Cartay: Rómulo Betancourt y el realismo político
A propósito de los 40 años del fallecimiento de Rómulo Betancourt (Nueva York, 28 de septiembre de 1981) y del complejo panorama actual del país, conviene recordar una de las cualidades más resaltantes de aquel líder venezolano: su realismo político.
Cuánta falta nos hacen ahora líderes políticos que sean objetivos, especialmente para entender la auténtica naturaleza del régimen que aún muchos no asimilan y la manera de enfrentarlo y derrotarlo. Porque, sin duda alguna, todavía existen este tipo de personajes entre quienes dirigen la oposición democrática, y las excepciones no parecen tener influencia ni seguidores. Por esa razón, referirnos a aquella cualidad innata de Betancourt constituye un elemento de reflexión obligada en este tiempo tan complejo para los venezolanos.
Aunque se trata de un asunto difícil de desarrollar en un artículo de opinión –el tema fue tratado con mayor amplitud en un libro mío, Caldera y Betancourt, Constructores de la Democracia, publicado en 1987 y reeditado en 2017–, vale la pena sintetizar algunas notas al respecto.
La primera muestra del realismo político de Betancourt se dio en su exilio inicial entre 1928 y 1936 cuando, siendo un joven veinteañero y exiliado –luego de estudiar el marxismo, recorrer varias islas caribeñas formando parte de invasiones fracasadas, actuar como dirigente del Partido Comunista de Costa Rica y finalmente radicarse en Barranquilla– tomó distancia desde el punto de vista ideológico y planteó la necesidad de un movimiento nacionalista y democrático en su país.
Por lo que respecta al desarrollo de su pensamiento ideológico el historiador Manuel Caballero destaca en su libro Rómulo Betancourt, político de nación, “la proposición de una sociedad alternativa”, que denominó “revolución democrático-burguesa”, “tal vez su mayor logro histórico, el cual permitió que su proyecto político pasara del papel, y de las buenas intenciones y promesas, al terreno de los hechos…” (página 422 y siguientes).
En la búsqueda de tal objetivo se separó de los comunistas criollos y también de los viejos generales que buscaban sustituir la dictadura gomecista –a pesar de que la mayoría provenía de la misma– a través de una estrategia inútil, bien apelando a montoneras guerrilleras sin éxito o a fracasadas invasiones armadas por el mar Caribe.
Así fue surgiendo el proyecto de un partido policlasista, “una alianza de clases”, que pudiera participar en la política nacional luego de la muerte de Gómez y plantearse la toma del poder como objetivo de mediano plazo. Y en ese propósito –ya desvinculado definitivamente del marxismo– surgieron, a manera en ensayo, la Alianza Revolucionaria de Izquierda (ARDI), fundada a raíz del Plan de Barranquilla que el propio Betancourt escribió, y luego, ya en Venezuela, su incorporación a Organización Venezolana (ORVE), constituida por Mariano Picón Salas y Alberto Adriani, donde compartió una breve y extraña militancia con Arturo Uslar Pietri. Luego fundará el Partido Democrático Nacional (PDN) y finalmente Acción Democrática en 1941.
Otra muestra del realismo político de Betancourt fue su actuación a partir de 1941 cuando AD postuló la candidatura simbólica de Rómulo Gallegos a la presidencia. Entonces, por no existir elecciones de primer grado, correspondía al Congreso Nacional la designación del presidente, y como el gobierno del general Eleazar López Contreras -sucesor de Gómez a su muerte- tenía amplia mayoría en el organismo legislativo, fue escogido el también general Isaías Medina Angarita. Pero Betancourt y AD aprovecharon la ocasión para realizar una extensa gira por todo el país haciendo campaña electoral a favor del autor de Doña Bárbara, aunque, en realidad, el objetivo principal era estructurar su partido a nivel nacional.
Como líder de AD se opuso al gobierno de Medina Angarita, sin dejar de coincidir en ocasiones con algunas medidas que aquel tomó en materias de interés nacional, y participó en las elecciones municipales y en la selección que asambleas legislativas y cabildos hacían para nombrar senadores y diputados. Llegada la hora de escoger al sucesor de Medina Angarita y vista la experiencia anterior, Betancourt no se cansó de plantear la necesidad de aprobar elecciones universales, directas y secretas para elegir al presidente, senadores y diputados, así como a legisladores regionales y concejales.
