65 años de «ingeniería social» fracasada y aún no aprende el castrismo que las sociedades no son una maquinaria mecánica de interacciones lineales y predecibles tipo acción-reacción. Aún intenta organizar y uniformar a los cubanos bajo propósitos aparentemente superiores —usualmente denominados sociales— para justificar las limitaciones que imponen a eso que, la Constitución norteamericana, bellamente denomina derecho individual a la «búsqueda de la felicidad».
Y se insultan los tiranos cuando la gente se resiste a sus imposiciones, como insultado estaba Miguel Díaz-Canel en la última entrega de su podcast («Desde la Presidencia») porque «se aprecia una notable reticencia en actores económicos privados a participar de manera adecuada en el proceso de bancarización«.
Para los déspotas, cuando el pueblo no obedece como mascota amaestrada no es ocasión de revaluar, por ejemplo, si ellos están equivocados y la bancarización, en las condiciones propuestas, no es ni buena ni deseada. Su reacción tiránica es que, si no la aceptan por las buenas, ¡pues lo harán por las malas! Y para ello, como bien recogió este diario, «el Banco Central de Cuba anunció que bloqueará cuentas bancarias fiscales y obligará a la declaración obligatoria de las cuentas de personas naturales que reciben altas sumas mediante transferencias, en una batida por controlar el dinero de los cubanos que la iniciativa oficial conocida como bancarización no ha conseguido».
Sin democracia, el poder es siempre un medio de servirle a quien lo ejerce, nunca de servirle a la ciudadanía.
¿Pero qué pasa en Cuba que la bancarización no arraiga como sucede en tantos otros países donde el uso de efectivo es ínfimo comparado al de las transacciones electrónicas? Pues que esta no puede ser impuesta, la bancarización solo es sostenible como fruto de un proceso gradual y espontáneo en que los individuos y empresas adoptan el dinero electrónico según propias necesidades y conveniencias.
La bancarización brota automáticamente en la complejidad de economías capitalistas con niveles de consumo muy superiores a los cubanos, donde interconexiones entre infinidad de agentes trenzan activos y pasivos de manera aparentemente caótica, mientras las necesidades de financiación y recolocación de capitales ponen a la banca —Europa y Japón— o a los mercados financieros —Estados Unidos— como ejes del desarrollo.
Allí donde hay más prosperidad hay más bancarización, pero el orden de aparición es, primero las condiciones para el desarrollo capitalista, luego la bancarización llegando paulatinamente a cubrir necesidades emanadas de la prosperidad lograda. Y puesto que el castrismo quiere hacer de la bancarización, que es un resultado, una causa del desarrollo, está fallando y fallará.
Es a la dictadura totalitaria cubana a la que le conviene la bancarización —excelente método de espionaje y control— y por eso, por boca de Díaz-Canel, la declara de «necesidad y urgencia», presentándola como herramienta de desarrollo (el socialismo se especializa en pasar por «social» lo que es interés exclusivo de una elite) mientras obvia las verdaderas condiciones necesarias para desarrollar a Cuba, pues la imprescindible libertad económica es peligrosa para su monopolio del poder.
Construyendo una falacia, el castrismo asocia el fracaso de la bancarización con los altos niveles de indisciplina fiscal del país y con la inflación, explicando que «no es que no haya dinero en la economía; hay más dinero que nunca, pero se ha invertido el flujo: sale más dinero —de los bancos— del que regresa», concentrándose «en manos de pocos» y, «gran parte de ese efectivo que está concentrado obedece a pagos al fisco pendientes, cantidades importantes». Un totum revolutum sin sentido económico, con clara intención retórica de vender la bancarización como algo que no es, a la vez que se culpabiliza al pueblo —sector privado— de su fracaso y, ya de paso, también de la inflación y la creciente desigualdad.
Un Gobierno que sirviera al pueblo en vez de servirse de este no estaría hoy amenazando con reprimir a aquellos que no aceptan bancarizarse, ni estaría incentivando las envidias entre ciudadanos convirtiéndolos, como afirmó un funcionario del Banco Central, en «nuestros inspectores», sino que se preguntaría por qué los niveles de incumplimiento fiscal son tan altos en Cuba. Y, de ser honesto, ese Gobierno llegaría a la única razón posible de esos niveles de incumplimiento: la carga tributaria sobre los emprendedores es feroz para el bajísimo nivel de desarrollo de este país tan necesitado de actividad empresarial, y además, los ciudadanos perciben que, a cambio de sus impuestos, no reciben ni salud, ni educación, ni seguridad, ni infraestructura adecuada que le hagan percibir una retribución por sus impuestos.
Un Gobierno que sirviera al pueblo en vez de estigmatizar a los empresarios, se preguntaría por qué el sector privado tiene que acumular ingentes cantidades de efectivo y, además, por qué se mantiene alejado del sistema financiero. Y, de ser honesto ese Gobierno, reconocería que lo primero se debe a la ausencia de un mercado cambiario legal y privado, imprescindible en una economía tan expuesta al comercio internacional como la cubana, y lo segundo, está causado por el ineficiente monopolio financiero estatal que inhibe la función de ese sector como eje del desarrollo económico, como sucede en los países del Primer Mundo.
La bancarización en Cuba falla, entonces, porque es pura ingeniería social totalitaria (su objetivo es más político que económico) que se quiere incrustar en una sociedad sin condiciones para ello. Condiciones adecuadas no es darle un punto de pago electrónico a cada carretillero y una tarjeta a cada cubano, sino transformar la pervertida dinámica económica cubana para que, en algún momento futuro, espontáneamente tienda a la bancarización después de haber acumulado un nivel de desarrollo muy superior al actual.
Por más que al castrismo le convenga y urja bancarizar al país, esa herramienta económica del siglo XX tardío no puede implantarse sobre una economía que, sin asistencia externa, funcionaría a niveles de comunidad cazadora-recolectora. Sencillamente, no se puede reproducir un CD sobre un gramófono.