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Bestiario estival (IV): Abascal, un Polifemo de verbena

Como al cíclope del décimo canto, a Santiago Abascal el porte de Tercio de Flandes se le transformó en estampa mostrenca y no porque la izquierda lo entronizara como un Millán Astray sin baraka

Cual cíclope ciego, Abascal arroja piedras al mar. NIETO

 

Cuentan las profecías del bipartidismo que un mozo de nombre Santiago y apellido Abascal le arrancó la cabeza a una de las gaviotas del PP y fundó con ella un ejército. Iba para caudillo. Hombre que embrida, más cerril que hidalgo, al galope de un rocín español. Parecía el centauro de aquella campaña andaluza de 2018, sucesor del mismísimo don Rodrigo Díaz de Vivar y caballo de Troya de la derechita cobarde. Pero pasó el tiempo y la barba de don Pelayo mutó en pelambrera de caverna. Como al Polifemo del décimo canto, a Santiago Abascal el porte de Tercio de Flandes se le transformó en estampa mostrenca y no porque la izquierda lo entronizara como un Millán Astray sin baraka. Según los cronistas de San Jerónimo y las novicias de Génova, este hombre de moral recia acabó haciéndole la campaña al socialismo cumbayá de Pedro Sánchez, conocido en los bestiarios de verano como el tigre de los espejos y la telegenia, la criatura que aprovecha la fuerza ajena para usarla a su favor.

De haberlos tenido bien puestos, a Abascal no se le habría desinflado la moral enhiesta de los machos alfa. A él, igual que al cardenal Iglesias, el que se cortó la coleta al día siguiente de tomar la alternativa, el liderazgo se le marchitó como a Góngora los requiebros en el poema. «Aprended, Flores, en mí. Lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui, y hoy sombra mía aun no soy». Vamos, el mucho ruido y las poquísimas nueces que atormentan a quienes se creen llamados a buscar el vellocino de oro o invadir Polonia. El líder se nos desinfla en vísperas de investidura y se le encasquilla la escopeta como al cíclope de Homero las entendederas.

Faltando apenas unos días para formar mesa en el Congreso de los Diputados, el ala liberal de Vox hace agua. Espinosa de los Monteros, su Espínola en Breda, ha dado portazo. La cueva se le queda vacía al patriota Abascal, por eso Sánchez, pícaro como Odiseo, le está comiendo el banquete al hijo de Poseidón. A Santiago Abascal, a quien las taquígrafas de Ferraz glosaron como ogro barbudo con un solo ojo en la frente, se le metieron en la gruta unos toreros de salón. Entraron doce en total. Se conoce que eran los impostores de la hermandad antes obrera, ésa a la que ahora le queda apenas una rosa roja encajada en la boca para bailar el último tango en Moncloa. Confiado en la pequeñez de sus rehenes, el Polifemo castizo los encerró y se comió a unos cuantos, tal y como consta en las sagradas escrituras del profeta Michavila.

A cada monstruo le llega su canto, por eso el Polifemo Abascal sufrió su derrota. Ignorante de la astucia ajena, descuidó a su prisionero más peligroso, así que Sánchez y sus toreros de salón le dieron a beber varios odres de vino de consagrar que hicieron caer al ogro en un sueño profundo. Confiado de sí mismo, despatarrado en la hamaca de sus únicas dos ideas, el cíclope Abascal despertó con una lanza fraguada enterrada en su único ojo. Poseído por la ira, lisiado en su amor propio y abandonado en su cueva, el cíclope Abascal se duele en su ceguera, va dando tumbos por el salón de los pasos perdidos con un parche en el amor propio y una herida, que de tan gruesa, ha acabado por atraer a las furias. Vendrán a llevárselo un día de estos, lo pasearán cual monstruo de verbena. El hombre que quiso ser don Pelayo y acabó sin montura ni tronío se ha convertido en un monstruo solitario que lanza piedras, impotente, al mar reseco de Madrid.

 

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