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Benjamín Lana: Comida de hospital

Los médicos suelen discrepar en sus diagnósticos y consejos, pero hay máximas en las que están de acuerdo el cien por cien. Una es aquella que dice: «Nunca te pongas realmente enfermo en vacaciones». Los hospitales se quedan vacíos de jefes y titulares y los pobres retenes bastante tienen con sacar adelante el trabajo como pueden. Aquí les escribe un insensato que cometió el error de enfermarse lejos de casa el Domingo de Ramos y que hasta el de Resurrección peregrinó por cinco centros médicos con sendos ingresos en dos de ellos por una maldita infección que se fue complicando hasta el Viernes Santo.

 

Si la comida es salud, queridos amigos, poco se apoya la sanidad en ella para recuperar a sus dolientes: Miércoles Santo, salchichas; Jueves Santo, hamburguesita con tomate. Chimpún

 

El paralelismo histórico me ha tenido fuera de combate como nunca antes me había ocurrido y, en lugar de los restaurantes que tenía previsto visitar, he conocido el desasosiego de la comida de hospital, la tristeza más grande, dicho en términos poético-culinarios. No voy a hacer una crítica gastronómica de lo que se sirve en un reputado centro donostiarra y otro de Madrid en plan «qué tal se come en…». Pero sí quiero dejar claro que, a la luz de esta experiencia, ojalá sea un caso aislado.

Si la comida es salud, queridos amigos, poco se apoya la sanidad en ella para recuperar a sus dolientes: Miércoles Santo, salchichas; Jueves Santo, hamburguesita con tomate. Chimpún. Con la facilidad con la que a uno en esos sitios se le mete por la vena litros de antibiótico y corticoides carísimos, o un calmante extra para que duerma mejor el señor, la comida se pauta con rigor prusiano. Me explicaba con sorna un reputado cocinero donostiarra que se podría dar de comer bien, pero que dan mal para que la gente no se quiera quedar muchos días.

 

 

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