No tuvo éxito en su campaña, por la negativa del medinismo. Y ante tal circunstancia contactó a quien todo indicaba que sería el candidato del gobierno y próximo presidente, el entonces embajador en Estados Unidos, Diógenes Escalante, para ofrecerle el apoyo de AD a cambio del compromiso de convocar elecciones de primer grado. Tal parece que Escalante aceptó. Sin embargo, antes de que tales conversaciones tuvieran lugar en Washington, jóvenes militares se habían reunido con Betancourt y otros miembros de la cúpula de AD para discutir la posibilidad de un golpe de Estado, con el apoyo de los civiles de este partido.
Con posterioridad, Betancourt siempre señaló que tanto él como Raúl Leoni le advirtieron sobre esa posibilidad a Escalante y que, por esa misma razón, le ofrecieron respaldo si este cambiaba el rumbo electoral de los gobiernos anteriores. Ya se sabe lo que vino después: un colapso mental apartó a Escalante y el presidente Medina resolvió seguir adelante con otro candidato suyo, hasta que el 18 de octubre de 1945 fue derrocado. La sociedad entre Betancourt y los militares jóvenes había triunfado y aquel asumió como presidente de la Junta Cívico Militar de Gobierno.
En esos tres años de gobierno Betancourt volvió a desplegar su realismo político, no siempre apoyado por los dirigentes de AD, la mayoría poseídos por un sectarismo hegemónico y suicida que, al final, los llevaría al fracaso. En 1947 Betancourt cumplió el compromiso de AD con una nueva candidatura presidencial de Gallegos, ahora efectiva y no simbólica. Pero por primera vez hizo caso omiso de su realismo político, pues los socios militares le habían advertido sobre la inconveniencia de la misma, en virtud de que el ilustre escritor no era propiamente un político hábil como el entonces presidente de la junta de gobierno. Betancourt lo sabía, pero rechazó la sugerencia. Electo Gallegos comenzaron las desavenencias y aunque Betancourt se dedicó a tender puentes, la intransigencia galleguiana frente los militares trajo facilitó el golpe de Estado en su contra en 1948.
En los casi diez años siguientes, en su tercer y último exilio, Betancourt analizó los errores pasados y asumió un verdadero acto de contrición ante los mismos. Tendió puentes con viejos adversarios como el ex presidente López Contreras, cuyo gobierno lo obligó a la clandestinidad por varios años y a un segundo exilio entre 1939 y 1941. Por supuesto que contactó a Jóvito Villalba (URD) y Rafael Caldera (Copei), adversarios entre 1946 y 1948.
Pero Betancourt fue aún mucho más allá al buscar un eventual contacto con el dictador Marcos Pérez Jiménez en los meses finales de 1957, cuando debían realizarse las elecciones presidenciales. Así lo señaló, casi treinta años después, el abogado tachirense Miguel Moreno –secretario de la Junta Militar que en 1948 derrocó a Gallegos y que presidió el coronel Carlos Delgado Chalbaud– en declaraciones aparecidas en El Diario de Caracas del 23 de enero de 1985. Con tal propósito el líder adeco buscó a Moreno, presumiendo que podía ser una conexión con Pérez Jiménez.
“Desafortunadamente no era así”, afirmó aquel. Agregó que Betancourt trató de enviarle una carta a PJ instándolo “al diálogo político, a que abriera un juego electoral sin exclusiones”. Al final, no se produjo tal contacto.
Lo que sí obtuvo resultados muy importantes fue la iniciativa que Betancourt, Villalba y Caldera concertaron a la caída de la dictadura en 1958, que incluía un acuerdo para integrar el próximo gobierno democrático, tal como efectivamente fue posible una vez electo el primero presidente en diciembre de aquel mismo año. Desde entonces y hasta el final de sus días, en otra nueva muestra del realismo político que lo había caracterizado casi siempre, Rómulo Betancourt hizo todo cuanto pudo para que aquel proyecto nacionalista y democrático pudiera concretarse en un ambiente de pluralismo ideológico y de respeto a las instituciones de la democracia y a la voluntad popular.
A la altura de los 40 años de su muerte la oposición democrática venezolana debería imitar el realismo político betancuriano para entender la verdadera naturaleza de su adversario y enfrentarlo en consecuencia, dejando atrás los errores y equivocaciones acumulados en estos 22 años del régimen chavomadurista.