CorrupciónDemocracia y Política

Casabón: Nacionalizar la corrupción

«Más que de una justa distribución de la riqueza habría que hablar de una justa redistribución de la corrupción y sus beneficios a ciertas bolsas de votantes»

Nacionalizar la corrupción
                                      Ilustración de Alejandra Svriz

Octubres, hispanidades, celebraciones y un desfile pasado por agua. A Sánchez no le salvó ayer ni el clima. Ni la lluvia ni la lejanía del público evitaron, ay, los abucheos y pitidos. Ya movieron el acto central hace tiempo, que se viene celebrando en la plaza de Neptuno para impedir que le lluevan insultos. Porque ahí le duele el ego.

Lo más misterioso es que la corrupción no haya alcanzado todavía al presidente. Y mientras, los dirigentes más próximos a Moncloa y Ferraz cierran filas y sostienen la tesis de que Ábalos es el pecador que más ha pecado en manos de Dios, porque engañó a Sánchez. Esos millones de euros en dinero negro que Hacienda va a perdonar a los ladrones es un mal ejemplo que desmoraliza. Miramos la lluvia por la tele, lamento de piedra y cristal por todos los ministros inmolados, en lo que se viene denominando el síndrome kamikaze.

Ábalos camino de Soto del Real y el factótum Aldama allí esperándole. Moncloa no ha salvado nada porque no hay nada que salvar, aparte de pecadores y melibeas, en este mundo tardío para un pecador bueno e implacable con los pecadores malos, aunque hayan hecho un viacrucis más de la cuenta. Agua de la mañana antigua en un desfile deslucido por la mentira, que no por la lluvia.

Dicen que Sánchez nunca ha estado peor, pero la sociedad española parece asténica. Llamamos democracia al sistema en que los beneficios de la corrupción alcanzan de alguna manera a un 30% del electorado, ese proletariado que vive de la corrupción del jefe. El famoso suelo que le seguirá votando.

Más que de una justa distribución de la riqueza habría que hablar de una justa redistribución de la corrupción y sus beneficios a ciertas bolsas de votantes. Cortinas de humo, de lluvia, visita al Papa y un aparato de propaganda que nos contraprograma con los líos amorosos de la Zarzuela. Así, entre pecadillo y escándalo, vamos nacionalizando la corrupción.

 

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