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Cristina Casabón: Vigilar y castigar

«Los políticamente incorrectos saben bien que en X todos son culpables o lo parecen, así que mejor disfrutar la poca libertad que nos queda»

Vigilar y castigar

    Ilustración de Elon Musk. | Alejandra Svriz

 

Estamos otra vez con Twitter en armas, viviendo una guerra de guerrillas que va durando demasiado. El actual X aspira a una libertad de expresión que incluya la dialéctica de las comunidades y las individualidades de los pocos perfiles que todavía recuerdan lo que es hablar sin tapujos. Otros consideran que esto es discurso de odio. ¿Creían que íbamos a llenar Twitter de flores y versos de los premios nacionales de Poesía que da el Ministerio? Así es como Twitter se va retiñendo de héroes particulares y otros que lo son en su casa a las horas de comer, gentes que elaboran discursos «odiosos» para aquellos que los acusan de odio.

Estamos, pues, en un momento en el que regular este o aquel discurso odioso, implica siempre algún tipo de censura, lo que es más odioso todavía. No sé si el comisario Thierry Breton ha caído en la cuenta de que con esa recusación contra Elon Musk, está recusando nada menos que la libertad de expresión o si cree estar en exclusiva posesión de ese derecho, lo cual es contrario al concepto de derecho de la ciudadanía europea. Pero lo que aquí estamos defendiendo algunos no es el odio, ni el derecho a desinformar, sino nada menos que la tan mentada y popular libertad de expresión, que luego nadie quiere ni soporta que se le aplique. La libertad de expresión, señor Breton, es esto que tenemos en la UE, o sea la capacidad de mandar a un comisario a hacer puñetas. La libertad de expresión, ay, casi siempre es libertad contra alguien o sobre alguien, y esto no debe ser interpretado como que yo tengo un particular odio hacia el comisario.

«Los políticamente incorrectos saben bien que en X todos son culpables o lo parecen, así que mejor disfrutar la poca libertad que nos queda»

El culpable de la cosa, el señor Musk, no es más que uno de los blancos del castigo, que en realidad afecta principalmente a los otros, a todos los potencialmente culpables. El poeta Elon Musk ha entendido que la libertad de expresión no debe contener cortapisas, es algo así como una laissez-faire attitude to life. El billonario es un místico de lo suyo, porque sabe que esa libertad de hablar sin tapujos nos hace felices en el reino de la utopía, y en los juicios libérrimos que hacemos en la intimidad. Se comprende que un consumidor no compra todo lo que le anuncian en la tele, igual que un usuario de Twitter no comulga con toda la zoología de su TL (Timeline). Los usuarios cuentan con la capacidad intelectual y las cualidades morales que se necesitan para tomar decisiones responsables, esto es lo que defiende nuestra tradición liberal desde 1848, lo que pasa que algunos son nuevos en esto de la democracia y escuece.

Esta amenaza de un juicio sumarísimo a la sombra alargada de Musk divide nuestra comunidad entre mosqueados y defensores de la benignidad de estas penas. Ya ve. Foucault escribe en su ensayo Vigilar y castigar, que para que en un castigo pueda ejercerse la Ley, debe parecer una necesidad de las cosas y el poder debe obrar ocultándose bajo una apariencia de fuerza benigna. Los políticamente incorrectos saben bien que en X todos son culpables o lo parecen, así que mejor disfrutar la poca libertad que nos queda. No se puede cruzar esa plaza del señor Musk sin cruzarse con unos cuantos jurisperitos que intentan medir el grado de odio, de amenaza velada. Pero una libertad de expresión que pudiera medirse ya no sería libertad ni sería expresión. Pese a todo, los jurisperitos no desisten en su empeño, porque la ola de beneficios y fortunas queda ratificada por la ley correspondiente que vendrá.

 

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