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Chitty: Del curso de la precarización en Venezuela

PANDEMIA y precarización laboral. Más de mil trabajadores de salud de la provincia exigen el pago de sus salarios

 

“Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.” Atribuida a Abraham Lincoln

 

Recuerdo que en algún curso de formación de los que recibí en IFEDEC, en tiempos de Arístides Calvani, escuché una frase atribuida a un pensador cristiano que voy a parafrasear apenas, para no tergiversarla desde mi memoria. “Solo lo cotidiano es importante, las cosas sencillas comunes a toda la gente. Lo demás, viene a continuación.”

El sentido sin embargo de esa afirmación puede para unos referirse a la sencillez de la experiencia vital y su valoración. Tal vez algunas pasiones y/o debilidades nos apartan de ese enfoque modesto y sin embargo rico que resulta de asumir con humildad ese tesoro que es la vida.

Empero, el asunto puede verse desde otro ángulo que no es lejano pero que resalta; evoco la realidad de la rutina que puede revelarse lacerante y dolorosa. Infinidad de situaciones y episodios del género que traigo a colación conocemos a diario porque son noticias, pero, no apunto al drama diario de Gaza o a las matanzas, violaciones, persecuciones en Siria a cristianos y drusos que nos llenan de una comprensible indignación. Estoy pensando en nuestra propia tragedia que se alarga y se profundiza lamentablemente.

Soy profesor de la Universidad Central de Venezuela desde hace décadas y a menudo advierto el coraje resiliente que los que allí se desempeñan exhiben, profesores, estudiantes, empleados, obreros, por lo general en solemne silencio, a medida que la precarización de sus vidas se hace no solo inocultable sino además ofensiva.

Un vigilante de un edificio que frecuento me pedía revisara su calculo de fideicomiso y de vacaciones. Tiene casi treinta años trabajando allí. Para estar seguro pedí a una amiga experta lo viera y la conclusión fue también para ella patética. Unos cuantos miles de bolívares que no alcanzaban los Cincuenta dólares americanos estaban allí para respaldar quizás, el final de su ejercicio laboral.

La pensión de vejez mensual es de ciento treinta bolívares con lo que acaso paga un café y depende de donde se lo beba. Si disfrutare de bonos o de esa otra “escalera de anime” que llaman cesta ticket, en suma, percibiría tal vez, el más bajo salario del mundo, compitiendo con Uganda o Níger, superado claramente por Haití y Cuba. Y no hay otras ocupaciones mejores salvo lo que la mente febril del necesitado y/o del antisocial genere como idea y plan de vida.

Me llaman amigos o próximos a veces, para pedirme desde dos dólares para completar y comprar un carapacho y hacer una sopa, no me atrevo a preguntar mas o, una medicina, un pasaje. Hace unos días cerca de una famosa panadería en las Delicias de Sabana Grande, un trabajador que barría con su uniforme rojo rojito de la alcaldía de libertador me pidió apenado junto a otro compañero que le donara un pan. Entre acongojado y agradecido me sonrió cuando se lo di. Dos dólares por un pan, por cierto.

La clase media viene cayendo por el mismo acantilado. Me decía un gerente de una oficina bancaria que no haya qué hacer para proveer la comida de su casa y si bien, muchos profesionales liberales aún mantienen un buen nivel de vida, no es extraño que otros se te quejen con no ya disimulada amargura. No se pueden pagar alquileres y cuesta encontrar dónde vivir que puedas pagar, es frecuente escucharlos decir.

Los colegios privados se tornan impagables no solo por la mensualidad sino por los gastos extras, al tiempo que los colegios y liceos públicos apenas funcionan o de manera intermitente y no hay profesores de física, química, matemáticas e inglés. Y no hay baños o en muy mal estado y, “cuando llueve primero escampa afuera que adentro.”

Nadie quiere estudiar Educación y sobran los cupos porque no hay ningún aliciente como otrora. El resultado es un producto de escasa calidad, lleno de lagunas y carencias que, si acaso decide ir a la universidad, lo hace en términos mas que deficientes y por eso fracasan, se retiran pronto o, acaban desertando sin concluir.

Hace poco, aunque no sé si es verdad, pero supe de un oficial de alta graduación retirado que trabajaba de taxista para poder llevar a su casa lo indispensable. El sueldo de los policías y militares es tan insignificante que, frecuentemente, cuando te detienen en la calle, los policías digo, por usar el teléfono celular mientras manejas o no tienes el cinturón de seguridad puesto o tener un bombillo apagado, lo que vas a ver es una parodia de cómo a costa de tu infracción ellos se rebuscan. Cabe para el residente sentirse más seguro si no hay policías en las calles que si los hay. Los militares hacen otro tanto allí donde se mueven.

Los empleados públicos reciben, además, en algunos casos y no todos insisto, además de la bolsa Clap, una caja de víveres que varía de un ministerio a otro y por ello, no se pierden de venir a buscarlas, aunque les pidan como contraprestación el alma ciudadana. No trabajan todos los días y vienen de tanto en tanto y lo mismo pasa y me consta en las universidades públicas. Con lo que reciben como sueldo o salario no pagan ni alcanza para el pasaje de todos los días.

En los hospitales y también en los CDS sobrevivientes, hay un personal que ayuda, pero sin insumos o con faltas pronunciadas. La salud pública pues es muy proclive a falencias como sistema prestatario y la privada es, para una nación misérrima como somos ahora, solo para los ricos y enchufados.

Los seguros internacionales se cuentan con los dedos y los nacionales dejan que desear, funcionan con claves para todo y suministran gota a gota las autorizaciones para los tratamientos. Necesitar de una transfusión de sangre o plasma tarda más por la aprobación que por la tenencia o no del insumo y alrededor de todo hay un ecosistema de corruptelas y “cazadores de tigres” para decirlo coloquialmente.

A veces tenemos suerte y te consigues un equipo en los seguros que realmente hacen de tripas corazón, pero, la impotencia financiera los abruma. Contar sin embargo con un seguro es una bendición que no te hace sentir “seguro” pero ayuda mucho y lo digo como septuagenario y desde luego, en demanda constante de servicios de atención médica y hospitalaria y de medicamentos.

¿Y los servicios públicos? El agua y el servicio eléctrico, la gasolina, el gas por citarlos, especialmente fuera de Caracas, son una calamidad habitual que afecta sin distinciones a todos, salvo aquellos que tienen planta o dinero para camiones cisterna o el uniforme que economiza las colas y concede privilegios.

Esa y puedo agregar otros agravios y denuestos, es nuestra vida, esa existencia de todos los días y de las grandes mayorías y apenas mencionaré la falta de justicia y la criminalización del pensamiento disidente y/o de la expresión ciudadana que son victimas del miedo que unido a la ideologización y la impunidad imperan.

Por eso se han marchado ocho millones de los nuestros, saturando nuestros probables destinos futuros y, descerebrando al país de sus mejores técnicos y profesionales diversos que anclan acá y allá para no volver. Y como dicen en el barrio, “El rancho sigue ardiendo y no se apaga.”

 

Nelson Chitty La Roche, @nchittylaroche, nchittylaroche@gmail.com

 

 

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