“El testimonio no es una idea abstracta e impersonal, al contrario, supone una implicación personal: el testigo soy yo, en primera persona, que me comprometo y me convierto en garante delante de los demás, delante de la historia y de la posteridad, delante de Dios…mi testimonio contribuye a hacer luz y a determinar responsabilidades”.
Son palabras de Monseñor Raúl Biord Castillo, quien el pasado 24 de agosto asumió la Arquidiócesis de Caracas, en relevo vigoroso de mi querido amigo de muchos años el Cardenal Baltazar Porras Cardozo, con cuya inteligencia y coraje cívico contaremos, Dios mediante, por mucho tiempo.
Salesiano como su tío, el gran Cardenal Castillo Lara, Biord viene de una reconocida labor pastoral en la Diócesis de La Guaira, tierra a la que por múltiples motivos me unen lazos de afecto. Del santo italiano hay reflexiones que seguramente el nuevo arzobispo capitalino tendrá muy en cuenta, como “Sed prudentes al juzgar”, o “Un buen consejo lo aceptaría, aunque viniera del diablo” y esta que me gusta mucho: “El principio de todo vicio es la soberbia”.
Consciente está el prelado de la coyuntura nacional, por eso dada la fecha se vale de San Bartolomé: “Dios sabe reconocer a los humildes y desde la pobreza hace cosas grandes. También nosotros debemos vencer la desesperanza y afirmar: Sí, de Nazaret y de Venezuela pueden salir cosas nuevas, personas maravillosas, historias que cambian la vida y la llenan de sentido”.
En una homilía con fundamentos en la historia, al hilo de sus dieciséis antecesores al frente de la Iglesia caraqueña que “ha compartido la historia de Venezuela, no como espectador indiferente…en ocasiones ha sido vejada y hasta perseguida…” Monseñor Biord escogió abrir con la referencia al testimonio, en clave de fe en la Resurrección desde luego, pero que como idea no se queda en el universo íntimo de nuestras convicciones , porque el cristianismo es adentro, conmigo y afuera, con los demás. “El auténtico testigo será siempre un guardián de la verdad”, por lo que “El testimonio nos lleva al heroísmo…”
Con una alusión que, como todas las de fe, es sobre todo de vida: “Un testimonio, sin embargo, puede ser borrado por el paso del tiempo o por la maldad de intereses mezquinos que quieren hacer prevalecer la mentira, por eso encontramos la necesidad que sea reiterado y renovado. Ciertamente, puede ser que algunos vendan su conciencia y, por intereses personales, levanten falso testimonio”.
En esto días de incertidumbre y esperanza los caraqueños reciben a su pastor. Su papel de guía es en la comunidad católica, pero su palabra está llamada a llegar más allá, como lo fueron, por citar a algunos de los por él nombrados con el epíteto que les dio: Castillo Hernández el apostólico, Arias Blanco el intrépido, Quintero el erudito y conciliador, Lebrún el pastor y bonachón, Urosa el teólogo y caballero y Porras el cronista e historiador.