek, una plataforma de inteligencia artificial (IA), desarrollada por la empresa china Longwei, completa desconocida para inversores no especializados en el negocio tecnológico, que ha provocado un impacto sin precedentes en las bolsas estadounidenses: en un solo día, el pasado 27 de enero, Nvidia, principal productor de plataformas y semiconductores del mundo, perdió casi 600 mil millones de dólares, 17 por ciento de su valor, por la irrupción imprevista en el mercado de esta plataforma china de inteligencia artificial (IA), que ofrece un sorprendente rendimiento, mayor eficiencia y todo ello a una fracción del precio de la competencia estadounidense. Auténtica catástrofe, de manera muy especial, porque Trump acababa de invitar a las empresas del sector tecnológico invertir 500 mil millones de dólares en el sector, para convertir a Estados Unidos en el líder mundial en todo lo que tenga que ver con la inteligencia artrificial.

   Se trata, sin la menor duda, de una guerra comercial de consecuencias imprevisibles, pues por los altos costos de la producción industrial en Estados Unidos, el consumo de bienes producidos en Estados Unidos se reducía muy ostensiblemente. Esa fue la causa de que el gobierno de Bush padre negociara con México, Canadá y China, muy agresivamente, por cierto, acuerdos que les permitiera a la industria estadounidense fabricar sus productos en esos países a mucho menor costo, beneficio que automáticamente estimularía un aumento del consumo y la economía en Estados Unidos. Esta nueva política arancelaria implica que la población estadounidense tendrá ahora que asumir el costo de esos insostenibles aranceles adicionales o pagar los altos y crecientes precios de los productos industriales fabricados en el país. Problema que se multiplicará casi de inmediato, porque los gobiernos afectados por esta nueva política arancelaria reaccionarán a lo que podríamos llamar “doctrina Trump” con medidas punitivas similares.

   El problema que presentan estas decisiones es que las causas con que teóricamente las justifican,  la necesidad de frenar las masivas “invasiones” de migrantes ilegales y el narcotráfico, no resolverse satisfactoriamente el problema. En primer lugar, porque la desigualdad entre el norte desarrollado y el sur subdesarrollado es la causa real de migraciones ilegales, y porque mientras persistan esas profundas desigualdades entre las naciones, los pobres económica, social y culturalmente de América Latina, África o el Medio Oriente, nada ni nadie impedirá, con medidas comerciales o judiciales de carácter punitivas, que esos olvidados del sur acometan el inmenso desafío que significa ingresar ilegalmente a las naciones del norte desarrollado. Como hacen ahora millones de venezolanos que jamás habían pensado abandonar su país, y como hicieron buena parte de los ancestros de los actuales ciudadanos estadounidenses en el siglo XIX y primeros años del siglo XX, huyendo de la miseria italiana, irlandesa o rusa. Por su parte, como se ha dicho y repetido hasta la saciedad, en tanto aumente en Estados Unidos la demanda y el consumo de drogas ilegales, como ocurrió cuando la imposición de la Ley Seca, es decir, de la prohibición del comercio y el servicio de bebidas alcohólicas en Estados Unidos desde 1920 hasta 1933, medida gracias a la cual los más o menos pequeños delincuentes del país se transformaron en los miembros de un conglomerado criminal multimillonario, económica y financieramente tan poderoso como lo eran la General Motors o la US Steel. Una vez legalizado el comercio de bebidas alcohólicas en Estados Unidos, sencillamente sustituyeron la comercialización de rones importados ilegalmente de Cuba y los whiskis también ilegalmente importados de Canadá y Europa por las drogas psicotrópicas importadas de América Latina, Medio Oriente y Sureste Asiático.

   Mientras estas y otras medidas continúen haciendo de las suyas, todos permaneceremos pendiente de lo que diga Donald Trump, quien al iniciar la tercera semana de su segundo mandato presidencial podrá jactarse de que sin necesidad de recurrir a la fuerza militar ni estar dispuesto a ceder un ápice, le han bastado unas pocas palabras para poner al mundo en vilo. Al menos, por ahora.

 

 

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