Cristina regresa del fracaso del que nunca se fue
Las encuestas que enojan a Javier Milei son las mismas que llevan a Cristina Kirchner a la presidencia del peronismo, formalmente el cargo de jefa de la oposición.
Prisionera de sí misma, la expresidenta fracasó en todas las fórmulas de delegación que intentó. Parada frente al espejo que le señala el desgaste político, se resigna y resuelve: es ella o no hay nadie que puede ejercer a un tiempo el poder en el peronismo y ocuparse de las trabajosas tareas que implica el mando.
«En los sondeos que marcan que el ajuste económico provoca cansancio y deserciones, Cristina cree haber encontrado la oportunidad de hacer visible que ella sigue representando uno de los polos de la política del país»
No hay registro en las palabras, gestos y decisiones de Cristina Kirchner de ninguna autocrítica. Los responsables de las desgracias argentinas fueron, son y serán siempre los demás. El culpable es el otro.
La realidad se ha encargado de mostrar lo contrario y también ha puesto en duda su conducta penal, como responsable de graves delitos. Pero ni los malos gobiernos ni las causas de corrupción impactan en un ejército de incondicionales que, aunque menguado, sigue siendo la minoría hegemónica del peronismo y una opción de poder por ausencia y falta de regeneración del resto de los actores políticos.
Cristina no está sola. El viejo error de creer que el kirchnerismo y el peronismo son cosas diferentes es una trampa que subsiste. El peronismo no está secuestrado por el kirchnerismo, como supo decir Mauricio Macri. Más de veinte años después del comienzo del ciclo del matrimonio Kirchner, el peronismo es conducido por la misma corriente que reemplazó al menemismo. Fracciones puede haber varias, pero todas están subordinadas al kirchnerismo. El kirchnerismo es el peronismo por la simple razón de que el primero lo maneja a su antojo hace más tiempo que ninguna otra corriente interna después de la muerte de Perón.
«El problema del PJ está en el enorme deterioro que sufre frente al electorado que siempre define las elecciones cambiando el voto según sean las consecuencias de sus gestiones»
En los sondeos que marcan que el ajuste económico provoca cansancio y deserciones, Cristina cree haber encontrado la oportunidad de hacer visible que ella sigue representando uno de los polos de la política del país.
Es una lógica anclada en la historia que muestra que después de cada crisis, el sistema tiende siempre a reordenarse en dos grandes frentes interpartidarios.
El terremoto que implicó la llegada de Milei dejó en el suelo el anterior esquema que comprendía al kirchnerismo y sus satélites contra Juntos por el Cambio. Mientras el PRO pierde por absorción y por el (por ahora) fallido intento de alianzas con los libertarios, el radicalismo es un barco a la deriva, sin liderazgos ni estrategia.
Más de dos tercios de los votantes que hasta la última elección acompañaron a Juntos por el Cambio prefieren hoy bancar a Milei, un poco porque acuerdan con el curso de su gobierno, otro poco porque ya no se sienten representados por sus anteriores líderes y también porque, ante la duda, cualquier cosa será útil para impedir que regrese el kirchnerismo.
El peronismo no sufre el riesgo de desaparecer como sus antiguos rivales por la atracción que genera el polo libertario, aunque una parte importante de las barriadas populares tienen un cierto aprecio por el dirigente libertario más por estilo que por resultados.
«Kicillof todavía cree que su jefa le cederá el poder, pero acaba de ser notificado de que eso no ocurrirá por el momento»
El problema del PJ está en el enorme deterioro que sufre frente al electorado que siempre define las elecciones cambiando el voto según sean las consecuencias de sus gestiones.
Cristina es la principal responsable de haber puesto a Alberto Fernández en la presidencia. Ese fue el último, pero no el más grave error que se le puede achacar. El peronismo está gravemente expuesto a su pasado inmediato representado por quien desea volver al poder sin reparar en los daños que acaba de causar.
Cristina lo disimula como puede, amparada por la incondicionalidad de sus seguidores y, todavía más importante, por la ausencia de voluntad de reemplazarla que mantiene inalterable su liderazgo por falta de competidores.
Esa ventaja es también un problema. La transferencia de funciones, pero no del poder le resulta imposible. Ya probó con Alberto Fernández como delfín. Y ahora la preferencia de Cristina por su hijo Máximo Kirchner por sobre Axel Kicillof le impone que sea ella la que personalmente deba interponerse en una pelea desigual que el gobernador de Buenos Aires tiene ganada de antemano ante el desprestigio interno de su rival.
Kicillof es hoy el único en condiciones de cruzar a Cristina dentro del peronismo, pero elige no hacerlo y se subordina. Tiene, a su vez, un límite concreto apenas se asoma dentro del estrecho círculo ideológico en el que el kirchnerismo le permitió crecer.
Kicillof todavía cree que su jefa le cederá el poder. Acaba de ser notificado de que eso no ocurrirá por el momento.
La expresidenta también es un límite en sí misma para el resto del peronismo. Es una solución en tanto le ahorra al resto de los coroneles del PJ el trabajo de ordenar al partido y uniformarlo debajo de un nuevo liderazgo. Pero es un límite para muchos dirigentes despistados de otros partidos que imaginan un acuerdo con un peronismo sin ella.
La reaparición de Cristina implica la reproducción de una etapa de dos jefaturas antagónicas tal como en los años de la presidencia de Mauricio Macri. Nada definió mejor la necesidad de Cambiemos que la construcción de una fuerza con capacidad de derrotarla; quizás ese haya sido el pecado original del frente que compartieron el PRO, el radicalismo y la Coalición Cívica.
Milei acertó cuando englobó todo lo anterior a él y lo llamó casta. Mientras vertebra una fuerza política nueva desde el poder en cada distrito, el Presidente debe determinar cómo sumará estructura: por adhesión directa o por acuerdos con otras fuerzas, tal como le propone el PRO de Mauricio Macri.
Mientras esa definición es asumida en función del tiempo electoral que viene, alguien se adelantó para presentarse como un polo contrario. Nada ni nadie es igual después de tantos desastres.