“Cortázar no estuvo tranquilo un solo día”
Rechazada por sus herederos, El cronopio fugitivo es una biografía de Cortázar en la que Dalmau destaca el impacto de las mujeres en su vida.
Corre abril de 1980 y la prensa española avisa: Julio Cortázar está de paso en Barcelona para presentar su último libro, Queremos tanto a Glenda, y firmará copias para sus lectores. Con un poco más de 20 años, Miguel Dalmau llegó al lugar y tras hacer cola detrás de unas treinta personas estuvo por fin frente al escritor. «Era alucinante, una persona maravillosa. Fueron solo cinco minutos y fue suficiente para que pensara que quería seguir a ese tío por el resto de mi vida», cuenta Dalmau. A su manera, lo siguió. Lo leyó con devoción, y también hizo algo más radical: escribir su biografía. Pero eso fue más difícil.
Autor de controvertidas biografías de Jaime Gil de Biedma y los hermanos Goytisolo, Dalmau (Barcelona, 1957) goza de una reputación que no desprecia: «Tengo antecedentes de ser un biógrafo que no se casa con nadie, que busca el lado oscuro y trata de rehuir la geografía de las luces. Es que si no, no tiene sentido. Hay que asumir riesgos», asegura. Pero esa fama le trajo problemas al investigar a Cortázar. La viuda del novelista, Aurora Bernárdez, y su agente, Carmen Balcells, trataron de obstaculizar su trabajo. «Por tratarse del relieve internacional que tiene Julio y por tantos intereses creados que hay en relación a él, en el momento en que la aparición de mi libro podía coincidir con el centenario de su natalicio, en 2014, se cerraron filas. Y se decidió por prohibirme todo, referencias y citas», cuenta.
Fue así que Dalmau publicó recién a fines del 2015 Julio Cortázar. El cronopio fugitivo (Edhasa). «Bernárdez y Balcells hicieron su trabajo y su trabajo pasaba por impedir el mío. No puedo ser crítico con ellas», dice hoy sin rencor. Él también hizo lo suyo. El libro es un minucioso recorrido, no exento de especulaciones, por la trayectoria del autor de Bestiario, desde sus primeros días en Bruselas, en 1914, hasta los últimos en París, en 1984, donde según Dalmau murió en medio de una interrogante médica en la que se reconoce «la coreografía siniestra del sida».
Cortázar aparece en El cronopio fugitivo modelado por mujeres. Después que su padre los dejó, cuando tenía entre 8 y 10 años (no está precisado) creció como el único hombre en casa para convertirse en un joven formal y delicado, que jamás pudo desligarse de su madre, Herminia Descotte. Tampoco de su hermana Ofelia. Luego el libro sigue una estela de amores: Edith Aron, inspiración de la Maga, Aurora Bernárdez, Ugne Karvelis, Carol Dunlop y otras más. En lo que nunca deja de insistir Dalmau es en que, antes que todas ellas, estuvieron las mujeres que lo criaron. «Fue un chico que creció en un ambiente donde todo era mujeres, la madre, la tía, la abuela, la hermana… Julio fue un niño sobreprotegido y al que además le dirigían mucho la vida. No pudo entrar en la universidad porque tuvo que trabajar, ir a pueblitos para ganarse la vida y pasar dinero a su familia. En mi libro se distorsiona un poco el mito que se ha formado sobre Cortázar».
¿Su idea fue desmontar el mito? «Aunque Cortázar era un adepto a los mitos sobre artistas que le gustaban, él como mito no le gustaba nada. Su editor y amigo Mario Muchnik me dijo que Julio estaba hasta las narices de la idea de ser el gran cronopio, de ser esa especie de santón laico de la izquierda. Porque él sabía que era una verdad relativa, ni siquiera Cortázar es tan maravilloso como Cortázar. No es que yo tuviera una gran voluntad de desmitificar, pero pensé: todas las biografías que he leído acerca de este hombre, incluso las buenas, no han acabado de atrapar el bicho. Y yo me aventuré por ahí y claro, a veces, hay que desmontar el mito. Pero cuando acabas de leer este libro no quieres menos a Cortázar, lo quieres más».
Avanza junio de 1967 cuando a Cortázar le llega una carta de su madre: su hermana intentó suicidarse. Una hora más tarde, el escritor le escribe a su editor, Francisco Porrúa, contándole los hechos y pidiéndole un adelanto para destinar a su familia.«No me sorprende, porque no es la primera vez, y vos estás bien enterado de que se trata de una psicópata», escribe el novelista desde Francia. Con los días intenta conseguir atención médica para su hermana y lograr que cierta normalidad vuelva para su madre. Está a un Atlántico de distancia. Experiencias como esas, cree el biógrafo, se reflejan en su escritura: el eco de la locura de su hermana se rastrea en sus textos. «Estoy seguro de que si Cortázar no llega a tener esta hermana, el tema de la locura y el desarreglo social le habrían resultado totalmente irrelevantes. Él lo había visto esto desde pequeño. Desde niña su hermana sufrió ataques de epilepsia y tenía una vida bastante complicada. Y nunca se pudo sacudir de eso, porque su hermana estaba enferma», dice.
Así como las mujeres de su familia tienen efectos en su obra, Dalmau establece que fue otra mujer quien influyó en su hechizo con la Revolución Cubana, la lituana Ugne Karvelis. «Aunque fue Mario Vargas Llosa quien le aconsejó que fuera a Cuba, y de hecho fue con su esposa Aurora, en su segunda estadía en La Habana, en enero de 1967, se encontró con esta mujer que trabajaba en la editorial Gallimard. Ugne Karvelis tenía un gran interés en la causa latinoamericana. Mucho más que Julio, que al abandonar la Argentina peronista lo único que quería era ser un europeo», cuenta el biógrafo, que retrata el fogoso romance clandestino que el escritor tuvo con Karvelis en la isla. De vuelta al invierno de París no pudo dejar de pensar en Cuba.
Lo que viene es un giro. Tironeado por la seducción de Karvelis, pero también por el encanto político de la Revolución Cubana, Cortázar cambia. «Estaba muy cómodo en París. Pero cuando se consolida como un intelectual burgués europeo aparece la revolución. Cortázar no estuvo tranquilo un solo día en su vida. En el momento en que se había instalado, lo arrastra la ola de la revolución. La gente tiende a aburguesarse, a serenarse, a tranquilizarse, a ser más egoísta. Este hombre no, se sube a una causa siendo un señor de 55 años, ya con el éxito de Rayuela a cuestas. Y lo criticaron mucho. Juan Carlos Onetti consideró que había perdido el norte», dice el biógrafo.
Es una ruta vital, cree Dalmau. Cortázar podría haber sido un discípulo aventajado de Borges, pero sus experimentos artísticos lo definieron.«Un poeta es un revolucionario y eso es lo que quería ser inicialmente Cortázar, un poeta. Era un devoto del romanticismo inglés y, de alguna forma, repite el esquema de Lord Byron, que luchó bajo una bandera por la libertad de Grecia sin saber muy bien qué era. Lord Byron también habría ido a Cuba, a Nicaragua. Cortázar funciona de esa manera. Y también por el amor, siguiendo a mujeres. No es una toma de posición ideológica, no tiene un gran corpus doctrinario de marxismo. Es un hombre al que lo golpea una realidad y queda atrapado allí, gloriosamente», concluye el biógrafo.
(El Mercurio/GDA)