Aventurera volcánica
Debería ser lectura obligada este libro, Adventures in Volcanoland: What Volcanoes Tell Us About the World and Ourselves, ensamblaje de historia, geología y anécdotas personales que explica cómo los volcanes han modelado la Tierra en el curso de los milenios y por qué es urgente prepararnos para catástrofes que continuarán estremeciendo nuestro planeta, al margen de nuestra voluntad.
Su autora es la vulcanóloga Tamsin Mather, de 47 años, nacida en Bristol, Inglaterra, egresada de la Universidad de Cambridge con títulos en Ciencias y Filosofía y acreedora a varios importantes galardones académicos internacionales, miembro del proyecto COMET (Centro para la Observación y Modelaje de Terremotos, Volcanes y Tectónicos) e imparte en Oxford sus conocimientos.
Pero sobre todo es una figura mediática, como infatigable investigadora cuyos pasos han alcanzado las cumbres más famosas, desde el Vesubio en Italia hasta el Masaya en Nicaragua, desde que una experiencia infantil, cuando visitó las ruinas de Pompeya y Herculano, determinó su futuro profesional y motiva ahora su frecuentación de las costas de Nápoles. Un auténtico polvorín cuyos vecinos viven resignados a que el Vesuvio volverá a tronar alguna vez, con resultados aún más catastróficos.
Es en resumen, digna sucesora de Haroum Tazieff, el espeleólogo y geólogo polaco-francés que por siempre asociaremos a la exploración de esos fascinantes monstruos telúricos de los que apenas nos acordamos cuando truenan. Como los marineros de los antiguos galeones, temerosos de las centellas.
Para ella, en cambio, los volcanes son compañeros cotidianos y su curiosidad nada tiene de académica.
Su oficio requiere una paciencia de monje trapense y utiliza procedimientos de la medicina para auscultar la superficie, descifrando sus movimientos internos, y examinar las excrecencias de rocas y lava. Y entonces tan vasta suma de datos situados en un contexto geológico que abarca millardos de años –desde la formación de la Tierra hasta la decadencia de gases cuya vida efímera dura pocas horas- permite pronosticar, si bien con una exactitud más bien relativa, cuándo ascenderá el magma en la siguiente erupción.
De ahí el valor práctico de su actividad, porque de la anticipación que pudiera tenerse de esa explosión anunciada dependerá, en el caso del puerto italiano, la supervivencia de una población que supera tres millones de ciudadanos despreocupados y, estudiando la erupción del Santorini hace treinta y seis siglos, podrían prevenirse las consecuencias de la que ocurrirá, tarde o temprano, en el superpoblado litoral del mar Tirrénico.
Porque si bien se ha progresado mucho en el monitoreo mediante satélites, tsunamis como los generados por la erupción del Hunga Tonga-Hunga Ha’apai en Tonga en 2022 provocaron derrames petroleros en las costas de los Estados Unidos y víctimas en el Perú. Y siguen hallándonos desprevenidos, mientras el crecimiento poblacional, la dependencia tecnológica y la complejidad de un planeta en incontenible globalización significa que más de 800 millones de personas en más de 85 países vivan ahora no más lejos de cien kilómetros de volcanes en actividad.
Hasta cierto punto, ayunos de una legislación internacional, competimos en inconsciencia con los napolitanos funiculi-funiculá en lo que atañe a la coordinación de respuestas científicas para enfrentar las consecuencias de un fenómeno natural al que, por supuesto, le tienen sin cuidado las fronteras. Y por eso cautiva la atención la aventura de la vulcanóloga británica, que desde hace dos décadas expone el pellejo con el entusiasmo de su juventud y la pasión de su oficio.
Todo ello para extraer del magma las eventuales respuestas a una amenaza que no hará sino magnificarse en los tiempos por venir.
Varsovia, mayo de 2024.