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Carmen Posadas: A solo un clic de distancia

Cuando uno oye la expresión ‘trabajo de riesgo’ rara vez piensa  en una persona de edad mediana que lleva años sentada tranquilamente con una cerveza en la mano viendo vídeos. Y, sin embargo, no hace mucho, a un hombre de cuarenta años –que prefiere mantener el anonimato– acaban de concederle la incapacidad absoluta tras dos años y cuatro meses de ejercer este, al menos en apariencia, sedentario y descansado trabajo.

Hay que explicar, no obstante, que el cometido de esta persona, a la que llamaremos X, consistía en pasar ocho horas, con descansos de cinco minutos por hora, visionando ‘contenidos’ que Meta necesita filtrar y, según el caso, descartar en Facebook e Instagram para que no sean vistos en sus plataformas. La noticia explica que X, al igual que el resto de las personas que realizan este trabajo, para el que solo se requiere ser mayor de edad y hablar inglés, ven entre 300 y 500 vídeos diarios con los siguientes contenidos: decapitaciones, violaciones, bestialismo, pedofilia, coprofagia, canibalismo (en concreto se menciona el caso de un padre que mata a su hijo y lo abre en canal para comerse su corazón palpitante) y otras lindezas similares.

Estos empleados ven entre 300 y 500 vídeos diarios de decapitaciones, violaciones, bestialismo, pedofilia, canibalismo…

Las diversas noticias que se han publicado al respecto ponen el énfasis en el irreparable daño que a X le ha producido tener que soportar contenidos de esta naturaleza; explican, por ejemplo, que los llamados ‘filtradores de contenidos’ deben visionar hasta el final semejante rosario de horrores para decidir si son aptos o no para ser admitidos en las mencionadas plataformas; se especifica también que hasta 2020 la empresa que los contrata carecía de un sistema de evaluación del riesgo personal, por lo que X estuvo trabajando durante 20 meses sin un análisis de los efectos de todo lo que veía sobre su salud. Cuenta por fin X que cuando lo ficharon, tras una entrevista que duró unos siete minutos, tuvo un entrenamiento de dos semanas durante el que apenas se enfrentó a imágenes duras y que, una vez integrado en la plantilla, sus jefes lo obligaban a realizar su trabajo a ritmo tal que llegaba un momento en que ya no sabía qué filtraba y qué daba por bueno.

Me parece terrible lo vivido por X y lo que aún padece, a cambio de un salario de unos 2300 euros al mes, el resto de los moderadores de contenidos. Pero lo que más me sorprende –y aterra– es el hecho de que todos los estamentos que se mencionan en esta noticia –desde los periodistas que la han recogido hasta los peritos, médicos y jueces que concedieron la incapacidad absoluta a X, amén de la megapoderosa Meta, dueña de Facebook e Instagram– den por aceptado que no hay nada que hacer con respecto al mundo de horror que anida en Internet. Diríase que –en aras del buenismo ambiental, del todo vale y de la idea de que la libertad individual está por encima de cualquier consideración ética, amparados, además, por la impunidad que da el anonimato que rige en las redes– entre todos hemos creado un monstruo. Uno que no hace más que crecer y multiplicarse, porque conviene recordar que, detrás de todos estos horrores, hay un gran negocio.

Sin ir más lejos, la pedofilia mueve miles de millones al año. Para que se hagan una idea, solo una de estas plataformas, ni siquiera la más grande, está valorada en 4000 millones de dólares, y afirma contar con 250.000 ‘creadores de contenidos’ o, dicho en román paladino, individuos que les venden pornografía infantil que ellos mismos graban y producen, ya se pueden ustedes imaginar cómo. No quiero ser ingenua en esto. Sé perfectamente que Internet es territorio sin ley y que es muy difícil poner puertas al campo, pero me preocupa que no exista una concientización social al respecto. Que miremos para otro lado e incluso demos por bueno lo que es monstruoso simplemente porque existe y, en apariencia, no se puede hacer nada al respecto.

Desde que el mundo es mundo, el ser humano ha tenido que convivir con su lado oscuro. Pederastas, caníbales, sádicos y malvados de toda índole han existido siempre, pero hasta ahora se movían en su propio inframundo y en la sombra. El dato nuevo es que ahora tienen territorio propio y cuentan, además, si no con nuestra tolerancia, sí con nuestra indolencia y, para colmo, han conseguido convertir el horror y la crueldad en un negocio billonario. Ya sé que no es algo fácil de combatir, pero conviene no olvidar que existe, está ahí, muy cerca. A solo un clic de distancia.

 

 

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